POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 143

Libia y el viejo dilema de la intervención

Juan Tovar
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Mantener áreas de influencia, imponer la democracia o defender los derechos humanos. Con diferentes justificaciones según la época, la intervención –militar o no– en los asuntos internos de otros Estados es uno de los debates constantes de la política internacional.

El 28 de marzo de 2011, el presidente Barack Obama lanzó un discurso en el que justificaba su decisión de intervenir en Libia, conforme a la resolución 1773 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que establecía una zona de exclusión aérea para proteger a la población civil de los ataques del dirigente libio Muammar el Gaddafi. A la hora de justificar su decisión frente a los críticos de la intervención –entre otros el secretario de Defensa, Robert Gates, y el consejero de Seguridad Nacional, Tom Donilon–, Obama planteaba dos argumentos: uno, la protección de civiles inocentes y la masacre que podría producirse en caso de que el líder libio triunfase en los combates frente a los rebeldes; y dos, la necesidad de evitar que otros dictadores optaran por mantenerse en el poder mediante el uso de la fuerza en el contexto de las revueltas árabes.

Los acontecimientos recientes han motivado la resurrección de viejos debates en la disciplina de las relaciones internacionales, que parecían enterrados en las arenas de Irak, ante los malos resultados cosechados en pasadas intervenciones fundamentadas sobre la base de la democracia o los derechos humanos. El dilema sobre la intervención o no intervención, indudablemente uno de los de mayor interés en el ámbito de la política internacional, está de nuevo de actualidad.

¿Cuáles son las lecciones de pasadas intervenciones? ¿A qué dilema se enfrenta el estadista ante la decisión de involucrar a su país en una intervención en territorio extranjero?

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