POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 59

Banderas polacas y de la OTAN en el Parlamente polaco, el 16 de marzo de 1999. PIOTR MALECKI/GETTY

Polonia en la OTAN

La ampliación de la Alianza hacia Polonia, República Checa y Hungría marca un hito en la historia de estos países, poniendo fin al legado de Yalta. Pero la satisfacción creada implica nuevas responsabilidades.
Jan Kieniewicz
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La decisión tomada en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid el pasado mes de julio sobre la admisión de Polonia, la República Checa y Hungría es, como dijo en Varsovia el presidente Bill Clinton, la apertura de una puerta que ya no va a cerrarse. No cabe duda de que los polacos han tenido su momento de satisfacción, ya que esta decisión coronaba el esfuerzo de los gobiernos y del pueblo de Polonia, liberada en 1989 de una impuesta relación de dependencia. Fue una alegría más que justificada, ya que la adhesión a la OTAN cumple los deseos de muchas generaciones que, por “vuestra y nuestra libertad”, derramaron su sangre “desde las playas de Normandía hasta las calles de Varsovia”. Por ello, la decisión de la cumbre tiene una dimensión histórica: permite volver al punto de partida, suprimir y superar las fatales consecuencias de Yalta.

El éxito de Polonia, la República Checa y Hungría significa una oportunidad para la Alianza, la oportunidad de la Europa unida; en definitiva, la oportunidad de estas naciones que ven ahora colmada su esperanza de tomar el mismo camino. Estas naciones raras veces han gozado de momentos de una satisfacción similar.

Los países de la Europa central y del Este conocen bien el precio de la libertad y la carga de la esclavitud, por lo que, aparte de esa satisfacción y alegría, son conscientes también de su nueva responsabilidad. Sobre ella hablaron los presidentes de Estados Unidos y Polonia. No hay duda alguna de que el cumplimiento del deseo de cien años de libertad y seguridad de una Europa indivisible depende de nuestra capacidad de estar a la altura de esa responsabilidad. De cara al futuro, no se trata sólo de proceder con la ratificación, demostrar la disposición para cumplir los requisitos y los criterios de la pertenencia. Habrá también, sobre todo, que afrontar nuevos desafíos, como confirma la invitación a participar en la Alianza. El más importante de esos retos es la creación, en nuestra parte de Europa, de una realidad que consolide la seguridad común y garantice el triunfo de las transformaciones emprendidas desde 1989.

 

«Si queremos alcanzar la seguridad en la OTAN y gracias a la OTAN tenemos que llevar a cabo un programa de consolidación de Ucrania, Lituania, Letonia y Estonia»

 

La más importante responsabilidad está relacionada con la desaparición de las líneas divisorias de Europa. Es una señal para recuperar las dimensiones históricas del continente. La primera apertura de la Alianza implica mucho más que un desplazamiento mecánico de la frontera de defensa de los países miembros. La cumbre de Madrid se vio acompañada por un gesto histórico de acercamiento emprendido por la Alianza hacia los vecinos del este de Polonia: Ucrania y los países bálticos. Esto fue posible también gracias al hecho de que las relaciones entre nuestros países han ido bien. Fue de este modo cómo las decisiones de la cumbre adquirieron su verdadero sentido. Polonia, al declarar su deseo de apoyar el proceso de ampliación, expresaba el elemento más importante de su razón de Estado. La soberanía de nuestros vecinos y la consolidación de las condiciones que garanticen a todos su seguridad son partes de ella. Si queremos alcanzar la seguridad en la OTAN y gracias a la OTAN tenemos que llevar a cabo un programa de consolidación de Ucrania, Lituania, Letonia y Estonia. Para toda esta región es una cuestión tan importante como las garantías de soberanía para los países que, hasta 1989, habían sido dependientes de la Unión Soviética.

Que no se mencione aquí a Bielorrusia no significa que su futuro sea menos relevante. Lo que ocurre es que es mucho más difícil actuar en favor de ese futuro mejor cuando las autoridades bielorrusas tomaron la dirección opuesta al desarrollo de la Alianza. Polonia quiere y debe interceder por la vinculación de Bielorrusia con la OTAN, porque la independencia de este país es inseparable de las necesarias soluciones globales en esta parte de Europa que deberíamos volver a llamar Intermarium. Sin embargo, ello no

debe percibirse como una intervención en los asuntos internos de nuestro vecino.

¿En qué puede consistir el papel de Polonia como un país que se abre a las perspectivas de la ampliación y la consolidación de la seguridad europea? Esta pregunta no puede plantearse sin tener en consideración a Rusia. Es ella quien decidirá el futuro de los países recién liberados de su dominio, algunos desde hace varios siglos. Tampoco se puede tratar a Polonia como miembro de la OTAN sin precisar su relación con Rusia. Esto significa que habrá que plantear una visión global de la región Intermarium como parte integral de Europa. Aquí, en cambio, conviene subrayar que el hecho de garantizar la seguridad en Europa exige cambios en Rusia de tanta importancia como la superación de los conflictos intereuropeos.

Polonia ha sido invitada a la OTAN a pesar de un categórico y consecuente niet del Kremlin. Nuestro papel no consiste, sin embargo, en recibir la aceptación de Moscú. La cumbre de Madrid ha tenido por objeto demostrar que, pese a la colaboración especial entre la OTAN y Rusia, se abandonó la idea de saciar el “apetito ruso” a costa de los países que forman Intermarium. La decisión del 8 de julio señala que la Alianza cree que Rusia ha abandonado la idea de aumentar su poder mediante la ampliación de su territorio y seguir definiendo como de su interés ciertas zonas más allá de sus fronteras. Esta convicción encuentra sólidos fundamentos en el análisis de la actual realidad rusa.

 

Polonia y Rusia

Polonia se compromete a realizar la tarea de convencer a sus aliados de que la ampliación de la OTAN no despertará en Rusia la voluntad o necesidad de la vuelta a la doctrina imperial. Polonia es demasiado pequeña para que pueda constituir amenaza alguna para Rusia. Pero, hace cincuenta años, Polonia era aún más pequeña y débil y las potencias admitieron el argumento de la necesidad de subordinarla para garantizar la seguridad de la Unión Soviética. La debilidad de Polonia no es ningún argumento para nadie. Polonia como aliado tiene que ser un país fuerte y responsable.

Polonia no tiene ningún interés en crear la impresión de que Rusia sea o pueda llegar a ser una amenaza. Pero, por otra parte, a pocos les interesan los temores polacos ante el renacimiento de las aspiraciones imperialistas rusas. A la hora de solicitar nuestra admisión a la Alianza, subrayamos que esto iba a fortalecer el orden democrático en Polonia y a aumentar la posibilidad de la democracia en Rusia. Hay que completar lo ya dicho: la ampliación de la OTAN no debilita a Rusia; al contrario, crea las condiciones necesarias para transformarla en un fuerte y seguro aliado de la política mundial. La razón es obvia. La ampliación de la OTAN significa que Ucrania fortalecerá su soberanía. Si la OTAN permaneciera sin transformarse, la situación sería idónea para crear las oportunidades del regreso a una indefinida zona gris en la que la seguridad estaría basada en el equilibrio de fuerzas. Es el peor escenario posible, no sólo para Ucrania y Polonia, sino también para el conjunto de Europa.

El sentido de responsabilidad exige señalar que la aversión hacia Occidente no es una particularidad inherente de los rusos. Fue, más bien, el imperialismo ruso el que eliminó todo lo europeo. Rusia, tras haber cumplido en la época soviética los sueños más queridos por los zares, se encontró más lejos de Europa que antes de 1914, precisamente porque de forma metódica rechazó los valores que formaban la civilización europea. El fracaso del comunismo liberó a las naciones y abrió las posibilidades de restituir a estos valores su papel constitutivo. Las naciones de Intermarium, a lo largo de muchas generaciones, lucharon por el mantenimiento del lazo civilizador y eso fue más importante que las decisiones formales en cuanto a las fronteras. Ésta es la razón por la que Europa renació tan rápidamente y de forma tan espontánea, y este hecho tuvo una importancia decisiva en la voluntad de vincularse con la OTAN y en la capacidad de crear el sentido compartido de seguridad.

No es verdad que los rusos se dejen llevar por la obsesión ante el “acercamiento de la OTAN a sus fronteras”. Estas son las reacciones de ciertos ámbitos políticos que buscan el modo de desviar el proceso de transformación. Los ciudadanos de Rusia no han dado una respuesta afirmativa a esos llamamientos. Piensan sobre su país de una manera más pragmática de lo que le parece a otra gente temerosa de la visión de unas reacciones violentas. Podría decirse que precisamente el desplazamiento de la frontera de la OTAN y la consolidación de la soberanía de los países de Intermarium permite a Rusia definir su posición ante Occidente. Esta diferencia fundamental la perciben, muy claramente, muchos analistas y políticos rusos. Pero, sobre todo, ésta es la reacción de la mayoría de los rusos. El precio de la consolidación de la democracia es el rechazo de la dominación geopolítica con vistas al fortalecimiento de su propia identidad y mejora de su bienestar. Éstos no son sólo buenos consejos para Rusia, sino, más bien, una advertencia para Polonia. Su responsabilidad consiste en que tenga que recordar hasta qué punto puede influir en estos procesos, sea positiva o negativamente.

 

«Es precisamente la ampliación de la OTAN lo que permite a Rusia definir sus fronteras, es decir, significa el fortalecimiento de las tendencias hacia la construcción de la identidad de Rusia»

 

Sin ninguna exageración hay que enfatizar el hecho de que la continuidad del éxito de la transformación polaca constituye un ejemplo para el cambio político y económico de Rusia. Este camino es largo y arduo, pero no son amigos de Rusia los que ceden con temor ante la vuelta del samodurstwo imperial. Si no fuera por el proceso de ampliación de la OTAN, tampoco sería posible imaginarse el reconocimiento de la independencia de Ucrania. Desde un punto de vista más general, es precisamente la ampliación de la OTAN lo que permite a Rusia definir sus fronteras, es decir, significa el fortalecimiento de las tendencias hacia la construcción de la identidad de Rusia sin alegar el misticismo de las inmemoriales tierras rusas.

Polonia ha de demostrar que, al entrar en la OTAN, no sólo no causará el triunfo del “nacionalismo ruso”, sino que, al contrario, fortalecerá las posibilidades de la democracia rusa. Polonia no tiene y no puede tener más influencia en los destinos de Rusia. Pero, indirectamente, sí tiene una influencia negativa: su responsabilidad consiste en asegurar su propio destino, porque fue la debilidad de Polonia la que durante siglos incitó a Rusia en sus deseos de extender las fronteras. Las conclusiones históricas son inequívocas. En la linde oriental de Europa se necesitaban unos países estables con identidades nacionales bien perfiladas. Polonia cumple estos requisitos. Integrándose en las estructuras euro-atlánticas, trabaja en favor de un proceso semejante en los países vecinos.

La respuesta a los que dudan de nuestra capacidad de aceptar desafíos es inequívoca. Es una cuestión de existir o no existir para el país y la nación. Si hablamos, pues, de “plaga de los nacionalismos” como la próxima amenaza, tras los totalitarismos, para el futuro de Europa, hemos de tomar en consideración dos factores. El nacionalismo fue una de las fuerzas que derrumbaron el sistema soviético. Su extremismo lo debe al ambiente totalitario en el que creció. A las naciones con una identidad recién recuperada no se les puede reprochar el nacionalismo, particularmente con el argumento de “no irritar a Rusia”. El nacionalismo siempre ha sido un instrumento útil de dominación rusa en el territorio de Intermarium. El desafío consiste, pues, en la capacidad de mantener la identidad nacional y vencer la tentación del odio. Aquí el papel de Polonia es clave.

Al adherirse a la OTAN, Polonia tiene que resolver muchos problemas prácticos. No obstante, no se puede perder de vista una perspectiva más amplia, resultante de la existencia de un gran espacio que aún se siente “entre” y no suficientemente “dentro”. El papel de Polonia es aquí más importante y difícil que el de los otros dos países. Debería, pues, proponer una política coherente en cuanto a la región, dirigida no sólo por su propio interés, sino teniendo en cuenta la sensibilidad de los demás. La reconciliación franco-alemana fue objeto y base de la unificación de Europa. La resolución de la cuestión de fronteras y vecindad entre alemanes y polacos abrió la perspectiva del siguiente paso hacia la creación de una Europa nueva. En la OTAN, Polonia asume la responsabilidad de encontrar soluciones concernientes a las relaciones polaco-ucranianas. Esto significa la introducción de la democracia y del Estado de Derecho en toda la región post-soviética.

Por primera vez desde hace siglos, Polonia y Ucrania se juegan su futuro como aliados. Por primera vez también, Polonia puede y debe mostrar a Europa una visión de las cosas en la región que resulta de un diálogo con los aliados. Dos antiguas máximas encuentran aquí su realización: “Libres con libres, iguales con iguales” y “Nada sobre nosotros sin nosotros”. Esto significa, en particular, que, Rusia sin amenazar a los demás, no es un aliado imprescindible ni principal de este diálogo.

La importancia histórica de la cumbre de Madrid deriva no sólo de la superación de la inercia y el rechazo de la filosofía de Yalta. Ésta es la cuestión de fondo de una nueva naturaleza de la Alianza que, siguiendo la misma filosofía, asume nuevas tareas que en su conjunto corresponden a una nueva realidad, es decir, la ampliación como un impulso vivificador y no como una carga difícil de explicar. La Alianza sale fortalecida tras la cumbre porque ha sabido llevar a cabo una política de defensa y seguridad a largo plazo. Las voces en contra de la ampliación se referían, sin embargo, a problemas interiores. Una parte de ellos puede llegar a constituir un desafío positivo muy grave, es decir, lo que se refiere a los pasos indispensables que van a mejorar y modernizar las estructuras de mando en la Alianza. Lo que llama la atención, entre estos argumentos, es la convicción de que la OTAN, al ampliarse en contra de la opinión de Rusia, crea una tensión absolutamente innecesaria. Esto no siempre es el resultado directo de una hábil diplomacia y propaganda del Kremlin. En ámbitos muy influyentes de Occidente subsiste la idea de que Rusia es un aliado indispensable y cómodo. Pero la cumbre cambia, de una manera esencial, esta percepción del problema. La declaración de admisión a los tres países hace de ellos sujetos y elimina la tentación de tratar a esta parte de Europa sólo como objetos.

 

«La Alianza encomienda a Polonia un papel significativo en la solución de un dilema secular, expresado en la pregunta de cómo no rechazar a Rusia sin dejarla, a la vez, que devore cada vez mayores territorios europeos»

 

En esto pienso cuando hablo de satisfacción. Los polacos han repetido desde hace dos siglos que pertenecen a Europa y que el desplazamiento de Rusia hacia Occidente conduce a la limitación del alcance de lo europeo. Semejantes opiniones no fueron bien recibidas ni tras la Primera Guerra mundial ni tras la Segunda. Si bien en el siglo XIX ese tipo de advertencias fue considerado como fantasías, a finales del siglo XX se consideran como una comprensible pero arcaica xenofobia. La cumbre nos produjo una gran satisfacción porque encomienda a Polonia un papel significativo en la solución de un dilema secular, expresado en la pregunta de cómo no rechazar a Rusia sin dejarla, a la vez, que devore cada vez mayores territorios europeos. Nuestra entrada en la OTAN no significa que la Alianza, tras haber satisfecho a Rusia, no deje que ésta le dicte condiciones en cuestiones principales.

¿Es realmente el Consejo OTAN-Rusia un instrumento de coparticipación? Quizá ya se haya dicho casi todo sobre este asunto sin tocar lo esencial. Manteniendo la regla “Russians out, Americans in”, la Alianza no permitió que se deformaran sus tareas ni que se diluyera el núcleo del problema. La OTAN constató que tres países invitados a las negociaciones pueden y deben desempeñar un papel esencial en la defensa de todo lo que una vez fue llamado el mundo libre. Ello implica que la defensa de la libertad sigue siendo el objetivo prioritario. Así, las opiniones sobre el carácter agresivo de la decisión de ampliar la OTAN no han sido confirmadas, tal como el agotamiento previsto del concepto de la Alianza. Merece la pena recordar que todavía a principios de 1991 se hicieron esfuerzos para presentar el Pacto de Varsovia a los ingenuos como una unión de países que equilibraba el imperialismo norteamericano. La OTAN demostró su durabilidad como estructura de defensa.

Se expresaron también numerosas reservas acerca de la ampliación como una perspectiva que cambia la identidad de la Alianza. Hubo muchos partidarios de liberar a la OTAN de sus atributos de defensa a favor de una estructura de seguridad y colaboración general. Aún hay quienes temen semejante posibilidad. A pesar de las posiciones opuestas, ambas tendencias no favorecían a nuestras aspiraciones. Observamos con satisfacción que en la cumbre estas posiciones han sido vencidas. Éstos son los hechos que abogan por el rechazo de la tesis sobre el carácter antirruso de la Alianza. Los nuevos miembros aportan experiencias con Rusia que son indudablemente difíciles de asimilar, pero no están animados por el espíritu de venganza. Las decisiones de la cumbre nos traen la satisfacción en el sentido de permitirnos construir un programa de seguridad que esté libre de las acusaciones de provocar a Rusia. Los habitantes de Intermarium pueden demostrar de una manera muy fácil que, pensando así, la misma idea de independencia nacional ya constituye una provocación. No obstante, la evidencia de estas conclusiones no cambiaba nada porque no se los trataba como a unos aliados iguales. La decisión de la ampliación muestra que la OTAN consiente la provocación de Rusia, creyendo que esto favorece su transformación.

 

‘Vencedores y vencidos’

Todavía durante el debate se empezó a hablar sobre vencedores y vencidos. La satisfacción, lógicamente, no está repartida de una manera uniforme. No se puede, en cambio, tratar el proceso de ampliación de la OTAN como si fuera un campeonato deportivo. La iniciación del proceso no garantiza su final con la entrada de todos los dispuestos a hacerlo. En realidad, la Alianza ha de garantizar libertad y no participación. La seguridad de Rumania es hoy mayor que antes de la cumbre no porque la OTAN trasladó sus fronteras. Nada se movió y vamos a tardar todavía mucho tiempo en adaptarnos a sus estructuras militares. El aumento del sentido de seguridad se debe a dos factores. La OTAN moviera ser una unión responsable con la que se puede contar. Segundo, los países actualmente admitidos señalan muy claramente su actitud favorable hacia las próximas etapas.

Sobre estas cuestiones hay que hablar abiertamente. En Rumania la auténtica reforma se empezó hace siete meses, mientras que en Polonia fue iniciada hace siete años. Pero es en Rumania donde el temor ante la vuelta de la dominación o hegemonía rusa deja verse más que en Polonia. Hace poco que Rumania estableció sus relaciones con Ucrania y Hungría. Moldavia, un territorio clásico de zona fronteriza, es para ella una dolorosa huella de la dominación rusa. Igual que los países bálticos. Se encuentran en plena transformación y en Estonia se puede hablar de un gran éxito, pero, en cambio, el temor ante la vuelta de la hegemonía rusa es muy fuerte. Ya el otoño del año pasado Friedbert Pflüger de la CDU alemana dijo en Varsovia que “ya que no es posible llevar a cabo la misión de admitir en la OTAN en la primera ronda a países como Rumania o los países bálticos, mi suposición es que se limite la primera ronda sólo a tres: Polonia, la República Checa y Hungría”. En definitiva, la omisión de Eslovenia y Eslovaquia, en cada caso, por distintos pretextos, puede ser considerada como un paso táctico que debilita los temores de que no haya una segunda ronda. Si se piensa en elaborar, antes de la plena adhesión, una política exterior y de seguridad común, Polonia tiene propuestas para estas soluciones.

El sentimiento de contento tras haber cumplido los postulados no es la única fuente de satisfacción. Ésta no viene sólo de la convicción de alguna justicia histórica. El aplauso común, el apoyo de todas las orientaciones políticas demuestran unos motivos de satisfacción más profundos. A los polacos de todas las esferas les da la impresión y en su gran mayoría están convencidos de que gracias a la entrada en la Alianza podrán influir en los destinos de su país y de toda Europa. Llevamos en nuestras manos las llaves para el futuro. En otras palabras, la satisfacción es resultado del sentido de la responsabilidad.

 

«La realidad del destino de Polonia está simbolizada por las fechas del 1 y 17 de septiembre de 1939, días de la invasión alemana y soviética»

 

La cumbre de Madrid corona nuestras gestiones, a pesar de que hay quienes dicen que de nuevo debemos algo a juegos globales que, esta vez, resultaron ser beneficiosos para nosotros. No cabe duda de que las acciones de las autoridades polacas no siempre han sido consecuentes y eficaces. Polonia, más que ningún otro país, se sentía paralizado por el hecho de recordar que está situada “entre Alemania y Rusia”. Eso no justifica las negligencias, descuidos o simplemente la falta de una visión decidida. Es importante que saquemos conclusiones de los errores cometidos, aprendiendo, a la vez, cómo aprovechar la suerte. Somos conscientes de una gran responsabilidad precisamente porque aún sentimos la carga del pasado. A veces uno se olvida de que Yalta es, más bien, un símbolo. La realidad del destino de Polonia está simbolizada por las fechas del 1 y 17 de septiembre de 1939, días de la invasión alemana y soviética. La posibilidad de crear, de nuevo, nuestro propio destino significa mucho para nosotros. Pero si alguien ve en nuestra entrada en la OTAN un rasgo de justicia, un hecho de dar razón a los principios, esto es algo positivo. Queremos participar en la construcción de la seguridad de Europa.

No obstante, los sentimientos y las reflexiones despertados en Polonia debido a las decisiones de la cumbre, no están libres de temores. Nos damos cuenta de que en Bosnia la OTAN afronta una prueba decisiva de credibilidad. Somos conscientes del hecho de que en Europa hay muchos otros focos conflictivos. Creo que los tres países aceptados en Madrid tienen mucha experiencia y saben dónde radican las fuentes de conflictos. Hay que aprovechar estas experiencias. Polonia debe buscar soluciones para situaciones conflictivas. Podemos quedarnos perplejos ante el desarrollo de la situación interior en Rusia. Debemos rechazar decididamente cualquier sugerencia sobre nuestra responsabilidad por un eventual desarrollo desfavorable de esa situación en Rusia. Afrontamos, en cambio, un desafío para encontrar soluciones para los demás problemas que amenazan la paz y seguridad europeas. Quizá hoy no nos escuche nadie. Para cambiar esta situación, debemos demostrar que somos capaces de prever y sabemos solucionar conflictos. Hay que empezar por nosotros mismos, buscar intensamente un modo de superar los conflictos históricos entre los ucranianos y nosotros. Antes de que propongamos algo para Sarajevo encontremos soluciones para Przemysl y Lwów. Éste va a ser un examen de nuestra madurez para poder participar en las estructuras de la OTAN.

La cumbre de Madrid abre la perspectiva del día 4 de abril de 1999. Es probable que Polonia, la República Checa y Hungría se sienten en la misma mesa junto con los otros dieciséis países en el quincuagésimo aniversario de la existencia de la OTAN. Esta situación simbólica depende de muchos factores, difíciles de prever. Conviene, sin embargo, observar que desde el punto de vista formal ya no se piensa en los términos “primero reforma, luego ampliación”.

El fortalecimiento del pilar europeo no puede retrasar el proceso de ampliación. Todo lo contrario, nuestros países ya en la fase de negociaciones pueden convertirse en factor que favorezca estos postulados. Las rivalidades y los conflictos de intereses entre los países de la Alianza no tocan lo sustancial: la resignación de la ampliación al Este significa incitar a Moscú a hacer más reivindicaciones. Pero a fin de mantener en Europa la paz y la seguridad hay que hacer precisamente lo contrario.

Declarándonos a favor de las siguientes etapas de la ampliación de la OTAN y prometiendo apoyar los intentos de los países con las mismas aspiraciones, damos el primer paso hacia la aceptación de responsabilidad del desarrollo de la situación. Esto significa la posibilidad y necesidad o tal vez el deber presentar soluciones a los problemas de la región.