POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 46

La renovada amenaza del aislacionismo

Arthur Schlesinger jr.
 | 

El aislacionismo norteamericano es un concepto ambiguo. Estados Unidos nunca ha sido aislacionista en lo que al comercio se refiere. Sus naves mercantes han surcado los mares desde los primeros días de la independencia. Tampoco lo ha sido en cuanto a la cultura. Sus escritores, artistas, investigadores, misioneros y turistas siempre han recorrido el planeta. Pero a lo largo de la mayor parte de su historia, la Confederación sí lo ha sido en política exterior; desde el principio, los estadounidenses trataron de proteger su nueva y atrevida aventura de gobierno evitando embrollos y guerras en el extranjero. George Washington advirtió a sus compatriotas que “se mantuvieran alejados de alianzas permanentes” y Thomas Jefferson les previno contra “alianzas que les llevaran a involucrarse”.

Sólo una amenaza directa a la seguridad nacional podía justificar la entrada en una guerra extranjera. La dominación militar de Europa por una única potencia siempre se ha considerado una amenaza. “No puede ir en interés nuestro”, observó Jefferson cuando Napoleón cabalgaba por el continente, “que toda Europa se reduzca a una única monarquía”. Estados Unidos siempre estaría en peligro –dijo– “si toda la fuerza de Europa estuviera en una sola mano”; pero desde Napoleón hasta el Káiser no surgió ninguna amenaza semejante y los estadounidenses se aferraron a su determinación de no verse atrapados por un mundo corrupto. El aislacionismo era la política nacional.

La Primera Guerra mundial resucitó la advertencia de Jefferson. Una vez más, la fuerza de Europa podría haber estado en una sola mano. Un equilibrio de poder en el Viejo Continente servía a los intereses norteamericanos igual que había servido a los británicos. Estados Unidos entró en la Gran Guerra por su propio interés nacional. Pero, para Woodrow Wilson, el interés nacional no era suficiente para compensar los sacrificios y el horror de…

PARA LEER EL ARTÍCULO COMPLETO