INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 1081

#ISPE 1081. 7 mayo 2018

 | 

En el caos en el que Libia se encuentra inmersa desde 2011, el mariscal Jalifa Haftar es desde hace tiempo la figura militar y política libia más poderosa, tras tejer estrechas alianzas con Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Rusia, y de modo más discreto con Arabia Saudí, Turquía e incluso Francia y EEUU.

En marzo el general Thomas Waldhauser, jefe del comando del Pentágono para África, declaró ante el Senado que Libia representa la mayor amenaza en el continente africano para EEUU y sus aliados. En los puertos libios se agolpa un millón de subsaharianos esperando la oportunidad de llegar a Europa. Los 2.500 kilómetros de frontera libia con Chad, Argelia, Níger y Sudán proveen múltiples rutas hacia el norte.

La noticia de que el 11 de abril Haftar (75 años), fue ingresado de urgencia en el hospital militar francés de Val-de-Grâce, donde fue trasladado desde Jordania tras sufrir un probable derrame cerebral, ha generado inquietud y todo tipo de rumores. Tras unos días de incertidumbre y cuando algunos ya lo daban por muerto, el 26 de abril volvió a aparecer en Bengasi, en aparente buen estado de salud. Pero las apariencias engañan. Su enfermedad ha dañado –quizá de forma irreparable– su cultivada imagen de “hombre fuerte”. Para reforzarla, en su vuelta política ordenó la ofensiva final al asedio de Derna, la última ciudad de la región de Cirenaica que se resiste a su control desde 2015, cuando quedó en manos de Al Qaeda.

Haftar es el interlocutor imprescindible para cualquier hipotética solución del conflicto, porque domina casi el 60% del territorio libio y controla las principales instalaciones petrolíferas del golfo de Sirte, Sidra y Ras Lanuf, por donde salen las exportaciones de crudo, de un millón de barriles diarios.

Francia reconoció su apoyo a Haftar en 2016, después…

PARA LEER EL ARTÍCULO COMPLETO