POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 10

Europa y los años de Reagan

Paul Johnson
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Los años ochenta han sido buenos para Occidente. Tanto en los Estados Unidos como en Europa se ha vivido una década de creciente prosperidad, promesas tranquilizadoras y estabilidad. Los años sesenta vieron surgir quimeras y fantasías utópicas sin fundamento, los setenta, por el contrario, decepción, esperanzas fallidas y temores crecientes. La década de los ochenta ha sido un período realista en el que los asuntos mundiales, y especialmente los que afectan a Occidente, se han planteado sobre bases más firmes y concretas.

Por encima de otras consideraciones, estos años han estado marcados por el retorno a la confianza en las disciplinas y recompensas del sistema de mercado y, paralelamente, por la pérdida e la fe en soluciones de carácter colectivista y en la capacidad de las economías planificadas para funcionar. El capitalismo parece haber recobrado su energía emprendedora. El socialismo marxista se muestra moribundo, salva quizá en ese refugio de las causas perdidas que son los campus universitarios.

En toda esta evolución, Ronald Reagan ha representado un papel trascendental, algunas veces como símbolo, otras como protagonista activo. Sin él no podemos imaginar los años ochenta. Futuros historiadores podrán denominar a este período la década Thatcher, incluso cabría que estuviesen tentados de llamarlo década Gorbachov, pero, desde mí punto dé vista, es mucho más probable que se inclinen por calificarlo como los años de Reagan. Es el carácter afable de este hombre poco corriente, reflejo de una atractiva combinación de sabiduría y sencillez, el que ha dado un colorido inconfundible a una década en la que los pueblos de Occidente alcanzaron mayor bienestar y seguridad.

Estas afirmaciones son más que una impresión subjetiva, se basan en sólidas razones. En los últimos cincuenta años hemos aprendido una lección: el bienestar del mundo depende, ante todo, de la búsqueda razonable de objetivos comunes…

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