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#Afkar50: Europa: más musulmanes y menos islam

Editorial
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En los últimos tiempos, Europa ha experimentado un importante auge de los discursos que tachan al islam de ser una religión violenta, arcaica y hostil a la democracia y a la libertad. Es una percepción que coincide perversamente con la que pregona el terrorismo de Daesh. Ambos extremos se acaban complementando, retroalimentando. Unos y otros se esmeran en esgrimir fragmentos de textos generalmente descontextualizados que justifican el uso de la violencia y apelan a conflictos –históricos y de convivencia– entre musulmanes y no musulmanes para construir las bases de una confrontación existencial: “nosotros o ellos”.

De poco sirven los intentos de desmontar esta cosmovisión, sobre todo cuando solo se centran en el factor religioso. La religión no puede ni debe explicarlo todo. Un excesivo enfoque sobre la religiosidad oculta las distintas formas en que los musulmanes deciden vivir su musulmaneidad. Hay musulmanes por legado cultural, practicantes, laicos, los que viven la religión en el ámbito privado y los que lo hacen públicamente, con sus formas de vestir, sus lugares de plegaria o sus ritos y prácticas religiosas. No existe un solo islam, igual que no existe un único tipo de musulmán.

Sin embargo, es precisamente cuando el islam se hace visible, a través de ritos, prácticas y símbolos, cuando la sociedad europea se siente más incómoda, porque preferiría limitar estas manifestaciones identitarias a la esfera privada. Pero, paradójicamente, cada vez que alguien comete un acto violento en nombre del islam se exige a los musulmanes que se movilicen y lo rechacen, no como ciudadanos europeos que son, sino como creyentes cuya religión se pone en tela de juicio por el uso torticero y execrable que unos pocos hacen de ella. En ese momento, esta supuesta comunidad –que ni es comunidad estructurada, ni es homogénea en su configuración, representada social…

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