POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 178

Justin Trudeau, primer ministro de Canadá. GOBIERNO DE CANADÁ

#Polext178: Desde Canadá

El país celebra este año su 150 aniversario y parece haber cumplido el mandato de su ley fundamental en medio de la admiración internacional y el orgullo nacional.
Editorial
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«Paz, orden y buen gobierno” figuran en la Ley Constitucional de Canadá de 1867. El país celebra este año su 150 aniversario y parece haber cumplido el mandato de su ley fundamental en medio de la admiración internacional y el orgullo nacional.

La consolidada “marca Canadá” se asienta en dos pilares, interno y externo. En el interior, existe una alta confianza de los canadienses en un gobierno que, con pocas oscilaciones, combina una política liberal en la economía y el comercio con un Estado protector del bienestar y la diversidad. En el exterior, el idealismo de Canadá, su defensa del multilateralismo, de la promoción de la paz, la cooperación y los derechos humanos han resultado ser una política prágmática para los intereses del país y fortalecedora de la identidad canadiense.

“El desarrollo de esta nueva identidad, omnipresente pero no paralizante, fuerte y a un tiempo tolerante, fue posible en parte por un sistema constitucional y legislativo que dejaba espacio para que comunidades e individuos fueran ellos mismos sin dejar de ser canadienses”, escribe Leonid Sirota en POLÍTICA EXTERIOR. Aunque solo fuera por eso, merece la pena adentrarse en el segundo país más grande del mundo. Junto a la original y difícil formación de la “canadianidad”, el país ha encontrado su lugar en el mundo como “internacionalista constructivo”, útil para la gestión de los asuntos globales. En todo esto hay ideas interesantes para España y los países latino­americanos.

Ante el entusiasmo general por Canadá y su actual primer ministro, Justin Trudeau, cabe recordar la advertencia de Michael Ignatieff: “lo que funciona en Canadá puede no funcionar en otro lugar”. La historia, geografía, raíces culturales, estructura económica y población, hacen de Canadá un país difícilmente comparable a ningún otro. Su vocación occidental y su vínculo con Estados Unidos –con el que comparte la mayor frontera internacional– lo convierten en un socio buscado y dispuesto a una cooperación que equilibre el peso irremediable que supone su único país limítrofe.

 

El idealismo canadiense, su defensa del multilateralismo, la promoción de la paz y los derechos humanos son una política pragmática para los intereses del país

 

Aunque los viejos conflictos –entre católicos y protestantes, entre francófonos y anglófonos– no han desaparecido del todo, en la actualidad el desafío no está en el decaído independentismo de Quebec, sino en la situación de los cerca de 1,4 millones de indígenas. Divididos en tres grupos –primeros pueblos, inuit y métis o mestizos– estos canadienses registran tasas de pobreza muy por encima de la media del país y alarmantes índices de suicidio y alcoholismo. El fracaso en la integración de la población aborigen contrasta con el éxito de Canadá en la acogida de inmigrantes y refugiados. Un quinto de la población de Canadá ha nacido fuera del país. En 2016 recibió 321.000 inmigrantes y para 2021 se prevén 450.000.

Cerca del 80% de ellos adquirirá la nacionalidad. Su sistema de evaluación por puntos y, sobre todo, la barrera natural que el Ártico supone en el Norte y EEUU en el Sur, hacen irreplicable la política de inmigración canadiense.
Canadá ha acogido hasta la fecha a 40.000 refugiados sirios. Las Naciones Unidas ponen de ejemplo el programa de “patrocinio privado” de Canadá, por el que familias o grupos de ciudadanos se hacen responsables del apoyo a los refugiados durante su primer año. Esta práctica no solo favorece la integración sino que da a la sociedad canadiense un mayor sentido de apertura.

La conexión con Rusia por el Ártico, con China por el Pacífico y con la Unión Europea por el Átlántico dan a Canadá un lugar privilegiado en el sistema internacional. Sin embargo, este lugar se ve condicionado por su vecino del Sur. “La relación con EEUU ha puesto a prueba a los gobiernos canadienses desde el momento de la Confederación”, señala Colin Robertson. La presidencia de Donald Trump ha obligado a Trudeau a ajustar su propósito de “volver al mundo” anunciado tras su victoria en las elecciones de 2015.

Con visiones opuestas en cambio climático, comercio e inmigración, hoy la renegociación del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) es la prioridad para Trudeau. Sabe que la prosperidad de su país depende de la relación con EEUU.

En América Latina, México es el socio primordial, pero Canadá intenta desde hace años ampliar su presencia en el conjunto de la región, donde ya tuvo un papel destacado en Cuba y Haití. Venezuela podría ser ahora un escenario para la reafirmación del compromiso internacional de Canadá y de su búsqueda de una política exterior diferenciada de la de EEUU.