POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 4

Desfile de la Victoria en Moscú, Rusia, el 9 de mayo de 1985. TASS/GETTY

La disuasión nuclear sigue siendo necesaria

La paradoja del éxito de la disuasión nuclear es que lleva a muchos a subestimar la necesidad de contar con poderosos programas defensivos y sólidas directrices políticas.
Ronald Lehman
 | 

Hace algunos años, un experimentado diplomático con destino en Bruselas me expresaba su temor por un próximo final del atlantismo. Sus palabras resultaban desazonadoras incluso para alguien que, como yo, ya estaba inmunizado contra las afirmaciones según las cuales la OTAN está sentenciada. El atlantismo –decía– estaba siendo destruido en Europa por el pacifismo y en Estados Unidos por lo que él llamaba el “Pacificismo”, que constituye una preocupación por rincones mucho más alejados del Globo. Se mostraba seguro de que, a medida que Estados Unidos comprometiera el dólar a lo largo de la extensa linde del Pacífico, los norteamericanos irían encontrando cada vez menos razones válidas para arriesgar a su país en beneficio de Europa, y en especial de una Europa cada vez menos dispuesta a cuidar de su propia defensa. Los norteamericanos le volverían la espalda a Europa, quizá antes, incluso, de que ésta le volviera la espalda a Estados Unidos. Inevitablemente, y pronto, la conflictividad de los intereses provocaría la disolución de la Alianza.

Estaba equivocado entonces y seguirá estándolo en un futuro largo como nuestra vida. Se equivocaba aun cuando es un hecho que el pacifismo influye en todas nuestras democracias. Se equivocaba aun cuando es cierto que Estados Unidos tiene intereses vitales en Asia, lo mismo que le ocurre a Europa, aunque ésta es más tarda en percibir el hecho. Se equivocaba, pues, pero no porque nuestros intereses concretos sean precisamente coincidentes siempre. Porque no siempre coinciden. Se equivocaba sencillamente porque los intereses comunes que nos unen son en su esencia más fuertes que cualesquiera otros que tiendan a separarnos.

La tecnología ha creado una economía mundial interdependiente, una cultura cosmopolita plural y un entorno político mundial interactivo. Nuestros intereses se han repartido alrededor de la Tierra, pero el mundo mismo, en términos humanos, ha ido disminuyendo de proporciones. Aunque algunos de los vínculos que unen a Europa y Norteamérica parezcan más distendidos y adelgazados, los más decisivos aparecen más apretados, fuertes y numerosos. En ningún otro orden es esto tan patente como en el militar, en el cual la tecnología permite una violencia y una opresión en una escala que casi escapa a la comprensión humana. En la primera mitad de este siglo, probablemente, más de cien millones de seres humanos perdieron la vida en guerras de las llamadas convencionales, en gran medida por culpa de guerras mundiales que estallaron en Europa central. En la segunda mitad de este siglo, la entrada en escena de armas nucleares capaces de abarcar el Globo en minutos ha convertido a este mundo en un lugar desde luego muy pequeño.

No obstante, a lo largo de los cuarenta años transcurridos, desde la terminación de la segunda guerra mundial y del comienzo de la era nuclear, a pesar de las más de ciento treinta guerras libradas en todo el mundo, muchas de ellas ni siquiera declaradas, no ha habido guerras en Europa central, ni mundiales ni nucleares. Cultivadas en esta circunstancia de paz han crecido nuestra libertad y nuestra prosperidad. No hemos de olvidar cómo fue posible esa guerra. Mientras hemos procurado fortalecer el derecho internacional, abordar las causas fundamentales de la violencia internacional, y, de nuevo, mejorar las relaciones entre Este y Oeste, hemos mantenido la Alianza del Atlántico Norte y su paraguas protector. Y lo hemos hecho no porqué se nos antojen idénticas las situaciones de seguridad en todos los casos, en absoluto. Si se me permite tomar prestada la frase de Alexis de Tocqueville, nos ha movido el “interés propio, rectamente entendido lo que quiere decir que en esta era nuclear ninguna nación perteneciente a la OTAN puede nunca estar fundamentalmente más segura que cualquier otra de las dieciséis.

Nuestra fuerza nuclear de disuasión, tan vital para la Alianza, nos presenta, sin embargo, el mayor de todos los dilemas. La “espada de Damocles” nuclear que pende sobre todas nuestras cabezas es esencial para mantener la paz en el mundo tal y como es, ahora. Durante el auge de las protestas contra el despliegue de los proyectiles Pershing II y proyectiles de lanzamiento desde tierra de la OTAN, una autoridad religiosa, recordando los horrores de las guerras convencionales, rindió homenaje a la disuasión insinuando que las armas nucleares podían ser un don de Dios. Pero la disuasión no es un don; juntos nos hemos esforzado mucho para conseguirla. Y hemos de hacer por la disuasión algo más que rendirle homenaje; tenemos que garantizar que va a seguir siendo eficaz.

Es paradójico que el éxito mismo de la disuasión nuclear lleve a algunos de nuestros conciudadanos a subestimar la necesidad de contar con poderosos programas defensivos y sólidas directrices políticas. Para esos ciudadanos, que pertenecen tanto a nuevas generaciones como a otras que lo han olvidado, tenemos que hacer patentes las razones por las que en Europa hay paz. Si nuestras explicaciones resultan curiosamente coherentes a lo largo de los años no es porque hayamos dejado de examinar constantemente las cuestiones de la disuasión. Antes bien, nuestra política ha sido tan coherente precisamente porque nuestra estrategia de disuasión es fundamentalmente acertada.

Nuestra política de disuasión está basada en la estrategia de “respuesta flexible” y de “defensa adelantada”. Esta estrategia necesita de fuerzas militares que puedan detener un ataque o que en caso de necesidad puedan sostener una escalada del conflicto a la vez que la OTAN decide poner fin a la agresión. La sanción última reside en las fuerzas nucleares estratégicas de Estados Unidos. Para poner al Pacto de Varsovia ante la certeza de que la posibilidad de victoria militar es baja y que el precio de un intento tal es elevado, la estrategia de la OTAN requiere esa capacidad tanto defensiva como de escalada y se sustenta en los tres soportes de la tríada estratégica, a saber, las fuerzas convencionales, las fuerzas nucleares en Europa y las fuerzas estratégicas nucleares. Esta formulación no es tan sólo la que ofrece mejor utilización de recursos, sino que es el más seguro.

De todos modos, se han dejado oír voces en favor de que nos deshagamos o reduzcamos peligrosamente uno o más soportes de la tríada. Algunos norteamericanos han expresado deseos de que retiremos el paraguas nuclear que tenemos desplegado sobre Europa, con la esperanza de reducir de algún modo los riesgos y obligaciones nucleares de Estados Unidos. Por su parte, algunos europeos han indicado que el paraguas nuclear estratégico norteamericano elimina la necesidad de mantener las controvertidas armas nucleares de alcance corto y costosas fuerzas convencionales. Cierto es que hemos de ajustar nuestras inversiones en fuerzas convencionales y nucleares, de manera que respondan adecuadamente a circunstancias militares cambiantes, pero los que preconizan una cirugía radical deben demostrar tanto su diagnóstico como su remedio. Preguntémonos si hay alguien que verdaderamente crea que Estados Unidos iba a estar seguro mientras rugiera en Europa la guerra convencional.

Y también si hay alguien que crea realmente que Europa iba a estar segura mientras las armas nucleares intercontinentales volaran entre las superpotencias. En la era nuclear, el mundo se ha hecho sencillamente demasiado pequeño para que sea admisible ese tipo de pensamiento. Estamos juntos en este mundo pequeño y tenemos que mantener juntos nuestra seguridad. Esto rige para nuestros esfuerzos en materia de defensa y para nuestra línea de acción en el orden del control de armamentos.

Es consubstancial a la estrategia de la OTAN el que el control de armamentos y la política militar hayan de operar conjugadamente para que podarnos disfrutar de mayor seguridad. Cooperamos en el seno de la Alianza a fin de evitar la guerra, y por medio de nuestras iniciativas en materia de control de armamentos hemos podido emplazar a la URSS a que coopere también.

La discusión contemporánea sobre asuntos de control de armamentos se concentra a veces en disputas técnicas, en las cuales negociadores como yo mismo contribuimos a que el debate sea aún más esotérico. Pero no hemos de olvidar nunca los principios fundamentales. Este y Oeste pueden encontrar y han encontrada muchas bases de común entendimiento en el curso de negociaciones sobre control de armamentos, pero algunos objetivos del Este y el Oeste se han manifestado en clara contraposición. Desde la “creación”, como dijo Dean Acheson, de la Comunidad noratlántica, hemos perseguido la formación de una alianza fuerte y un cabal dispositivo disuasorio basado en la cooperación entre ambas orillas del Atlántico. Durante el mismo período, la política exterior de la Unión Soviética ha perseguido la separación de Europa de Estados Unidos y también ha procurado minar los elementos del paraguas nuclear norteamericano.

Todo ello se advierte diáfanamente en las conversaciones sobre armas nucleares en las que la URSS ha intentado con frecuencia obligar a Estados Unidos a aceptar una merma de la seguridad de la OTAN en su conjunto y de Europa occidental en particular como precio de los acuerdos sobre control de armamentos. Por ejemplo, desde 1969 hemos afrontado dificultades con la definición de lo que son armas estratégicas ofensivas. Estados Unidos entiende que esta clase de armas comprende los proyectiles balísticos intercontinentales (ICBM), los balísticos lanzados desde submarino (SLBM) y los bombarderos pesados. Existe el antecedente de tratados que se han suscrito sobre tal definición. Pero, rutinariamente, la Unión Soviética introduce de un modo u otro una concepción diferente según la cual las armas estratégicas se definen como aquellas que pueden alcanzar el territorio norteamericano y soviético desde dondequiera están basadas. Si Estados Unidos aceptara alguna vez este planteamiento, las armas norteamericanas situadas en Europa o en zonas próximas serían objeto de limitación como armas estratégicas, mientras que no lo serían las armas soviéticas comparables que amenazan a Europa occidental. Hemos rechazado este planteamiento y vamos a seguir rechazándolo. Nuestra seguridad se halla inextricablemente articulada con la de Europa occidental.

Aun así, la Unión Soviética ha seguido intentando una utilización del proceso de control de armamentos con el fin de “desasociarnos” política y militarmente. Cuando la OTAN decidió, en diciembre de 1979, que, de no mediar un acuerdo sobre control de armamentos que lo hiciera innecesario, se desplegaran en Europa 572 proyectiles de alcance medio-largo, la URSS desencadenó una ingente campaña propagandística para impedir los despliegues y escindir la Alianza. Las fuerzas nucleares británica y francesa, la aviación de doble función norteamericana con base en Europa, las conversaciones sobre reducción de armas estratégicas, la investigación de la iniciativa de defensa estratégica, más la convocatoria de las conversaciones sobre reducción mutua y equilibrada de fuerzas figuraron entre los asuntos que quedaron hipotecados a las conversaciones sobre INF por Moscú en su desafío a la cohesión de la Alianza.

La OTAN mantuvo su firmeza y, gracias a ello, los objetivos básicos que habría de cumplir un tratado sobre INF Ajados en 1979 y en posteriores discusiones de la Alianza se han cumplido esencialmente, si no con creces. Insistimos en aquel momento en que las limitaciones que se establecieron sobre las cabezas nucleares de los proyectiles de alcance medio-largo desplegados tendrían que ser iguales y a escala mundial; asimismo, preferíamos la igualdad en nivel cero. La Unión Soviética ha accedido finalmente. Y dijimos también que los proyectiles de alcance medio-largo también tenían que ser tratados, porque el desequilibrio creado por el imponente rearme soviético no era consecuencia tan sólo de los SS-20.

Ahora la URSS ha convenido en la eliminación de todos los proyectiles con base en tierra norteamericanos y soviéticos con alcance situado entre 500 y 5.500 kilómetros, la llamada “solución doble cero global”. Esperamos que este acuerdo quede consagrado este año en un tratado que prevea las medidas de verificación de mayor envergadura y rigor convenidas con Moscú hasta la fecha.

Si el nuevo tratado sobre INF es símbolo de lo que puede lograrse cuando los Gobiernos de la OTAN se consultan intensamente y permanecen unidos, ¿por qué hay preocupación sobre el tratado entre algunos de los países más amigos dentro de la OTAN? Sencillamente, se preguntan sobre, si unas reducciones de las fuerzas nucleares norteamericanas, sin reducciones importantes del superior poderío militar convencional soviético, no expondrán a Europa a mayores peligros. Advierten atinadamente que el despliegue de los proyectiles de alcance medio-largo de la OTAN refuerza el factor disuasorio de la Alianza que había perdido valor a raíz del despliegue soviético de los proyectiles SS-20. Recuerdan también que el rearme generalizado soviético de los años setenta creó desequilibrios en todo el espectro del poderío militar. Los nuevos proyectiles de la OTAN fueron desplegados en refuerzo de la política de disuasión, desarrollada por la OTAN, de respuesta flexible a la utilización de todo ese espectro de fuerzas.

¿Por qué entonces –se nos pregunta– estamos dispuestos a ceder los proyectiles de crucero de lanzamiento desde tierra y los Pershing II con que ahora contamos? La respuesta no es, como algunos quisieran, que nunca quisimos decir cero y que no teníamos más opción que la de dar el sí por respuesta. Muy al contrario, cero significa que la Unión Soviética cedería muchas más cabezas que Estados Unidos y que cederá una superioridad numérica y cualitativa que la OTAN no había siquiera pensado en igualar cuantitativamente ni en el plano de los misiles de alcance medio-largo, ni el de alcance medio-corto. Además, los misiles que la Unión soviética va a ceder son armas nucleares de alta velocidad susceptibles de empleo no sólo en ataques preventivos contra nuestras fuerzas, sino también contra nuestros medios convencionales, es decir, nuestras bases aéreas, guarniciones, instalaciones, de redespliegue, puertos, arsenales y demás. Al mismo tiempo, la eliminación de los proyectiles de alcance medio-largo y medio-corto no supone una “desnuclearización” de nuestras fuerzas destacadas en Europa, como tampoco crea ninguna discontinuidad peligrosa, en el espectro de la capacidad disuasoria de la OTAN. La OTAN conservará su aviación de doble función, capacidad en la que la Alianza posee ventajas cualitativas y menos disparidad cuantitativa, y cuyas bases ya no se verán amenazadas por los misiles soviéticos eliminados. Además, conservaremos los proyectiles de corto alcance que tenemos, más la artillería de munición convencional y nuclear. Así, seguiremos contando en Europa con más de 4.000 armas nucleares, que contribuyen a dotarnos de un factor de disuasión respetable. Asimismo, el paraguas estratégico nuclear seguirá siendo fuerte y estando vinculado a Europa, además de que contará con una fuerza considerable de SLBM expresamente adscritos al comandante supremo aliado en Europa.

Si el tratado sobre INF que se prepara va a ser un activo militar a favor de Estados Unidos y Europa occidental, ¿por qué razón accede a él la URSS? Indudablemente, Moscú cree que un tratado de esa índole puede crear posibilidades económicas y políticas quizá para asentar una “neodétente”, quizá para obtener acceso a economías exteriores y a tecnologías que le están vedadas en el presente, quizá para conseguir que se disipe la situación actual de críticas hacia la política de Moscú.

Pero ¿qué hay de la dimensión militar? ¿Está Moscú realmente dispuesta a hacer un importante sacrificio militar en virtud de la sola esperanza de obtener a cambio alguna clase de beneficio político y económico y sólo eso? Probablemente, no.

La Unión Soviética dice que los proyectiles de alcance media-largo de la OTAN son particularmente amenazadores. Moscú puso en marcha una campaña propagandística de primer orden con el misil Pershing II en el punto de mira, en la que atribuía al proyectil un tiempo de vuelo mayor del verdadero, lo cual constituye un tema de estabilidad que sigue siendo elemento central de las propuestas norteamericanas sobre control de armamentos y que normalmente la URSS rechaza.

Quizá la Unión Soviética cree que sus temores sobre los misiles de crucero de lanzamiento desde tierra y Pershing II tengan plena justificación. De ser así, este tratado sobre INF podría resultar bastante atractivo para Moscú, aunque no hemos de olvidar otra consideración: el debate sobre la “bomba de neutrones” y las protestas antinucleares de 1982 y 1983 recuerdan a la Unión Soviética que la modernización de fuerzas nucleares nunca ha sido fácil en Occidente. Es indudable que la URSS confía en que un nuevo acuerdo de control de armamentos tenga un efecto soporífero sobre las preocupaciones occidentales en el orden de la seguridad que acabe debilitando la posición defensiva de la OTAN. Quizá Moscú crea que se verán exacerbadas las diferencias, ya manifestadas en la OTAN a propósito del saldo neto de ventajas y cargas, o que las voces del unilateralismo, el neutralismo y la desnuclearización de Europa no serán desatendidas. A buen seguro, si los países de la OTAN deciden bajar sus defensas a consecuencia de nuestras negociaciones sobre armamentos, entonces habrán tenido razón las voces críticas, pero no por los términos del tratado en sí. A decir verdad, en gran medida la preocupación expresada ante el tratado INF que se perfila está movida por un cierto pesimismo sobre el futuro de la Alianza, por un temor de que el éxito en el orden del control de armamentos genere desatención de nuestras responsabilidades en materia de seguridad.

Antes, sin embargo, de aceptar esta solución como inevitable, detengámonos a pensar sobre lo que ha ocurrido realmente. La Alianza no dejó de desplegar los proyectiles de alcance medio largó; antes bien, los desplegó. La. Alianza no dejó de cumplir sus objetivos en materia de control de armamentos, sino que se encuentra en vías de alcanzarlos. Tampoco se ha vuelto ciega a sus obligaciones en el orden de la defensa, por mucha que sea la tarea que quede por delante. En efecto, cuando se levantan voces responsables que nos recuerdan que no podemos perder de vista, nuestros objetivos reales en materia de seguridad y control de armamentos, tenemos que hacerles caso. Para un negociador, el que haya constantemente voces que recuerden a la Unión Soviética que Occidente no va a sacrificar sus intereses de seguridad es de más ayuda que la precipitada retórica que viene a decir que daremos cualquier cosa a cambio de un acuerdo. Hay quienes dirían que el debate interno nos hace más débiles. Yo no comparto esa opinión. En último término, la existencia del mercado de ideas nos hace más fuertes, porque, cuando se ha desarrollado un debate profundo, se puede confiar en el sentido común de nuestros ciudadanos.

En 1983 se celebraron elecciones en tres de los países donde se efectuaban despliegues de armas nucleares de alcance medio-largo y más tarde las hubo en otros dos países donde también se desplegaban. En 1984 hubo elecciones presidenciales en Estados Unidos. Y en todas estas elecciones las cuestiones de control de armamentos y defensa salieron a debate. La decisión de la OTAN de diciembre de 1979 no fue objeto de rechazó en ninguno de los países y ello nos ha permitido negociar con mayor confianza. Al final, no obstante, la contribución a un acuerdo sobre INF se medirá en último término por cómo administramos nuestra seguridad en el período posterior a la fuma del tratado. Los beneficios inmediatos de un tratado sobre INF quedan bien transparentes por los términos mismos del tratado, es decir, que la URSS eliminará una amenaza de primera magnitud contra nuestra seguridad mucho mayor en escala que la magnitud cuantitativa de los dispositivos que a Estados Unidos le corresponderá eliminar por su parte. De todos modos, un tratado sobre INF no nos exime de la responsabilidad que todos seguimos compartiendo de gestionar eficazmente la ecuación cuyos factores son un aparato defensivo viable, unas negociaciones sólidas y una política convincente.

Si, como es razonable esperar, se concluye un tratado sobre INF este año, ¿cómo continuaremos? Huelga decir que sigue siendo de la más alta prioridad el logro de un tratado de reducción de armas estratégicas ofensivas que sea efectivamente verificable y beneficioso para la estabilidad.

Los ICBM y SLBM soviéticos que se negocian en las conversaciones START son mucho más numerosos y destructivos en potencia que los proyectiles nucleares de alcance medio-largo y medio-corto, y además pueden atacar cada centímetro de suelo de la OTAN en Europa y América del Norte. Análogamente, los dispositivos norteamericanos que se negocian en esas mismas conversaciones cumplen un papel vital en la política de respuesta flexible de la OTAN y constituyen el último factor disuasorio extendido con que cuenta Estados Unidos. Creemos que un buen tratado START podría mejorar la seguridad de la OTAN, pero no creemos que deba aplazarse un tratado sobre INF hasta que aquél esté concluido. Creemos que el tratado sobre INF que se perfila será valioso por lo que en sí represente y que no hay que mantenerlo condicionado al acuerdo START. La Alianza se mantuvo firme frente a condiciones previas de esa clase cuando la URSS las esgrimió para obstaculizar el avance en las conversaciones sobre INF. De todos modos, debe concluirse cuanto antes un tratado START.

Pocas personas están enteradas de lo avanzados que estamos en las conversaciones START. El año pasado se perfilaron con claridad las líneas básicas que habría de seguir un acuerdo por el que se aplicase el planteamiento de unas reducciones del 50 por 100 de las armas estratégicas ofensivas. Meses atrás redactamos conjuntamente un borrador del texto de los elementos más importantes del tratado, y el 8 de mayo Estados Unidos puso sobre la mesa un proyecto de tratado START. Hubimos de esperar tres meses a la presentación del proyecto soviético, pero cuando éste fue conocido se vio que tomaba abundantes elementos del proyecto norteamericano, lo que hacía que tuviéramos más o menos tantas bases de entendimiento como teníamos en las negociaciones sobre INF a mediados de junio.

Pero pongamos las cosas en su sitio para que no desorienten el proyecto de tratado soviético contenía importantes diferencias de sustancia, una serie de ambigüedades y posibles resquicios para su elusión. Hoy en Ginebra, no obstante, ambos lados trabajan a partir de un documento único, un proyecto conjunto de tratado START que ya nos ha permitido hacer más progresos. Hace algunos meses, el presidente Reagan expresaba su confianza en que pudiera concluirse pronto un tratado START, tal vez incluso este mismo año. Ahora el señor Gorbachov ha dicho que cree que ese tratado podría estar concluido en la primera mitad del año que viene.

Es mucha la tarea que queda por hacer y nadie puede garantizar el éxito. Un examen de la situación actual demostrará de cualquier modo, que se ha avanzado un gran trecho hacia el objetiva de una reducción sensible del armamento estratégico. Ambos lados han convenido en que cada uno aplicará una limitación de los medios constituidos par los proyectiles nucleares balísticos lanzados desde submarino, los intercontinentales y los bombarderos pesados a una cifra total de 1.600, con una dotación máxima de 6.000 cargas nucleares por cada lado. Asimismo, convinimos en Reykjavik que las bombas de gravedad y los proyectiles de corto alcance que llevan los bombarderos pesados no se computasen uno a uno, sino que cada bombardero contara como una sola cabeza computable bajo la limitación de 600 y como un vehículo de lanzamiento en la de 1.600.

Un tratado START ha de establecer algo más que reducciones, pues debe mejorar la estabilidad. Nosotros proponemos conseguirlo en parte mediante el establecimiento de tres sublímites relativos a las cabezas de proyectiles balísticos. La idea de los sublímites no es nueva. Hay formas de crear las restricciones más rigurosas sobre los sistemas de armas de mayor capacidad de amenaza. El tratado SALT I estableció limitaciones más estrictas sobre los ICBM que sobre los SLBM y no limitó en absoluto los bombarderos ni las armas de que fueron portadores.

El SALT II preveía una serie de límites y sublímites, cada cual más restrictivo que el anterior: en primer lugar, sobre los vehículos de lanzamiento, luego sobre los bombarderos portadores de proyectiles de crucero, luego sobre los proyectiles con cabeza múltiple, luego sobre los ICBM con cabeza múltiple y finalmente sobre los ICBM pesados. En las START hemos adoptado un planteamiento análogo, pero que afecta a las cabezas mismas más que a las vehículos de lanzamiento. Ello es necesario para impedir que en el curso de las reducciones un lado pueda tratar de obtener ventaja a base de conservar una fuerza desproporcionadamente grande de cabezas de la clase más peligrosa mientras que el otro reduce su capacidad general de contraataque.

La resolución de la cuestión de las limitaciones sobre cabezas nucleares constituiría un logro muy importante en las negociaciones START, hacia el cual ya hemos lograda un cierto avance. Lo más importante sería la limitación sobre el número total de cabezas de proyectiles balísticos. La Unión Soviética ha dicho que podría convenir en un limite de 5.140 cabezas de proyectiles balísticos, que equivale a un 85 por 144 del total de 6.000, pero Moscú exigiría a cambio que renunciáramos a la regla de recuento de bombarderos acordada en Reikiavik. Estados Unidos tiene la firme creencia de que 5.100 cabezas de proyectil balístico es todavía una cifra muy alta y no va a aceptar prescindir de la regla de cómputo de bombarderos. La URSS había hecho anteriormente una propuesta, retirada después, que fijaba un límite para cabezas de proyectiles balísticos situado en el 80 por 100 del total existente, precisamente el compromiso que ha propuesto Estados Unidos: un 80 por 100, de 6.000 a 4.800. Esta última cifra es importante porque el sublímite establece la cifra total de cabezas de proyectiles balísticos de vuelo rápido por cada lado y a la vez, en interacción con el límite de 600 y la regla de cómputo de bombarderos, la cifra restante de proyectiles de crucero de vuelo lento lanzados desde el aire (ALCM).

Al entendimiento de este problema clave ayuda el entender sus orígenes. En un esfuerzo por empujar la negociación, Estados Unidos ofreció aceptar restricciones rigurosas sobre los ALCM si la URSS convenía en restricciones rigurosas sobre las cabezas de proyectiles balísticos. Según una propuesta previa hecha por Estados Unidos, se habrían fijado cifras de 1.500 ALCM y 4.500 cabezas de proyectiles balísticos. El pasado 22 de octubre, en un esfuerzo de buena voluntad desplegado para resolver el problema de los sublímites después de Reikiavik, convinimos en el planteamiento soviético del 80 por 100, que situaría el límite en 4.800 cabezas y tal vez en 1.000 o menos ALCM. Con su actual insistencia en quedarse con un número todavía mayor de las peligrosas cabezas de proyectiles balísticos de vuelo rápido, la URSS está intentando reducir aún más nuestra fuerza de ALCM de contraataque, lo que no iría en interés de la estabilidad.

En lo que se refiere al segundo sublímite, la Unión Soviética ha ofrecido establecerlo en 3.600 cabezas de proyectiles balísticos, pero propone a la vez que este mismo sublímite sea el aplicable a las SLBM y a la dotación de los bombarderos. Estados Unidos cree que el limite relativo a los ICBM debe ser más bajo, de 3.300 cabezas, y ha propuesto limitaciones sobre los SLBM que prevén la libertad combinatoria orientada a la estabilidad que fuera acordada en los SALT I, SALT II y en fases anteriores a las negociaciones START.

Con respecto al tercero de los sublímites, Estados Unidos ha propuesto que haya una limitación de cabezas fijada en la cifra de 1.650 para ciertas categorías de ICBM, como los pesados y los de más de seis cabezas. El límite de 1.650 sería de aplicación a los ICBM pesados SS-18 y SSX-24, en caso de que éste fuera desplegado, pero afectaría asimismo al MX/Peacekeeper norteamericano. La Unión Soviética ha propuesto limitar sus ICBM pesados esencialmente a 1.540 cabezas, pero no quiere que este sublímite sea de aplicación a otros ICBM. Asimismo la URSS ha indicado que la potencia de lanzamiento de sus proyectiles balísticos se reducirá en un 50 por 100, como propone Estados Unidos, pero hasta el momento no ha mostrado disposición a formalizar este compromiso en el tratado.

Los ICBM móviles presentan serias dificultades en el orden de la verificación. Las incertidumbres sobre las cifras reales de proyectiles ICBM y sistemas de lanzamiento desplegados, junto a la capacidad propia que tienen de recarga, plantean una amenaza de primer orden a cualquier tratado START que pretenda establecer reducciones profundas. ¿Podríamos decir realmente que nuestras exigencias en los planos de la reducción y la estabilidad habrían sido satisfechas si un lado pudiera desplegar una cifra de cabezas en ICBM móviles mayor que la de cabezas suprimidas en virtud del tratado? Esta preocupación ha llevado a Estados Unidos a proponer una prohibición de los ICBM móviles. La URSS no ha estado dispuesta a ello, y eso que los proyectiles nucleares de alcance medio-largo y medio-corto han de quedar eliminados por el Tratado sobre INF. Su eliminación en las negociaciones START, asimismo, reforzaría ese hecho positivo, contribuiría en alto grado a la verificación y generaría confianza en el acuerdo.

Otro número importante de cuestiones queda por resolver, y tenemos que garantizar también que el tratado sea efectivamente verificable. La Unión Soviética sigue insistiendo públicamente en que la verificación no va a constituir un obstáculo a la conclusión del acuerdo. En efecto, en una serie de negociaciones de los últimos años la URSS se ha mostrado más accesible en las cuestiones de verificación que en épocas anteriores. Sin embargo, la verificación es un ámbito en el que no puede haber nada parecido a acuerdo de principio; en ella solamente es posible el acuerdo detallado. Contrariamente a lo que puede seguirse por la Prensa, en las negociaciones sobre INF y START, Rusia sigue mostrándose mucho más reacia que Estados Unidos a aceptar planteamientos más integrales en materia de verificación. De hecho fue la oferta norteamericana de aceptar procedimientos de verificación menos extensivos, a condición de que la eliminación de los proyectiles de alcance medio-largo y medio-corto fuera completa, la que finalmente hizo que la URSS aceptara eliminar los restantes proyectiles de alcance medio-largo. Pero la conclusión de los tratados sobre INF y START aún podría verse retrasada si la URSS no demostrase una correspondencia entre sus afirmaciones y sus actos.

La Unión Soviética, asimismo, sigue condicionando el tratado START al nuevo acuerdo sobre Defensa y Espacio que ha presentado en las negociaciones de Ginebra. Estados Unidos ha rechazado este condicionamiento previo y por buenas razones. Lo que el mundo quiere son reducciones de los dispositivos de carácter ofensivo. Desde octubre de 1977 no hay en vigor ningún acuerdo vinculante sobre armas ofensivas, aun cuando durante esos diez años no había otro capítulo del armamento más plenamente sujeto a limitaciones de control de armamentos que el de los sistemas defensivos estratégicos y el del espacio. Ya existen los tratados ABM, sobre Limitación de Potencia de las Pruebas Nucleares y sobre Espacio Exterior. En la actualidad, lo único autorizado en materia de sistemas ABM son 100 interceptores con base fija en tierra, y solamente la URSS tiene desplegado un dispositivo de este tipo, de igual modo que sólo ella ha desplegado un interceptor antisatélite operativo. Pero ahora Moscú dice que incluso la investigación sobre alta tecnología de defensa, de interés para Estados Unidos, ha de quedar limitada como condición de su acuerdo en la reducción de sistemas ofensivos.

Los portavoces soviéticos sostienen que Estados Unidos no invertirían en la Iniciativa de Defensa Estratégica si no estuvieran pensando en su despliegue. Estados Unidos no ha tomado decisión alguna de desplegar sistemas ABM, pero es evidente que nuestra investigación está orientada a la averiguación de la posibilidad de que una sustentación mayor en medios de defensa estratégica ofrezca una vía mejor y más segura de disuasión de la guerra. La Unión Soviética sobrepasa este nivel en sus investigaciones. En los últimos decenios ha gastado mucho más en defensa estratégica que Estados Unidos en medios estratégicos ofensivos y además tiene un ingente programa propio tipo IDE, lo que a menudo niegan sus autoridades. Así hay que tener precaución de no tomar demasiado en serio esas propuestas soviéticas, y más especialmente cuando, aun después de que se concluya el acuerdo START, la URSS conservará casi el doble de cabezas nucleares de las que tenía. cuando se firmó el tratado ABM.

Comoquiera que sea, Estados Unidos, en respuesta a las preocupaciones expresadas por la URSS en las negociaciones sobre Defensa y Espacio, ha ofrecido renunciar a un desentendimiento del tratado ABM que hubiera tenido por objeto desplegar antes de 1994 sistemas defensivos distintos de los autorizados en virtud de dicho tratada. Hasta el momento la Unión Soviética no se ha dado por satisfecha con esta oferta, aun cuando cuesta entender por qué tendría que ser necesario en absoluto un nuevo compromiso por parte de Estados Unidos. Aun así, Estados Unidos ha formulado un planteamiento positivo. Se ha propuesto que ambos lados estudien la posibilidad de llevar adelante, en cooperación, una transición hacia una sustentación mayor en los sistemas defensivos después de 1994, en caso de que dichos sistemas resulten realizables. Con ese objetivo hemos ofrecido una serie de medidas de predicción, entre ellas el intercambio de datos programáticos, informes sobre las actividades respectivas en la materia, visitas a las instalaciones de investigación asociada y la observación de pruebas de sistemas defensivos. Lo que esperamos es que la URSS llegue a ver en las negociaciones START, como lo ha hecho en las negociaciones sobre INF, que es contraproducente frustrar las esperanzas puestas por todos los pueblos en el control de armamentos en aras del bloqueo de una investigación que promete aumentar la seguridad y la inmunidad por ambos lados.

En esta situación en la cual los microscopios que se han mantenido enfocados en las INF van a pasar a enfocar las negociaciones START, no hemos de perder de vista el control de armamentos en su más amplia expresión. En una serie de ámbitos ya hemos conseguido éxitos, y en particular en el de los procedimientos de control de crisis. Tan sólo hace tres semanas Estados Unidos y la Unión Soviética acordaban la creación de Centros de Control de Riesgos que enlacen Washington con Moscú con sistemas de comunicación modernos. Se ha convenido ya en perfeccionar las comunicaciones de “teléfono rojo” entre los jefes de Estado, a fin de dotarlas de mayor velocidad de transmisión y de capacidad de comunicación facsímil. Asimismo, ambos países han corregido el Acuerdo sobre Medidas en Caso de Accidente, con miras a la eliminación de posibles errores de entendimiento en el caso de ciertos accidentes nucleares.

En Estocolmo, el Comité sobre Desarme y Medidas de Seguridad y Confianza en Europa (CDE) concluyó un tratado que establecía la necesidad de ampliar los supuestos de notificación previa de maniobras militares importantes y asimismo ciertos derechos de inspección a iniciativa de parte. Recientemente, y por primera vez, Estados Unidos efectuó una inspección de una maniobra militar soviética en el propio territorio de la URSS.

No obstante, no todos nuestros esfuerzos en materia de control de armamentos han experimentado tal progreso. La amenaza militar convencional soviética sobre Europa occidental sigue siendo imponente y no hay a la vista solución alguna de control de armamentos en ese ámbito. En diciembre de 1985, Estados Unidos y sus aliados europeos hicieron un gesto de gran importancia al desistir de su exigencia de que la URSS aportara información sobre sus niveles de fuerza antes de la reducción de la misma a los niveles convenidos. Todo el mundo sabe, estoy convencido, de que la Unión Soviética sostiene desde hace mucho que tiene en Europa menos tropas de las que Occidente cree. Al desistir de la exigencia de obtención de los llamados “datos previos”, Occidente estaba ofreciendo dejar a un lado la cuestión del volumen de fuerzas anterior a las reducciones a cambio de poder desarrollar una verificación rigurosa del volumen de tropas resultante tras las reducciones. Por desgracia, y a pesar de las protestas de las más altas instancias soviéticas en el sentido de que las cuestiones de verificación no constituirían obstáculo, la URSS todavía tiene que convenir en las cláusulas relativas a verificación que permitirían la conclusión incluso de un tratado muy postergado sobre reducción mutua y equilibrada de fuerzas.

De hecho, Moscú ha desplazado su atención hacia un nuevo foro de negociación sobre armas convencionales que ofrece aún mayores complejidades. Para ser sinceros es de esperar que Moscú haga propuestas grandiosas, pero es improbable que convenga a corto plazo en medidas de control de armamento que pudieran corregir el saldo armamentístico convencional en Europa. Las fuerzas de tierra soviéticas desplegadas en Europa oriental son algo más que fuerzas de ocupación, con lo trágico que esto es ya de por sí, pues constituyen el principal medio por el que la URSS, anémica desde el punto de vista político y económico, puede influir e incluso intentar ejercer coacción sobre Occidente. Y es una posición en la que la URSS no va a ceder fácilmente. Es improbable que la Unión Soviética muestre una flexibilidad verdadera en el control de armas convencionales hasta que Moscú se haya persuadido de que Estados Unidos y sus aliados europeos están dispuestos a compartir la caiga que supone contar con el volumen de fuerzas convencionales necesario para anular la ventaja soviética. Por desgracia, hemos desatendido nuestros medios convencionales y, con reducciones de nuestras fuerzas nucleares o sin ellas, tenemos que acelerar los planes ya en marcha de fortalecimiento de nuestros medios convencionales defensivos. Con ello fortaleceremos también nuestras posiciones negociadoras en Viena.

Me he referido al papel central que cumple nuestro aparato disuasorio nuclear en la salvaguardia de la paz en bien de las dieciséis naciones de la OTAN, y naturalmente de todo el mundo, y también a la importante contribución que puede suponer para ese esfuerzo la feliz conclusión de unos acuerdos sobre armas estratégicas y sobre armas de alcance medio. En suma, pues, el control de armamentos puede contribuir al mantenimiento del equilibrio militar, pero no es sustitutivo de una cabal política y unos programas sólidos en materia de Defensa. Nuestras posiciones en materia START e INF están concebidas para el mejoramiento de la estabilidad, el robustecimiento de la disuasión y el mantenimiento de la credibilidad de nuestra doctrina de respuesta flexible, y no para imponer una carga desproporcionada a nuestras fuerzas convencionales. Tenemos que mantener un aparato de disuasión incluso mientras sigamos buscando vías mejores y más seguras para la paz.