INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1014

ISPE 1014. 12 diciembre 2016

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Tras haberse asegurado el control de las cuatro principales ciudades sirias y la mayor parte del oeste del país, donde vive la mayoría de la población siria, las fuerzas leales al régimen de Bachar el Asad ultiman el asalto final de Alepo, donde a los rebeldes ya solo les queda un mínimo reducto de resistencia en los barrios del sureste de la ciudad.

Los yihadistas de Jaish al-Islam aseguran que combatirán hasta derramar la “última gota de sangre”, pero el suyo será un sacrificio inútil. Nadie espera ya ayudas militares a los rebeldes, que en las actuales condiciones solo prolongarían la guerra sin cambiar su trayectoria. Para los rebeldes no islamistas, una rendición negociada es mejor que una destrucción absoluta como la que les anuncian los folletos que llueven sobre sus últimos bastiones.

Aunque la toma de Alepo no acabará con la violencia, con su caída el régimen de Damasco inclinará definitivamente la balanza de la victoria a su favor después de cinco años y medio de guerra. Este desenlace le habría sido inalcanzable sin el apoyo de las milicias chiíes libanesas de Hezbolá, los pasdarán iraníes y los bombardeos aéreos rusos, reforzados en las últimas semanas por el portaviones Kuznetsov, desplegado frente a la costa mediterránea siria.

Un factor igualmente importante ha sido la debilidad del bando rebelde, fragmentado por intestinas rivalidades políticas y sectarias, lo que redujo la relevancia de la –escasa– ayuda occidental en medios de combate. El régimen de El Asad, en cambio, nunca dejó de disfrutar de una abrumadora superioridad aérea que compensó las carencias de su ejército.

La comunidad internacional ni siquiera pudo hacer cumplir las resoluciones 2139 y 2165 del Consejo de Seguridad de la onu que demandaban libertad de acceso a las víctimas para los convoyes humanitarios –bombardeados en algunos casos…

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