POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 147

Primeras crónicas de la revolución orgullosa

Pablo Colomer
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Las respuestas satisfactorias escasean; las buenas preguntas, sin embargo, empiezan a brotar ya de las mentes más afiladas. En España, Bassets y Naïr, cada uno en su atalaya, son dos de ellas.

El año de la revolución, de Lluís Bassets. Madrid: Taurus, 2012. 400 págs.

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La lección tunecina, de Sami Naïr. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011. 304 págs.

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«El primer requisito del historiador es la ignorancia, una ignorancia que simplifica y aclara, selecciona y omite”. Uno de los grandes cronistas de entreguerras, Edward Hallet Carr, recordaba las palabras de su colega Lytton Stratchey al explicar la carga del historiador ocupado en la era contemporánea. A este le incumbe la doble tarea de descubrir los pocos datos relevantes y convertirlos en hechos históricos, y de descartar los muchos datos carentes de importancia por ahistóricos, explica Carr. En resumen: traba­jar en pro de una ignorancia purgadora. En esta época de sobreinformación o “infointoxicación”, en palabras de Daniel Innerarity, donde lo relevante queda sepultado por toneladas de irrelevancia, la carga del cronista o historiador de primera línea, del periodista dedicado a los grandes asuntos de nuestro tiempo –las revoluciones, por ejemplo, escualo de aguas turbulentas–, es si cabe más onerosa.

A día de hoy, sabemos que todo empezó con un mechero. El 17 de diciembre de 2010, un vendedor ambulante de 26 años llamado Mohamed Bouazizi se prendió fuego en la ciudad tunecina de Sidi Bouzid, en protesta por la actuación de la policía, que le había impedido vender fruta en la calle. Ese mismo día las protestas estallaron en las calles de su localidad, organizadas vía teléfonos móviles, Facebook y Twitter, extendiéndose enseguida por todo el país hasta llegar a la capi­tal, Túnez. Bouazizi murió en la cama de un hospital el 4 de enero. El 28 de diciembre recibió la visita de…

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