POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 35

El camino de Santiago en la formación de Europa

Con el Mediterráneo peligroso, impracticable para las navegaciones cristianas, Occidente se echó a los senderos y caminos. Entre ellos, el de Santiago.
Gonzalo Anes
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Consecuencia de la expansión del islam fue el final de la regularidad en los tráficos marítimos mediterráneos, al impedirlos la acción naval y pirática musulmana. Al hacerse el Mare nostrum peli­groso, de hecho impracticable para las navegaciones cristianas, la economía de Occidente se fundó en el cultivo de la tierra y en el pastoreo. El predominio de lo rural sobre lo urbano fue causa de que senderos y caminos tuvieran especial importancia en la vida de relación, ya que, en la más alta Edad Media, las conexiones terrestres fueron más eficaces que las marítimas. Una compleja red de senderos y caminos permitía recorrer los diferentes espacios de la Europa de Occidente. Entre ellos destacó (y destaca, todavía hoy) el camino de Santiago.

Aunque las viejas calzadas romanas hubieran quedado intransitables en muchos de sus tramos, faltas de reparación, senderos y caminos permitían el tránsito de los soberanos, con sus cortes itinerantes para gobernar y hasta para consumir, por ser más fácil el traslado de las personas que el trans­porte de los bienes. Viajaban también los monjes, por exigencia de las cone­xiones que establecían las órdenes religiosas entre los monasterios filiales. Viajaban los estudiantes, los buhoneros, los mercaderes y los pere­grinos. Las concepciones religiosas vigentes en la más alta Edad Media fueron favorables a los desplazamientos humanos. Se peregrinaba a un santuario famoso para impetrar, de santos y reliquias veneradas, la recupe­ración de la salud perdida, esperando el milagro. También se peregrinaba para agradecer los bienes debidos a los santos, cuando al impetrar su mediación se pro­metía viajar hasta lugares lejanos si se alcanzaba la gracia deseada. Eran tantos los viandantes, y en sus desplazamientos tantas las direcciones que podían tomar por la compleja red de caminos y senderos, que los espacios de Occidente estuvieron mucho más frecuentados de lo que se puede imaginar hoy. En el caso de las grandes peregrinaciones, los romeros afluían a las vías principales, famosas en toda la Cristiandad. Tal fue el caso del “camino francés”, o ruta jacobea.

En el siglo XI, tuvieron lugar importantes cambios en los reinos cristianos de la península Ibérica. La expansión hacia el Sur, por el éxito alcanzado, fue seguida de la reacción almorávide, con las consiguientes modificaciones de fronteras.

En la orden benedictina, se aplicó la reforma de Cluny. Importantes monasterios de la España cristiana quedaron, en adelante, sometidos a la abadía parisina. El rito hispano fue sustituido por el romano. En la escritura, la letra visigótica dio paso a la francesa. Con ella parecieron quedar envejecidos los antiguos códices monásticos. Su lectura resultaba incómoda para los monjes. La nueva letra fue vehículo de nuevas influencias, y de una aproximación creciente de los reinos cristianos peninsulares a los del resto del Occidente de Europa. Miembros de la alta jerarquía eclesiástica proce­derán de allende los Pirineos. La llegada de legados pontificios y los viajes de eclesiásticos españoles a Roma fomentarán las influencias recíprocas ejercidas desde ambas penínsulas, itálica e ibérica. Estudiantes de los reinos hispano-cristianos cruzarán los Pirineos para buscar, en diversos centros del Occidente europeo, nuevas concepciones culturales y nuevos razona­mientos filosóficos.

 

«En el siglo XI, será cada vez más frecuente la presencia de gentes de procedencia ultrapirenaica en los reinos cristianos de la península Ibérica: en algún caso, llegan a poblar barrios enteros»

 

La nueva épica contribuirá también a que sean mayores las semejanzas literarias de las creaciones hispano-cristianas y las de los demás países de la Europa de Occidente. La sustitución del canto hispánico por el gregoriano tuvo lugar lentamente. Influyeron en ello tanto los monjes y clérigos que llegaban a los reinos hispanocristianos procedentes de allende los Pirineos, conocedores de la nueva música, como que hubiera códices con los reper­torios gregorianos. La nueva liturgia, aplicada en iglesias y monasterios de la ruta jacobea, exigía la sustitución del viejo canto por el nuevo de proce­dencia ultrapirenaica. El arte románico, difundido con extremada rapi­dez en toda Europa, es muestra de las afinidades culturales y de civilización que existen entonces en todos los pueblos de la cristiandad. Ciudades y villas se organizarán políticamente según las fórmulas del viejo municipio, con la consiguiente consolidación de las libertades inherentes a ellas, heredadas de las polis griega y de la civis romana. En el siglo XI, será cada vez más frecuente la presencia de gentes de procedencia ultrapirenaica en los reinos cristianos de la península Ibérica: en algún caso, llegan a poblar barrios enteros. Las novedades señaladas coinciden, en el tiempo, con el floreci­miento y auge de las peregrinaciones a Compostela, de tal modo que ha querido verse entre estas y aquellas una relación de causa-efecto. Las peregrinaciones jacobeas fueron un fenómeno de gran complejidad, en el que hubo motivaciones religiosas indudables, y también económicas.

El desarrollo de las peregrinaciones coincidirá con la quiebra de la hegemonía del califato cordobés en la península Ibérica. La ruptura de la unidad de aquella creación política, al desintegrarse en taifas, originará que Córdoba deje de ser la ciudad que permite las conexiones de los reinos cristianos de la península Ibérica con el islam y, a través de él, con el Oriente Lejano. Coincide este ocaso del califato cordobés con el floreci­miento urbano de la Europa cristiana. Estuvo fundado en un crecimiento económico en el que los cambios agrarios, manufactureros y del comercio, resultado de la aplicación de nuevas técnicas, permitieron mejorar la dieta alimentaria, con el consiguiente efecto en la disminución de las tasas de mortalidad y en el aumento de la población rural y urbana.

Los caminos que, en toda la cristiandad, son recorridos por los pere­grinos que van a Compostela serán enseguida vías comerciales, en las que mercaderes y buhoneros irán de lugar en lugar ofreciendo distintos bienes, de lejanas procedencias a veces. El comercio que se hace a lo largo de las rutas que, desde los Pirineos, conducen a Santiago permite que circulen, en sentido inverso, las apreciadas monedas de oro de procedencia musulmana: estas monedas contribuirán a atenuar la penuria de medios de pago que se sufre en la cristiandad desde la expansión del islam en el siglo VIII. Desde comienzos de la segunda mitad del siglo XI, llegaban regularmente a los reinos hispano-cristianos bienes procedentes de distintas tierras de Europa: paños de Brujas; armas y telas francesas… Se pagaban con monedas que procedían de la España musulmana y con objetos de cobre, cautivos de guerra vendidos como siervos, pieles y bienes suntuarios procedentes de Al-Andalus o de Oriente. Este comercio favoreció el desarrollo urbano y econó­mico de Pamplona, Jaca, Estella, Sahagún, León y, sobre todo, de Burgos, cuya prosperidad arranca del sigloXII. Compostela era ya entonces una ciudad floreciente en la que cambistas y monederos hacían su negocio ensayando y cambiando monedas de diversas procedencias.

Peregrinos de distinto origen difundirán noticias, en todo el Occidente, sobre las tierras y los habitantes de la península Ibérica: son gascones, pro­venzales, normandos, borgoñones, flamencos, holandeses, ingleses, irlan­de­ses, alemanes, escandinavos, lombardos. A todos se les denominará genéri­camente, francos o francigenae. Solían establecerse fuera del poblado, en los lugares en donde se congregaba la gente para vender o comprar. Y se situaban en ellos porque eran cambiadores de moneda, mercaderes y buhone­ros. Había también, entre los francos, posaderos y artesanos. Ade­más de las vías terrestres de peregrinación, hubo romeros que utilizaron las rutas marítimas, como los procedentes de las Islas Británicas. Comen­zarán enseguida a llegar guerreros para participar en las batallas contra los almorávides. Vendrán también gentes deseosas de instalarse en los territo­rios conquistados para repoblar los nuevos espacios: en el siglo XI, la frontera se situará en el Tajo, y en la Sierra Morena en la primera mitad del siglo XII. La participación de franceses en la reconquista del valle del Ebro en el primer tercio del siglo XII contribuyó al éxito de las acciones militares de Alfonso I. Luego vinieron colonos para asentarse en ciudades incorpo­radas al reino de Aragón, lo mismo que en el caso de Castilla. En Huesca, Tudela y Zaragoza, se estableció una numerosa población franca.

 

camino santiago

 

El florecimiento del comercio en la Europa occidental durante el siglo XI coincidió con el auge de las peregrinaciones a Compostela. A lo largo de la ruta, se hizo un comercio que aprovechó el tránsito de los peregrinos y las necesidades de compra y de venta de los habitantes de las comarcas por las que transitaban los romeros. La llegada de peregrinos, fomentada por los monarcas, obligaba a tener alberguerías en el camino que conducía a Santiago, en la vía principal y en otras secundarias. Además, era preciso disponer de víveres, de ropas y de los distintos bienes que pudieran necesitar. Atraídos por el comercio que la peregrinación origina, se ins­talarán, en diversos lugares de la ruta, francos y judíos. Sancho Ramírez (1063-1094) otorgó privilegios a quienes poblasen Jaca. Se sentían atraídos por las ventajas que se ofrecían: libertad para comprar y vender inmuebles, libertad personal, inviolabilidad de domicilio, vigencia del fuero sobre cualesquiera otras normas extrañas y autoridades locales con supremacía sobre cualquier otra justicia externa (et nullus ex ómnibus hominibus de Jaca non vadat ad iudicium in ullo loco nisi tamtum intus Jacam).

Los pobladores de allende los Pirineos, establecidos en Jaca, formaron el Burnao o Burgo novo, situado en la ciudadela, y el barrio de Santiago, que ya se cita en un documento de 1063. Las poblaciones de francos que se fundaron después en Navarra se regirán por el fuero de Jaca: Estella, San­güesa, Pamplona, Puente la Reina, Monreal, Villalba, Tiebas, Torralba… Logroño se poblará según lo que prescribe el fuero, otorgado en 1095: tam Francigenis quam etiam Ispanis vel ex quibus-cumque gentibus vivere debeant ad foro de Francos. En el siglo XII, Nájera tendrá su población repartida entre francos y castellanos. Santo Domingo de la Calzada recibirá, en 1207, el fuero de Logroño, para que se pueble ad forum de francos. A finales del siglo XI, llegarán a Burgos pobladores de allende los Pirineos. Alfonso VI eximirá de cierto tributo a los habitantes, tam franqui quam castellani. A la ciudad llegarán mercancías procedentes de Gascuña, Inglaterra, Países Bajos, internadas desde los puertos del Cantábrico o traídas por los peregrinos que recorrían las rutas terrestres.

El número de extranjeros asentados en ciudades y villas de la ruta jacobea era menor, a medida que los núcleos de población estaban más alejados de la zona pirenaica. No obstante, en Sahagún hubo una notable concentración de francos. La favoreció la restauración del monasterio por Alfonso VI y la presencia de monjes de Cluny. Los monjes negros llegaron a tener a su cargo un gran número de monasterios fundados a lo largo del camino francés, o de Santiago. Eran prioratos de la abadía de Cluny. También estuvieron en sus manos hospederías y hospitales para acoger a los peregrinos. En la primera mitad del siglo XII, ya estaba organizada la peregrinación a Compostela, según se describe en la “Guía del Peregrino”, contenida en el libro V del Líber Sancti Jacobi, conservado en el Códice calixtino escrito por el clérigo francés Aymerico Picaud, y que éste atribuyó al papa Calixto II, tío de Alfonso VIL Los pobladores de Sahagún recibieron fuero en 1085.

La Carta Real, por los privilegios que ofrecía, favoreció la llegada de gentes de distintas procedencias. En las Crónicas anónimas de Sahagún, se refiere que, atraídos por las ventajas que ofrecía el fuero, “ayuntáronse de todas las partes del universo burgueses de muchos e diversos oficios”: he­rreros, carpinteros, xastres, pelliteros, gapateros, escutarios e ornes ense­ñados en muchas e dibersas artes e ofigios, e otrosí personas de diversas e estrañas provingias e rreinos”. Estos eran “gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provingiales, lom­bardos e muchos otros negogiadores de diversas nagiones e estrannas lenguas”. Así se pobló e hizo la villa de Sahagún, como se valora en las expresadas crónicas, non pequenna. A estos pobladores de tan distintas zonas del Occidente europeo, se sumaron moros y judíos. La villa creció en número de habitantes y en actividad comercial. A comienzos del siglo XI, nenguna havitaqion de moradores” había en Sahagún, si se exceptuaba “la morada de los monjes e de su familia, serviente a los usos e necesidades dellos”. A finales de la centuria, Sahagún era una villa populosa. En las “Crónicas” anónimas, se señala que entonces “los burgueses de San Fagun usavan pacificamente de sus mercadurías e negogiavan en gran tranqui­lidad”. Por ello, “benian e traian de todas las partes mercadurías, asi de oro como de plata, y aun de muchas bestiduras de diversas fagiones, de manera que los dichos burgueses e moradores eran mucho rricos e de muchos deleites abastados”.

 

«Los juglares del sur de Francia dieron a conocer la poesía ama­toria provenzal; la lírica gallega, desde el primer tercio del siglo XII, incor­porará y mezclará “las antiquísimas cantigas de amigo”, de abolengo indígena, con esa poesía amatoria»

 

Según se llegaba de Sahagún, a la entrada de León, estaba el barrio de los francos. Allí se celebraba el mercado. La rúa de los francos se cita, para Astorga, en documento de 1173. En tiempos de Alfonso VI, se establecen francos en Villafranca del Bierzo. La iglesia de Santa María de Vico Fran­corum pertenecía a Cluny. Debió de favorecer la llegada y estable­cimiento temporal de clérigos franceses, lo mismo que ocurría con la de Santa María del Viso, en Arzúa. Ya en Compostela, la presencia de extranje­ros se explica por las actividades comerciales desarrolladas en la ciudad: posaderos, cambistas, latoneros, azabacheros tenían allí posibilidades de lucro, por la demanda que había de sus servicios. Los latoneros o con­chiarii, o concheiros, vendían medallas, conchas, cruces y demás recuerdos de haber estado en la ciudad. En la iglesia compostelana, y en la Sede Arzobispal hubo francos que ocuparon puestos preeminentes. Había pere­grinos que, desde León, se dirigían a Oviedo para venerar las reliquias de la iglesia de San Salvador. Documentos de los siglos XII y XIII muestran la presencia de francos en la ciudad y hasta de una rúa gascona, tal vez poblada por ellos.

La lírica hispano-cristiana experimentó influencias provenzales, ejerci­das a favor de las peregrinaciones a Compostela. Los juglares del sur de Francia dieron a conocer, en los reinos hispanocristianos, la poesía ama­toria provenzal. La lírica gallega, desde el primer tercio del siglo XII, incor­porará y mezclará “las antiquísimas cantigas de amigo”, de abolengo indígena, con esa poesía amatoria. En tales influencias y mezclas, se funda el florecimiento de la lírica gallega.

La poesía heroica castellana experimentó influencias de la chanson de geste francesa, dada a conocer por los juglares que venían a Compostela y que cantaban las antiguas y fantásticas conquistas de Carlomagno.

Los cambios lingüísticos que tuvieron lugar durante el siglo XII experi­mentaron influencias de allende los Pirineos. El aumento del número de inmigrantes influyó en la literatura y en el desarrollo del romance, en el que comenzaron a usarse extranjerismos. Así, en el “Fuero de Avilés” se mezclan formas dialectales leonesas y toledanas con vocablos provenzales. En Jaca y Navarra, debido a la presencia de peregrinos, mercaderes y colonos franceses, se escribían documentos en provenzal, quizá por el gran número de personas que hablaban allí esa lengua. Durante el siglo XII, tuvo lugar la expansión del habla de Castilla, fijándose sus caracteres propios. Ocurrió lo mismo con el catalán y con el gallego-portugués.

En el poema del Cid se funden influencias de las chansons de geste francesas con las de la vieja poesía épica hispano-cristiana. El juglar que lo escribió no hizo del Cid un héroe portentoso, al modo de las canciones ultrapirenaicas, sino que supo armonizar la poesía con los elementos de la vida real del héroe.

Los reinos cristianos de la península Ibérica eran, para los demás pueblos del Occidente europeo, enlace necesario con Al-Andalus. Los contactos con la España musulmana les permitieron obtener bienes de procedencia oriental, y monedas. Recibieron también influencias culturales arábigas. Durante el reinado de Alfonso VII, el arzobispo de Toledo don Raimundo, sucesor en 1125 del cluniacense Bernardo, fomentó los estudios arábigos. Fueron traducidas al latín, en Toledo, obras de ciencia árabes y orientales y dadas a conocer al resto de la cristiandad. Así, pudieron difundirse allende los Pirineos, el pensamiento griego y la ciencia alejan­drina. Avenpace, Avenzoar, Aventofai, Averroes y Maimónides florecieron, en el siglo XII, en la España musulmana y sus saberes fueron conocidos en el resto de Europa, gracias a los contactos culturales con los hispano-cristianos. Judíos y mozárabes colaboraron en la interpretación de los textos árabes para traducirlos con exactitud al latín, lengua que permitió difundir el aristotelismo neoplatónico del filósofo del Turkestán, Ibn al Farabi, del iraní Avicena y, la Fuente de la vida del hebreo Avicebron y el Sufismo de Algacel.

Los cluniacenses contribuyeron a difundir el arte románico en los reinos hispano-cristianos. Las peregrinaciones a Compostela fueron vehículo de esa difusión. Portadas y capiteles de iglesias y monasterios servirán a los cluniacenses para esculpir en piedra los misterios de la religión cristiana, escenas de la vida de Cristo y representaciones de premios y castigos, según sea la conducta de cada uno en la Tierra. Así, el pueblo iletrado podría entender lo que se le quería enseñar.

La catedral compostelana, terminada a comienzos del segundo cuarto del siglo XII, constituye la mejor muestra de la perfección del arte románico en España. Fue modelo de iglesias francesas, en el siglo XII. Después de la edificación compostelana, habrá un retroceso en las creaciones arquitec­tónicas, como se comprueba en el testero y la cripta de San Salvador de Leire, en Navarra. La edificación de claustros y de pórticos laterales cons­tituirá una novedad en el románico español. Pinturas y esculturas serán análogas a las de otros países de Europa. Los frescos románicos españoles, aunque sean análogos a los del resto del arte europeo y estén influidos también por el bizantino, muestran influencias orientales y un naturalismo que caracteriza todo el arte de los reinos hispano-cristianos.

La rama cisterciense de la orden benedictina floreció en el siglo XII, como reacción ante el poderío político y económico de Cluny. Organizará monasterios rurales en los que el trabajo de los monjes asegurará la subsistencia de la comunidad. Hacia 1130, llegaron a la península Ibérica los primeros monjes de la orden del Císter. Fundaron varios monasterios e influyeron en la adopción de nuevas fórmulas arquitectónicas, dentro del arte románico, caracterizadas por su tendencia a la sencillez. Los monas­terios cistercienses serán como una ciudad en miniatura, organizados de forma tal que respondan a las necesidades de la vida campestre, fundada en la explotación agraria.

Las corrientes de influencias literarias y artísticas –lo mismo que el comercio– actuaron en las dos direcciones de la ruta jacobea: leyendas épicas, canciones de gesta influyeron en la lírica hispano cristiana y en el cancionero. A su vez, los reinos cristianos de la península Ibérica sirvieron de enlace con la civilización musulmana y gracias a las relaciones que la peregrinación a Santiago fomentó, y a la labor de los traductores de Toledo, fueron conocidas en el resto de Europa las creaciones filosóficas y culturales de la antigüedad greco-latina y de la ciencia y la filosofía arábigas.

Lo mismo que se ejercieron influencias artísticas de otros países de Europa, mediante las peregrinaciones a Compostela, éstas contribuyeron a difundir, allende los Pirineos, formas arquitectónicas musulmanas, como el modillón de lóbulos y el arco lobulado, presentes en creaciones del romá­nico francés. Los peregrinos a Compostela fomentaron las influencias recíprocas culturales, artísticas y económicas en la Europa de Occidente. Revitalizaron con ello las viejas creaciones de la civilización greco-latina, enriquecidas en la Edad Media con los saberes y experiencias arábigas y del Oriente Lejano, de tanta trascendencia en la evolución técnica europea.

 

El camino de Santiago: Europa a la vista

La ruta jacobea unió el Occidente cristiano –el fininisterrae gallego– con las zonas más vitales de Europa, en los siglos XI, XII y XIII. En el siglo XIII, el corazón de Europa estaba situado en las proximidades de París, de la Corte y de las famosas ferias de Champaña, a las que acudían los merca­deres más acaudalados y emprendedores, flamencos, franceses, italianos y los banqueros, que aceptaban depósitos, cambiaban y prestaban monedas. En el siglo XIII, se cruzaban en Francia las grandes rutas comerciales de Europa y, entre ellas, y de importancia primordial, la jacobea. Las relaciones entre las tierras septentrionales del continente y las del Sur se hacían por vías terrestres. Por esta razón, se suele afirmar que “el siglo XIII, científico, averroísta y aristotélico, es de preponderancia parisina”.

A finales del siglo XIII –1295– una galera genovesa cruza el estrecho de Gibraltar. Inaugura con ello la vía marítima que enlazará, en el futuro, la Europa mediterránea con la del Norte y que surcarán naves venecianas, cata­lanas y de otras zonas mediterráneas. La comunicación marítima, segura y regular, entre los puertos del Mediterráneo y los de las tierras del noroeste de Europa originará la decadencia de las viejas rutas terrestres, y la de las ferias de Champaña. Florecerá Brujas, en el mar del Norte, y las ciudades del Sur, como Aviñon, Roma, Florencia. La ruta jacobea dejará de ser la importante vía comercial que había sido en los siglos XI, XII y XIII.

La decadencia de las peregrinaciones llevará a que, en el siglo XVI, los romeros mendicantes a Santiago sean equiparados a los buhoneros, mero­deadores y gitanos. Así se establecerá en las ordenanzas de Berna del año 1523: se les prohíbe alojarse dentro de la ciudad. En Friburgo de Brisgovia –ciudad católica–, en ordenanzas de 1565, también se controla la presencia de los peregrinos a Santiago. En la misma ciudad del Apóstol, en las ordenanzas de 1569, se afirmará y describirá que llegan y acuden a ella “gran cantidad de velitres, unos llagados de males contagiosos y otros contra­hechos de diversos modos y maneras y gran quantidad de vagabundos hombres mogos y mogas y mujeres sin tener oficio ni lo usar ni tomar amo, todos so color y causa de la romería y devoción del glorioso Apóstol Señor Santiago”. A la vista de tal afluencia, se dispone que “en ninguna manera ningún pobre pidiente de ningún mal ni enfermedad que sean”, que llegara a la ciudad, en romería o en cualquier otra forma, no parase ni estuviese en ella “más de tres días, contando por uno el que entrare y otro el que saliere”. Si pasase de este tiempo la permanencia, el romero habría de ser aprehen­dido para ponerlo en el rollo y atarlo a él durante cuatro horas. Si perma­neciese aún más tiempo en la ciudad “sin tener amo”, habría de recibir “doscientos agotes públicamente”.

 

«En 1295 una galera genovesa cruza el estrecho de Gibraltar: inaugura con ello la vía marítima que enlazará, en el futuro, la Europa mediterránea con la del Norte y que surcarán naves venecianas y cata­lanas, entre otras»

 

El aumento del número de mendigos –o que se mantuviera, al decaer las peregrinaciones– llevó a que los monarcas legislaran para controlar una afluencia que se consideraba nociva. En las Cortes celebradas en Valladolid en 1523; en las de Toledo de 1525; en las de Madrid de 1528, y en otras posteriores, hasta las de Valladolid de 1558, se trató de los medios de pedir limosna los peregrinos y extranjeros que venían en romería a la iglesia de Santiago. Se les permitió ir y venir libremente, “pidiendo limosna por su camino derecho, no andando vagabundos a pedir por otras partes”, pues no se consentía esto a los naturales del Reino. Felipe II, por Pragmática de junio de 1590, prohibió usar el hábito de peregrino a toda persona “de estos nuestros reinos”, de cualquier calidad que fuese. El romero habría de tener y llevar licencia de la justicia ordinaria del lugar de donde fuere vecino. Los peregrinos habrían de ir en derechura a los lugares a los que fuesen en romería, sin que pudiesen “divertirse del dicho camino pidiendo limosna”. Habrían de llevar, además, “dimisorias firmadas y selladas con la firma y sello del Prelado, en cuya diócesis estuviere el lugar de donde fuesen vecinos”. A los extranjeros, sí se les permitía entrar en el Reino con el hábito de romeros y peregrinos y llevarlo durante el tiempo de su viaje, “sin pena alguna”. Tenían que traer las mismas dimisorias de sus Prelados y someterse al control de las justicias a su entrada y tránsito.

Los escritores ilustrados y los políticos del Siglo de las Luces fueron críticos de la peregrinación, cuando ésta incluía los hábitos de la mendiguez. En unos Discursos Políticos y económicos para que España se restablezca de la situación en que se halla e iguale en opulencia a las mayores monarquías de Europa, escritos en 1776, se recomienda que sean recogidos los extranjeros que vienen a España con capa de peregrinos. Afirma el autor de los Discursos que enseña “la experiencia de los viajantes a Roma” que el “principal ejercicio” de éstos es venir a Santiago de Galicia “con la confesión de Roma y Loreto, tomando su camino por Barcelona, las Castillas, reino de León y Galicia”. Al regreso, provistos de la Compostela, o pasaporte que se les daba para que las autoridades locales les concediesen licencia de pedir limosna durante tres días, pasaban por las montañas de Santander, Vizcaya y Navarra. Desde allí, por distintos caminos, se dirigían a Roma. Parece que había gentes que “en este continuo ejercicio”, pasaban la vida “empeñando a los fieles, a título de un falso voto, a su socorro, y que se dedicaban a ello “jóvenes robustos que pudieran emplearse en el ejercicio de las armas”. Gastaban en Italia los dineros que obtenían de limosna en España y en Francia, por no engañar, “con su fingido voto”, a los italianos.

Reinando Carlos III, por Declaración y Cédula de noviembre de 1778, se mandó a todos los Tribunales y Justicias que examinasen los papeles de los peregrinos, su estado y naturaleza y el tiempo que necesitasen para ir y volver, señalándoselo en el pasaporte. De no someterse a lo establecido, los contraventores habrían de ser tratados como vagos, aplicándoles las penas señaladas por las leyes del Reino, destinándolos al servicio de mar y tierra, si fuesen hábiles. En caso de no serlo, habrían de ser recogidos en las casas de caridad y misericordia, para que en ellas se les dedicase “al trabajo y oficios”. Si los peregrinos contraventores fuesen eclesiásticos, habrían de concurrir los ordinarios con su jurisdicción a lo que correspondiese. Las justicias habrían de hacer los procesos “de nudo hecho”. Se encargaba a los arzobispos, obispos y demás ordinarios eclesiásticos de que concurriesen “con la debida armonía”, en la parte que les tocase, “a contener estos desórdenes y contravención a las leyes y demás disposiciones”, en que que­daban comprendidos “tanto los peregrinos extranjeros como los naturales, sin diferencia alguna, procediéndose en todo ello breve y sumariamente”.

Los peregrinos originaban, en el siglo XVIII, y desde mediados del XVI, problemas de mendiguez y de vagabundaje. Los monarcas establecieron controles y prohibiciones. Ya no venían reyes y prelados con sus séquitos. Ahora habrá mayoría de mendigos y vagabundos. Siete siglos antes, Alfonso VI en León y Castilla; Sancho Ramírez en Aragón y Navarra, y luego sus sucesores, habían comprendido la importancia de las peregrinaciones para la economía y la vida de sus reinos, por lo que fomentaron la reparación de caminos y puentes y la edificación de alberguerías y hospitales. Conce­dieron también exenciones y privilegios a los peregrinos, dándoles la paz personal que les colocaba bajo la protección del soberano. Quedaba, así, garantizada la seguridad de la persona y de los bienes del peregrino. Se condenaba con graves penas a quienes perturbaran la paz del rey, por lo que los romeros podían ir y venir seguros, lo mismo que los mercaderes. En el Fuero Real de España aún se prescribirá que los romeros –y sobre todo los que vienen a Santiago– quienesquiera que sean, ellos y sus acompa­ñantes, con sus cosas, “seguramente vayan, e vengan, e finquen”. Se prohíbe que “ninguno no les haga fuerza ni tuerto, ni mal ninguno”. Aunque esta ley del Fuero Real se incluyó en la Novísima Recopilación, publicada en 1805, aparece entonces como recuerdo del pasado glorioso de unas peregrina­ciones que contribuyeron a la formación de Europa en los siglos XI y XII.