INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 798

#ISPE 798. 18 junio 2012

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La reciente visita del presidente ruso, Vladimir Putin, a Pekín, en el marco de la XII cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), ha marcado la puesta de largo de la múltiple cooperación –política, diplomática, económica y militar– que han emprendido China y Rusia y que la gestión de la crisis siria en la ONU ha puesto en evidencia.

La oposición de Moscú y Pekín al escudo antimisiles desplegado por EE UU en varios de sus países aliados y sus recientes maniobras navales conjuntas en la costa oriental china, añaden a esa convergencia de sus respectivos intereses geoestratégicos un cierto aire de guerra fría con Occidente.

Pero las apariencias suelen ser engañosas. Por una parte, es cierto que el comercio bilateral ha crecido notablemente en los últimos años, mientras que los problemas de fronteras han pasado a un segundo plano. El “matrimonio de conveniencia” entre Moscú y Pekín tiene un anclaje pragmático en la OCS, una emergente organización subregional cada vez más visible en Asia Central debido a la creciente importancia económica y en materia de seguridad que para China tienen las antiguas repúblicas exsoviéticas de esa región, que el Kremlin sigue considerando parte natural de su esfera de influencia.

Pero en realidad ese acercamiento se produce entre dos polos de poder con visiones distintas de su entorno geopolítico inmediato y del mundo, por lo que la consolidación de un nuevo eje que desafíe el poder global de EE UU es más ilusorio que real. De hecho, Moscú teme que la retirada de las fuerzas internacionales de Afganistán aumente la influencia china en la región.

Rusia es al mismo tiempo el país más extenso del mundo y el que sufre una de las contracciones demográficas más aceleradas de la historia, por lo que es consciente de que…

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