POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 14

La paz a merced de la economía

Pierre Gallois
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Hasta estos últimos años, se mantenía la creencia común de que era la guerra lo que decidía en toda ocasión la suerte de las naciones; ahora, en cambio, es imperativo hacer constar que no es la guerra, sino la economía, lo determinante. Durante decenios, la opinión pública mundial ha temido que la oposición de las dos sociedades antagónicas desembocase en el más mortífero de los conflictos armados. Con el fin de prepararse para él de la mejor forma y, eventualmente, salir vencedoras, las dos grandes potencias han ignorado sus realidades interiores y dedicado inmensos recursos humanos y materiales a una guerra que acaban de darse cuenta que es imposible. Ha sido necesario más de un cuarto de siglo para que esta evidencia se hiciera perceptible de modo mayoritario. Y todavía no se ha comprendido totalmente que la renuncia a una prueba de fuerza general no se derivaba del desarme, sino, por el contrario, de la existencia –compartida– de armas nuevas (sin duda inútilmente acumuladas por ambas partes) de efectos tan devastadores que su empleo se hacía exorbitante para toda finalidad política, excepto la preservación de la existencia de la nación. Ni siquiera un presidente de los Estados Unidos, en el caso concreto, Ronald Reagan, se dio cuenta de que queriendo “liberar a la Humanidad de la amenaza nuclear”, según su expresión, corría el riesgo de hacer que la guerra fuera de nuevo “la prosecución de la política por otros medios”, según la definición de Clausewitz.

Las exigencias de la vida cotidiana de las poblaciones ya no están limitadas por las fronteras. Mediante la imagen y el sonido, la información, difundida por todos los lugares, hace insoportables las desigualdades económico-sociales más flagrantes. Estas poseen un enorme peso y son mucho más decisivas que los planes de los Estados Mayores o que…

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