POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 52

Tras las elecciones, la Rusia eterna

Editorial
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Cuando hace cinco años Boris Yeltsin proclamó la soberanía rusa y, poco después, desde lo alto de un tanque, la defendía frente a un grupo de opositores que pretendía impedir la firma de un pacto de relaciones mutuas entre la Unión Soviética y sus componentes, el mundo contemplaba la caída de una ideología, la crisis de un sistema y la disolución del imperio soviético.

De nada sirvieron los esfuerzos de Mijail Gorbachov, vuelto a vapulear ahora por la ciudadanía rusa, para recomponer los restos de aquello, porque su legitimidad, que procedía del Partido Comunista primero y, de forma secundaria, de un Congreso de diputados populares elegido en un remedo de comicios democráticos, era incomparablemente menor que la de este hombre que supo revalidar su mandato en las urnas con su elección como presidente de la todavía república soviética de Rusia en junio de 1991.

Cinco años han pasado ya y ni esta Rusia ni el mundo son lo que eran entonces. La prueba es que algunos de los protagonistas de aquel fracasado golpe de Estado, como el ex primer ministro soviético, Valentin Pavlov, han reconducido su actividad a los negocios y se confunden con ese tropel de nuevos rusos que comercian en el extranjero y pasan sus vacaciones en las playas de moda.

A Gorbachov le costó más tiempo impulsar su tímido proyecto de reforma. Desde 1983 empezó a dar pasos que se limitaban a separar las personas y clanes que, en el interior del partido único, se interponían en sus designios políticos. Pero sólo cuando en junio de 1988 se celebró la XIX conferencia del Partido Comunista de la Unión Soviética pudo dar un giro fundamental a la reforma que pretendía la emergencia de un nuevo sistema. En poco tiempo, las contradicciones y divergencias de la perestroika llevaron a…

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