POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 11

Hacia un mercado común Argentina-Brasil

Antonio Sánchez-Gijón
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Las figuras de los presidentes Raúl Alfonsín, de Argentina, y José Sarney, de Brasil, podrán ser reivindicadas ante la historia de sus respectivos países no por los fastos de sus mandatos, que no se dieron, sino por el cambio de rumbo que ambos se propusieron imprimir a sus países, sumidos tradicionalmente en la rivalidad histórica o la mutua ignorancia, para dirigirlos a una integración creciente y eventualmente, en el año 2000, a un mercado común. Los mejores Alfonsín y Sarney son los del Acta de Cooperación e Integración y la declaración conjunta presidencial, de julio de 1986, y del Tratado de Integración, Cooperación y Desarrollo de noviembre de 1988. Se trata de documentos diplomáticos muy elaborados, sobre los que planea una visión propia de estadistas; cualidad ésta que contrasta vivamente con la mediocridad de los resultados de sus respectivos mandatos constitucionales. Si ninguno de los dos supo sacar a su país del laberinto interno, al menos los dos determinaron que la eventual salida de ese laberinto encontraría a Brasil y Argentina unidos e integrados.

Como en tantos otros casos a lo largo de la historia, lo propio de esta dimensión de estadistas de sus respectivas personalidades reside en la obediencia a corrientes profundas que encuentran dificultades transitorias para aflorar. Sarney y Alfonsín no son los “inventores” de la idea de la integración económica entre Argentina y Brasil, aunque ellos la hayan llevado hasta sus más avanzadas consecuencias; son más bien los continuadores de tendencias mentales y voluntades que han querido ver más allá de las apariencias de confrontación y hostilidad entre la “europeidad” de Argentina y el mestizaje de Brasil, entre la impronta templada y la tropical de sus respectivas condiciones ambientales, entre el estilo patricio y el popular de los modos de convivencia social en Argentina y Brasil; o…

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