POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 177

#Polext177: El centro de la Unión

Francia y Alemania son, al cabo de más de 50 años, dos verdaderas madres gestoras de Europa.
Editorial
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Francia y Alemania son, al cabo de más de 50 años, dos verdaderas madres gestoras de Europa. No es necesario insistir en el papel clave de las dos naciones en el pasado europeo. Ahora es momento de centrarse en el presente y mirar a un futuro que estará definido por cómo se sitúen franceses y alemanes, por separado y en su visión común del continente. Pese a sus diferencias en tamaño, población, culturas económicas y políticas, la Unión Europea se mueve en gran medida por el poder de tracción y de atracción de las dos potencias del corazón de Europa.

El reconocimiento mayoritario de ambas sociedades como protagonistas de Europa, y el compromiso político hasta la fecha de sus gobiernos con la UE, como mejor plataforma de defensa de sus intereses nacionales, aportan una estabilidad imprescindible al proyecto común. Ni Francia ni Alemania se han librado del antieuropeísmo y el nuevo nacionalismo surgidos con el estallido de la crisis económica y el nuevo entorno político y económico generado en la última década. Sin embargo, el anclaje europeo de gran parte de los partidos alemanes y franceses sigue –por ahora– proporcionando oxígeno a la UE. La amenaza cierta del terrorismo en ambos países y la inestabilidad en el vecindario de Europa les señala, además, la necesidad de trabajar juntos en la seguridad, la defensa y la política exterior del continente.

En este sentido, para España, que Francia se afirme en su papel de vecino esencial es indispensable. Como ocurre entre Francia y España, Alemania y Francia están unidas por una larga frontera, sensible, activa cada minuto, verdadera aorta del viejo continente.

 

Francia puede reconciliar la Europa del Sur con la del Norte; una brecha abierta con la crisis del euro, entre países deudores y acreedores

 

Estas dos naciones deben mantenerse firmes, desde el Mediterráneo al Báltico, cumpliendo su decisivo papel en el centro de la Unión. Francia limita con el Magreb, Alemania con los nórdicos y con el Este de Europa. Ese papel seguirá como gran clave europea: desde Grecia a Portugal, desde Sicilia a Finlandia. El gran generador franco­alemán está ahí para permanecer: de otro modo Europa naufragaría. Y el hecho es que Europa se reafirma desde hace más de medio siglo.

Las divergencias de alemanes y franceses son, por otra parte, uno de los mayores activos de ese eje europeo. Como señala Claire Demesmay en estas páginas, “si bien estas diferencias complican la relación entre los dos vecinos, es en ellas donde reside el interés de la cooperación franco-alemana para la integración europea”. En cuanto logran superarlas, los dos países tienen el poder de presentar propuestas a sus socios europeos, ya sea en materia energética, inmigratoria, medioambiental o económica. Francia, además, puede reconciliar la Europa del Sur con la del Norte; una brecha que se abrió con la crisis del euro, entre deudores y acreedores, y que tanto ha calado en la opinión pública y en el discurso de movimientos populistas y abiertamente euroescépticos a izquierda y derecha.

Nada de ello será posible mientras Berlín sienta que París no es capaz de asumir una mayor parte del liderazgo conjunto. El desequilibrio económico creciente entre ellos ha puesto a Alemania en una posición dominante en la UE, tanto en la crisis del euro como en la de los refugiados. Ni los alemanes ni el resto de socios europeos quieren que el dominio de Berlín continúe. A corto y medio plazo es necesario que Francia emprenda reformas económicas largamente frustradas y aplazadas. Alemania lo hizo con la Agenda 2010. Sus magnitudes macroeconómicas de hoy hacen olvidar la dureza de los ajustes y reformas por los que pasaron los alemanes en la primera década de este siglo. Si Francia quiere aumentar su poder en la UE y en el mundo necesita una transformación profunda.

Durante años, Reino Unido fue la tercera pata del eje franco-alemán. Hoy, una vez activado el Brexit, el centro de la Union debe abrirse a otros socios. Italia y España se presentan como protagonistas en este contexto. También habrá que incorporar a los países que están en el primer plano de la actualidad europea; como Grecia en relación a la gestión de la crisis de la deuda y la de los refugiados, o Polonia y los Estados bálticos respecto a la crisis de Ucrania. Demesmay acierta cuando afirma: “al incorporar a terceros países a su diálogo, Francia y Alemania contribuirán a reequilibrar su relación. Hacerlo les enriquecerá, aumentará el peso de sus posturas en el ámbito internacional y dará a estas más legitimidad ante sus socios europeos”.

Entre París y Berlín se decide, de nuevo, el rumbo de Europa.