Autor: Daron Acemoglu y James Robinson
Editorial: Deusto
Fecha: 2012
Páginas: 608
Lugar: Barcelona

Por qué fracasan los países

Jorge Tamames
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Nogales está partida en dos. La división no es geográfica, puesto que el clima es el mismo en toda la ciudad. También lo es la cultura de sus habitantes. ¿Cómo explicar entonces que la renta per cápita sea el triple en un lado que en otro? La respuesta es que una parte de Nogales está en Arizona y la otra en Sonora. La valla que las separa es la frontera entre México y Estados Unidos.

Dicho de otra forma, la diferencia entre ambas Nogales se debe a sus instituciones políticas. Para Daron Acemoglu y James A. Robinson, autores de Por qué fracasan los países, el principal problema que impide el crecimiento de países en vías de desarrollo no es otro que su andamiaje institucional. Andamiaje creado en base a las realidades políticas de cada país, y que a su vez condiciona el desarrollo de la economía. Las instituciones políticas de México producen a Carlos Slim y una renta per cápita de 10.000 dólares. Las de EE UU producen a Steve Jobs y el sueño americano.

Acemoglu y Robinson establecen una división entre instituciones inclusivas –democráticas, participativas, y capaces de canalizar el potencial económico de una sociedad– e instituciones extractivas, parasitarias. Las primeras producen destrucción creativa pero también crecimiento sostenible; las segundas pueden fomentar crecimiento a corto plazo, pero terminan generando estancamiento e inestabilidad. Eventos como la Revolución Gloriosa de 1688 o la Revolución Francesa inician secuencias históricas que desembocan en la creación de instituciones  inclusivas. Sin esa chispa no prende la mecha. Pero son igualmente importantes las dinámicas de retroalimentación que generan estos eventos. Así, en 1688 se consolidó el dominio del Parlamento sobre la monarquía inglesa, promoviendo la creación de instituciones inclusivas que 100 años después asentarían la base de la revolución industrial.

La teoría de Acemoglu y Robinson es sencilla y persuasiva. Los autores la emplean para explicar un sinfín de casos, desde el contraste entre ambas Nogales al milagro económico de Botswana, pasando por la primavera árabe, la decadencia de Venecia a lo largo del Siglo XIV, o la divergencia económica entre Corea del Norte y Corea del Sur. Especialmente interesante es la concepción de la economía como un subcampo de la política, noción que de la mano de Jesús Cacho y César Molinas ha convertido este libro en el prisma para entender la crisis de consenso que actualmente sufre España. ¿O acaso no son  Juan Villalonga o Gerardo Díaz Ferrán nuestros Carlos Slim –exponentes de un capitalismo castizo que, lejos de operar de forma transparente y competitiva, medra gracias al amiguismo y los favores políticos? ¿No están nuestros dirigentes al servicio del Ibex 35, en cuyos consejos de administración obtienen fabulosos réditos por los servicios prestados durante su mandato? ¿Se reduce por tanto nuestra transición, como el propio Robinson sugirió recientemente, a la transformación de una dictadura extractiva en una democracia que también lo es? De ser así, este libro estaría dirigido al corazón de la crisis que asola España, y que además de económica es política y social o, en palabras de Felipe González, institucional.

La explicación, sin embargo, peca de reduccionista. Ni la transición puede resumirse como una estafa lampedusiana, ni las instituciones constituyen el único motor del progreso de la humanidad. Esto resulta evidente cuando los autores intentan desautorizar a Jared Diamond por sostener que la geografía condiciona el desarrollo económico. Acemoglu y Robinson fracasan en el intento, entre otras cosas porque su tesis también atiende a criterios geográficos. Sin ir más lejos, la diferencia entre ambas Nogales resulta de la existencia de oro en México. Oro que hizo a los conquistadores españoles parasitar sobre las cenizas del imperio azteca, y cuya ausencia obligó a los colonos ingleses a formar comunidades comerciales, con instituciones relativamente democráticas e inclusivas.

Cuando la geografía no explica el origen de un conjunto de instituciones, los autores recurren a grandes figuras. Es el caso de Botswana con Seretse Khama, un “hombre excepcional” que supo dirigir el país exitosamente tras independizarse de Reino Unido. Sorprende la facilidad con que los autores saltan del materialismo histórico a las tesis de Thomas Carlyle.

También es problemática la recreación histórica –retroactiva y selectiva– de Acemoglu y Robinson. La revolución industrial explotó de forma inmisericorde al campesinado –y posteriormente proletariado– británico. Ningún guión preestablecido dictaba que este proceso extractivo llevaría al Estado del bienestar, pero leyendo a Acemoglu y Robinson parece que así fuera. Y al gravitar su argumentación únicamente en torno a instituciones nacionales, la importancia de la geopolítica queda relegada a un segundo plano. ¿Puede explicarse el milagro económico coreano obviando el apoyo financiero y militar de EE UU en el contexto de la guerra fría, la presión de Washington –inexistente en América Latina– para que Seúl adoptase una reforma agraria, o el propio legado institucional del colonialismo japonés? No.

Sin embargo, el mayor problema del libro es China. Ocurre que la nación más antigua del mundo es una dictadura con legados institucionales del milenio pasado.  Aún no ha fracasado. Es más, sus clase dirigente asciende de forma más meritocrática e inclusiva que la americana, con un Congreso disfuncional y un Senado compuesto de millonarios. Añádase el despegue económico del país, sin precedentes en la historia. Esto no es un elogio del Partido Comunista de China, sino una crítica a la rígida distinción que trazan Acemoglu y Robinson entre sistemas inclusivos y extractivos, y la noción de que los segundos están abocados al estancamiento económico y la fragmentación política.  El capítulo que predice el futuro fracaso de China resulta poco convincente.

Por qué fracasan los países no merece consagrarse como la nueva Biblia del desarrollo, posición en la que su ausencia de referencias bibliográficas resultaría especialmente frustrante. No por ello deja de ser un libro necesario, escrito de forma amena y repleto de datos fascinantes. En la medida en que las instituciones continúan siendo factores críticos para el desarrollo, los autores explican de forma convincente cómo y por qué se crean y mantienen aquellas que generan un crecimiento inclusivo.