POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 8

El líder soviético Mikhail Gorbachov y el presidente estadounidense Ronald Reagan se dan la mano después de firmar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio en Washington en 1987. GETTY

El legado de la Administración Reagan en control de armamentos

Hace 25 años los expertos predecían que entre quince y veinticinco países poseerían armas nucleares a finales de los años ochenta. Pues bien, se equivocaban. A pesar de las dificultades, el esfuerzo por evitar la proliferación nuclear ha tenido éxito.
George P. Shultz
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Hace veinticinco años los expertos creían inexorable la proliferación de las armas nucleares, predecían que entre quince y veinticinco países poseerían armas nucleares a finales de los años ochenta. Pues bien, se equivocaban. A pesar de las dificultades, el esfuerzo por evitar la proliferación nuclear ha tenido éxito.

Aquellos agoreros no previeron la capacidad de ciertos países, entre ellos Estados Unidos, para someter a control esta amenaza a la paz mundial mediante un entramado de dispositivos institucionales, compromisos legales, cauciones tecnológicas y medios alternativos para el tratamiento de los problemas de seguridad. No entendieron que el Tratado de No Proliferación trasluce la voluntad de gentes de todo el mundo. Todo ello ha infundido confianza en el empeño en la no proliferación, y el fruto ha sido un número cada vez mayor de incorporaciones al Tratado.

Siempre hemos tenido presente, al impulsar los esfuerzos en materia de no proliferación, una realidad profunda como es que no cabe mantener en secreto los conocimientos básicos nucleares. Ya en 1953 el presidente Eisenhower reconoció esa inutilidad del secreto total, cuando propuso un programa de cooperación internacional en materia nuclear. Y ése fue el principio fundamental que informó la creación del Organismo Internacional de la Energía Atómica, a saber, que el desarrollo nuclear, pacífico podía ser garantizado por el acuerdo en no acometer la fabricación de armas nucleares.

La no proliferación es compatible con una política de cooperación nuclear. El elemento clave para la seguridad es la prudente contención en la diseminación de los conocimientos y el equipo nucleares. Por esta razón seguimos absteniéndonos de prestar ayuda en la materia a naciones cuyas intenciones son sospechosas o inciertas.

El detener la propagación de las armas nucleares y de la tecnología armamentística no es suficiente. La Administración Reagan ha trabajado con afán y éxito por el logro de acuerdos sobre reducción de armamentos.

 

«La no proliferación es compatible con una política de cooperación nuclear. El elemento clave para la seguridad es la prudente contención en la diseminación de los conocimientos y el equipo nucleares».

 

La labor diplomática imaginativa y perseverante ha deparado acuerdos justos y mutuamente beneficiosos que proveen a una mayor seguridad internacional. La combinación de fuerza y diplomacia ha guiado nuestro planteamiento de las relaciones norteamericano-soviéticas.

Pero el control de armamentos y la reducción de armamentos no ha monopolizado nuestra atención. Con el presidente Reagan Estados Unidos ha tratado con la URSS –con energía y eficacia inéditas–, sobre todos los capítulos de nuestro temario de negociación. Así es como ha dado sus frutos el haber imprimido mayor intensidad de los esfuerzos desplegados en los ámbitos de control de armamentos y de seguridad militar. Un proceso asequible de negociaciones, puesta en práctica y verificación ha desembocado en acuerdos minuciosamente negociados y sólidamente fundados en principios. El punto de partida es la idea expuesta por el presidente Reagan y asumida por el señor Gorbachov en su primera reunión de Ginebra, esto es, que “una guerra nuclear no puede ser ganada ni debe nunca ser librada”.

El histórico acuerdo INF es el primero de los que hayamos negociado que establece reducciones en los arsenales nucleares, en vez de una simple limitación de todo aumento de capacidad nuclear.

En virtud del Tratado INF se elimina una categoría entera de armas nucleares. Este acuerdo demuestra que el control de armamentos puede servir para algo más que para: sancionar planes de despliegue ya existentes. Por este acuerdo se reducen y reestructuran los arsenales nucleares; es un acuerdo que promueve un mundo más seguro y estable. El Tratado incorpora rigurosas disposiciones sobre inspección, observación e intercambio de datos; todas ellas concurrirán en una eficaz verificación y sientan valiosos precedentes para ulteriores acuerdos. Esas disposiciones van a producir una situación de apertura y de contactos con espíritu, de cooperación sobre delicados asuntos militares que, con el tiempo, afectarán profundamente a la forma en que norteamericanos y soviéticos nos interpretamos los unos a los otros.

En las Conversaciones sobre Reducción de Armas Estratégicas –START– insistimos también en ese mismo empeño de reducir las armas nucleares. Llevamos ya mucho avanzado hacia la conclusión de un tratado que prevé reducciones del 50 por 100 de los arsenales estratégicos ofensivos, aunque siguen irresueltas algunas cuestiones de primera importancia. Pero las líneas generales del acuerdo y muchos de sus detalles ya están fijados, por lo cual aportan una sólida base para concluir el Tratado en fechas tempranas de la nueva Administración.

El tratado START contribuirá a la política de disuasión. Hasta que pueda ser viable un sistema de seguridad alternativo, hemos de seguir dependiendo de la existencia de la disuasión nuclear. En el futuro, previsible por ahora, tenemos que mantener el objetivo de fortalecer la disuasión nuclear y hacer que ésta funcione con niveles de fuerza más bajos y seguros. Esa es la meta de las negociaciones START.

Un Tratado START nos permitirá conservar fuerzas de respuesta diversas y con alto grado de inmunidad. Aunque: el START impone considerables reducciones de fuerzas por ambos lados –entre ellas una reducción del 50 por 100 de los ICBM pesados soviéticos– podremos avanzar en la ejecución de nuestros programas de mejora de la capacidad de supervivencia y de la eficacia de nuestros proyectiles balísticos, sean los intercontinentales, los lanzados desde submarino o los bombarderos pesados. Con las limitaciones que el tratado START impondrá sobre la amenaza, más nuestro propio programa de modernización adecuadamente conjugado con ellas, podremos garantizar más solidariamente que en ausencia de acuerdo, la inmunidad de nuestra fuerza disuasoria frente a todo ataque.

El objetivo de un acuerdo START son unas reducciones beneficiosas para la estabilidad, estructuradas de tal modo que disminuyan los alicientes que existan para desencadenar un ataque. Tal es exactamente el objeto del proyecto de Tratado que se redacta en Ginebra. Cuanto antes se concluya, mejor será para todos.

 

Exigencias de la era nuclear

El esfuerzo ininterrumpido en materia de no proliferación, la intensidad que se ha imprimido a las negociaciones, al control y a la reducción de armamentos pueden, por todo lo dicho, contribuir a responder a las exigencias que la era nuclear impone. Pero aun si alcanzamos mayor estabilidad en el plano estratégico con menores niveles de armas nucleares ofensivas, y precisamente cuando comenzamos a experimentar verdaderos progresos en materia de no proliferación, nos aguardan nuevos peligros. Hay proliferación en la tecnología más avanzada de misiles; hay proliferación de proyectiles balísticos. Cada vez más países recurren al empleo de armas químicas.

La disponibilidad de armas refinadas crea graves problemas. Pero hay dos peligros que destacan:

– El primero es la disponibilidad cada vez mayor en el mercado mundial de misiles superficie-superficie de alcance relativamente largo. En la guerra, del golfo ambos beligerantes emplearon proyectiles SCUD soviéticos. Arabia Saudí está dotándose de miles CSS-2 de fabricación china, de alcance superior a unos 2.400 kilómetros (1.500 millas). Otros países de Oriente Próximo y de otras regiones están dotándose de proyectiles balísticos. Armas de enorme potencial destructivo están llegando a manos poco respetuosas de los controles limitadores habitualmente respetados.

– El segundo es el rebrote de la guerra química, probablemente el acontecimiento más indigno y abominable de estos tiempos. Hoy las naciones se encuentran ante el hecho de que se cometen violaciones del acuerdo sobre control de armamentos más antiguo y más ampliamente respetado, como es el Protocolo de Ginebra de 1925, por el que se prohíbe el uso de gases venenosos y la guerra química. La plaga se extiende; se cometen repetidas transgresiones del protocolo.

La pesadilla más temible sería la eventual combinación de las cargas químicas de los proyectiles balísticos en manos de Estados poco respetuosos con la oposición internacional a su uso. Por esta razón, Estados Unidos ha tomado la iniciativa del sometimiento de la proliferación de ambas tecnologías.

En conversaciones bilaterales con la URSS y en la Comisión de Desarme de Naciones Unidas se han desarrollado negociaciones acerca de una prohibición generalizada de la guerra química, basada en un proyecto de convenio propuesto por Estados Unidos en 1984. Queremos también armonizar y fortalecer los controles de exportación de productos químicos. Asimismo, el 26 de septiembre, el presidente Reagan invitó a la celebración dé una Conferencia entre las partes del Protocolo de Ginebra de 1925 y otros Estados preocupados, con vistas al robustecimiento de las normas existentes contra el uso de esas armas horrendas. Esta conferencia se celebrará en París a principios de enero.

– Estados Unidos y otros importantes socios occidentales elaboraron el Régimen de Control de la Tecnología de Misiles con el fin de controlar la difusión de los proyectiles balísticos. Estamos en tratos con soviéticos y chinos con la idea de atajar este peligro creciente.

Nuestros esfuerzos en materia de no proliferación, de control de armamentos y de reducción de armamentos nos han servido para afrontar mejor las situaciones, tanto del pasado como actuales. Esta experiencia nos señala que hay una serie de elementos desde los que cabe abordar con éxito el problema de control de armamentos en el período que ahora se abre:

– En primer lugar, que hemos de seguir sustentándonos primordialmente en nuestros propios programas de defensa. Los esfuerzos en materia de control de armamentos pueden ser complemento de ellos y contribuir de forma importante a nuestra seguridad, pero no pueden sustituirlos.

– En segundo, que el beneficio de la vía negociadora para nuestra seguridad depende de nuestra voluntad de garantizar ésta por nosotros mismos. Los programas activos de defensa norteamericanos crean a la URSS un estímulo para negociar con flexibilidad.

– En tercero, que para que sea eficaz el esfuerzo de control de armamentos hay que procurar el avance en todos los capítulos de nuestra política exterior. Nuestra política es insostenible en un marco de violaciones de los derechos humanos y aventurerismo regional por parte de la URSS. A medida que se negocien entre las superpotencias acuerdos sobre niveles y estructuras de fuerzas, ambos lados habrán de encontrar ámbitos de confianza y sensibilidad comunes en materia de derechos humanos, conflictos regionales y problemas bilaterales.

– En cuarto, que nuestra fuerza negociadora dependerá en buena medida del respaldo con que contemos por parte de nuestros aliados, de nuestro legislativo y de nuestra ciudadanía. El Tratado INF es un homenaje ala unidad de la Alianza y producto de ella: la determinación de los países en los que tienen base los misiles de seguir adelante con los despliegues, la cohesión de la OTAN en todas las fases de las negociaciones y la solidaridad de países aliados y amigos de Asia, cuya aportación a la solución cero global ha sido tan considerable. El respaldo del Congreso y de los ciudadanos norteamericanos no es menos imprescindible. La necesidad de proteger la confidencialidad de delicados elementos de una negociación ha de verse compensada por la necesidad de compartir información con el Congreso y los ciudadanos en general.

– En quinto lugar, que hay que alcanzar el equilibrio idóneo entre los elementos deliberativos y decisorios. El cuidado, la paciencia y la firmeza son esenciales para la formulación de objetivos de una negociación y para aguantar en la Mesa de negociación hasta que se hayan alcanzado. Pero tiene que haber también la valentía necesaria para llegar a un término, sin abandono del empeño en concertar satisfactoriamente todos los detalles. Para cerrar un trato hace falta una actitud firme y resolutiva, como demostró el presidente Reagan en el Tratado INF.

– En sexto, que tenemos que pensar con realismo acerca de las cuestiones de verificación. El expediente soviético de incumplimientos de anteriores acuerdos de control de armamentos reclama los criterios más rigurosos de verificabilidad. Pero ni para Estados Unidos ni para la Unión Soviética resultan admisibles todas das las medidas intrusivas de verificación; de nuestro lado, determinadas instalaciones no pueden exponerse en absoluto a la inspección soviética. De modo, pues, que, a fuer de realistas, ningún acuerdo será verificable en grado absoluto. El problema decisivo es si se justifican transacciones específicas y si el régimen de verificación que resulte de ellas van a salvaguardar la seguridad norteamericana al garantizar la oportuna detección de toda violación significativa desde el punto de vista militar.

La nueva accesibilidad soviética a las actividades de inspección es harto satisfactoria, pero la médula de nuestra capacidad de verificación siguen siendo los medios técnicos nacionales que hemos de modernizar y ampliar.

– Finalmente, que hay que fijar prioridades. Los ministros, de la OTAN convinieron en junio de 1987 que las tareas primordiales en materia de control de armamentos para el período inmediato eran la conclusión de un acuerdo START, el logro de un equilibrio más estable en fuerzas convencionales y la negociación de una prohibición eficaz, a escala mundial, de las armas químicas. Son prioridades acertadas. Además tenemos que seguir consolidando el esfuerzo que desarrollamos para impedir la proliferación de armas nucleares y otras tecnologías armamentísticas dañinas para la estabilidad.

El ritmo y el alcance del cambio son grandes en esta época. E igualmente es grande el potencial de cambio científico y tecnológico. Hace cuarenta y cinco años Estados Unidos tuvo que afrontar el desafío del fascismo y la agresión con un compromiso científico que abrió las puertas a un mundo nuevo de creación y descubrimientos. En los decenios posteriores hemos respondido a las exigencias de la era nuclear con el compromiso en nuestra propia capacidad de disuasión, pero también con el compromiso en la no proliferación, con el control de armamentos y con la reducción de éstos. El período en que nos adentramos no va a resultar menos exigente.