POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 16

Mikhail Gorbachev y Helmut Kohl en una visita oficial del último a la URSS (Moscú, 24 de octubre de 1988). GETTY

La reunificación alemana: comienza el siglo XXI

Hoy se puede decir que 1989 no será menos importante que 1789 para la historia de Europa. Entramos en el siglo XXI diez años antes de que termine el siglo XX, provocado por la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania.
Jean-Paul Picaper
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En 1822, treinta años después de la batalla de Valmy, Johann Wolfgang von Goethe escribía su célebre frase: “Y seréis de los que podrán decir: yo estuve allí”. El gran escritor alemán había tenido tres décadas para meditar sobre ese giro de la Historia. Hoy podemos decir ya que 1989 no será menos importante que 1789 para la historia de Europa. Hemos entrado en el siglo XXI diez años antes de que termine el siglo XX. Se desvanece poco a poco la dicotomía mundial originada por los dos movimientos totalitarios de nuestro siglo, el totalitarismo de derechas (fascismo y nacionalsocialismo) y el totalitarismo de izquierdas (comunismo), movimientos ambos que encuentran sus raíces en el siglo XIX. Pero Goethe contó con un plazo mucho más largo para tomar conciencia del cambio.

Nuestra generación ha vivido durante los últimos meses un giro histórico no menos importante que la revolución francesa. Es posible que la Europa que consiga recuperar su unidad y su identidad, comenzando por su mitad occidental libre y próspera, la CEE, no sufra más cambios en los dos o tres siglos venideros. Alemania alcanzará su reunificación de aquí a dos años y reunificada vivirá los próximos trescientos años. Se ha hundido un orden que se creía inmutable hace apenas cinco años: la Europa de Yalta. La dictadura que parecía dispuesta a dominarnos hace diez o veinte años no es hoy más que un tigre de papel (con algunas garras todavía). Las mentes más mediocres, los neomarxistas universitarios, los pacifistas más beligerantes, los revolucionarios mesiánicos que estaban dispuestos a ceder ante el Leviatán marxista ya no saben a qué carta quedarse.

La izquierda intelectual se enfrenta a una crisis que en vano se esfuerza en ocultar una crisis que la empuja hacia su desaparición. La derecha occidental (me refiero al “centro-derecha”) ha ganado» la guerra fría. Hace tan sólo unos años éramos acusados de ser agentes de la guerra fría, enemigos de la distensión, reaccionarios, incluso “enemigos del pueblo”, en los círculos académicos donde el “mamamaismo” (Marx-Mao-Marcuse) embriagaba a la juventud. Éramos los únicos que hablábamos de realidades catastróficas producidas por el marxismo de Vietnam a Berlín, mientras que los doctos volaban entre las nubes de la ideología. Tras la “traición de los empleados”, la traición de los tecnócratas: cada día que pasaba convertía a más hombres políticos en hombres de negocios que cooperaban con los herederos de Stalin, comprometidos con los jefes de la Stasi y la KGB, amigos de los policías del pueblo.

Hoy son estos últimos los que están desacreditados o en la cárcel, si es que no se han dado un tiro en la sien. Muchos antiguos “Vopos” o “IM”1 se han sumado a las nuevas instituciones democráticas. Se deshacen en palabras amables cuando nos presentamos en la antigua frontera interalemana donde “se disparaba sobre los hombres como si fueran conejos” (por haber utilizado esta frase, un corresponsal de la televisión germano-occidental, Lothar Löwe, fue expulsado de la RDA, sin más, hace diez años).

Desde el otoño de 1989, 16 millones de alemanes orientales, 300.000 de los cuales se han pasado a Occidente durante el año pasado, han confirmado con sus manifestaciones y sus revueltas que la RDA en la que vivían era exactamente como la describíamos. Por atrevernos a decir estas verdades fuimos declarados “persona non grata” por los sectores marxistas del Instituto de Estudios Políticos de Berlín2. Hoy, los profesores de marxismo-leninismo de Alemania del este, que se han quedado en el paro, buscan refugio en este Instituto, enclave tradicional del neomarxismo.

Los políticos difícilmente alcanzan a comprender lo que está pasando. No pueden creer que el viento de la historia haya cambiado tan rápidamente. Hablan bajo y hacen todo lo posible para que se olvide lo que decían ayer. Es el caso de los socialdemócratas germano-occidentales, y también de muchos demócrata-cristianos que creían poder pactar con el diablo. El partido “verde”, ecologista y pacifista, está en pleno proceso de descomposición en Alemania Occidental. El partido comunista germano-occidental, el DKP, está agonizando. El terrorismo “antiimperialista” de la Fracción del Ejército Rojo quedará pronto sin justificación que camufle su instinto asesino. Incluso la derecha pura y dura –los Republicanos de Franz Schönhuber pierde fuerza, porque el comunismo apátrida está tan acabado que ya no hay enemigo al que combatir.

La revolución en la RDA ha puesto en cuestión lo que el sociólogo alemán Helmut Schelsky denominó “el poder sacerdotal de los intelectuales”. El día después del escrutinio del 18 de marzo que dio la victoria al centro-derecha nacionalista y antimarxista en la RDA, la decepción de la izquierda alemana era manifiesta. Si hubiera podido, habría elegido otro pueblo. La izquierda repetía sin cesar la frase de Moscú que afirmaba que la gente había “votado con el estómago”, a lo que añadía el periódico francés “Liberation”, “después de haber votado durante años con las piernas”. Al día siguiente de las elecciones en Alemania Oriental, el consejero soviético Nikolai Portugalov reconocía que habían cometido errores en las previsiones de voto, añadiendo que también en Europa Occidental habían fallado los pronósticos.

Esto es algo que no debe sorprendernos, ya que la izquierda occidental, que domina los medios de comunicación, confundía como de costumbre sus deseos con la realidad, ignorando las aspiraciones del pueblo. De ahí la actitud despectiva que puso de manifiesto tras las elecciones. Se pudo ver a Otto Schily, uno de los portavoces de la izquierda alemana, antiguo líder de los verdes reconvertido socialista, agitar un plátano ante las cámaras de televisión, como queriendo decir que los electores se habían comportado como monos.

Algunos pensamos por el contrario que estas primeras elecciones libres han permitido a los ciudadanos de la RDA votar con la cabeza. Para aquellos que conocían y vivían en el “socialismo real mente existente” y no en las utopías de nuestros intelectuales, no había otra opción. Muchos electores del Este siguen sin tener las ideas claras, pero la mayoría tiene una visión de la situación más realista de la que teníamos nosotros en Occidente. Los países del Este aún no han terminado de sorprendernos. Su revolución ha tenido una magnitud comparable a la de 1789, pero ha sabido evitar el Terror de 1793. Los alemanes han sabido encontrar su identidad democrática. Por primera vez en la historia se han levantado con éxito contra una tiranía.

Las consecuencias son incalculables. Los alemanes pueden estar orgullosos, no sólo porque han levantado la economía y han conseguido sacar adelante una democracia que les había sido ofrecida desde Occidente, sino porque han confirmado su aspiración fundamental a la libertad y a la identidad política.

El hombre que comprendió todo esto de inmediato es Helmut Kohl. El que no lo comprendió fue Oskar Lafontaine. Si los alemanes no comprenden lo que está pasando, votarán a Lafontaine el día 2 de diciembre. Si no es así, Kohl volverá a ser elegido como artífice de la unidad de su país. Un nuevo Bismarck que entrará en la historia como hombre de reconciliación.

Desde 1982, poco después de llegar al gobierno, Helmut Kohl se autodenomina “patriota alemán”. Sus adversarios le tachaban de nacionalismo y se burlaban de la ingenuidad de este hombre corpulento y de sus torpezas. El canciller Kohl ha salido engrandecido por los acontecimientos de los últimos meses. Los hechos le han dado la razón. Ha demostrado ser un hombre político práctico, conectado con las bases, atento a las aspiraciones de su pueblo y fiel a su línea de conducta. Además, fue comprendido desde el principio por los dos hombres que han puesto fin a los acuerdos de Yalta: Gorbachov y Bush. Cuando le preguntamos recientemente cuál era el hombre político occidental que mejor había sabido comprender las aspiraciones de los alemanes, Helmut Kohl respondió sin dudarlo: George Bush.

Las bases ya habían sido puestas por Ronald Reagan, vencedor de la guerra fría. En junio de 1987, en un discurso pronunciado en Berlín, Reagan pidió a Gorbachov que abatiera el muro. Fue escuchado y su política de resistencia a las intimidaciones tuvo efectos. Helmut Kohl apoyó a Reagan en el rearme de misiles de alcance medio (Cruise y Pershing II) o en los intentos de crear una defensa espacial (el programa IDS). Como después se vio, Helmut Kohl acertó aquí más que su Ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher.

Recuerdo una conversación que tuve a principios de diciembre de 1989 con un diplomático francés especialista en cuestiones alemanas. Criticaba vivamente la iniciativa de Helmut Kohl en favor de una confederación alemana, asegurándome que, dando el proyecto de reunificación al Bundestag, el canciller no hacía sino acelerar su propio fracaso. El resto ya es conocido: los acontecimientos se fueron desarrollando de forma tan rápida e imprevisible que el plan Kohl de 28 de noviembre parecería hoy demasiado moderado. Afortunadamente, el canciller tomó esta iniciativa junto a otras dos: la unión monetaria interalemana y el apoyo a la “Alianza por Alemania” en la RDA (Ver cronología de los acontecimientos al final del artículo).

 

El futuro estatuto de Alemania

La iniciativa Kohl-Mitterrand para promover la identidad europea, lanzada una semana antes de la cumbre de Dublín de finales de abril de 1990, ha conseguido borrar los recelos mezquinos entre París y Bonn y los malentendidos de los últimos meses. La declaración franco-alemana del 19 de abril para la Unión Política ha bastado para tapar las fisuras de la llamada “comunidad de destino” franco-alemana. El día 28 de abril los Doce pusieron en marcha en Dublín una Unión política europea que habrá de concluir de aquí a 1993, como el mercado único y la unión monetaria europea, y que reunirá a 320 millones de europeos occidentales más 16 millones de alemanes del Este. El arreglo de la cuestión alemana por la reunificación “de la RFA, de la RDA y de Berlín, ni más, ni menos” –según la fórmula de Genscher– fue aprobado sin reservas por los Doce en Dublín. El plan en tres fases preparado por la Comunidad para la integración de la RDA y de la RFA en Europa obtuvo una aprobación general, pero el coste económico de la integración será afrontado íntegramente por la RFA. Los Doce no apoyaron a Delors en su iniciativa de conceder a la RDA una ayuda especial comparable a la que se dio a Portugal antes de su adhesión en 1986. La señora Thatcher apoyó sin reservas a Kohl cuando afirmaba que su gobierno “no tenía intención de acudir a las arcas de la CEE”. Pero nadie duda que la RDA tendrá acceso a los fondos especiales de la CEE para la reestructuración de los países del Este.

Nos acercamos más rápidamente de lo que se pensaba al objetivo europeo que trazaba el canciller Kohl en una entrevista que nos concedía en mayo de 1988: “Si tras 1992 tengo todavía algo que decir, diré a los alemanes: no hay que pararse en el mercado interior. No sería inteligente aplicar a la política europea la fórmula del convoy marítimo según la cual la velocidad es dictada por el barco más lento. No podemos reelegir en 1989 un parlamento europeo por sufragio universal y secreto y seguir recortando sus prerrogativas. Cuando se concluya el mercado único en 1992, ¿qué será la Comunidad? Esta es la cuestión. ¿Habrá que continuar sobre unas bases económicas? ¿O aplicar la letra de los Tratados de Roma que se refiere a la Unión política? Su objetivo no es el de crear una zona de libre cambio, sino alcanzar la integración política. Este ha sido siempre mi objetivo. No creo que sea este el momento de ocuparse de él. Pero cuando pase 1992 tendremos que consagrarnos a él en los ocho años que quedan para concluir el siglo. La cuestión está en saber si todos estamos dispuestos a ello”.

E1 canciller Kohl añadía a propósito de la Unión política: “Quiero construir las bases para que los que gobiernen después de mí puedan cambiar la velocidad del proceso si quieren, pero sin cambiar la orientación”. Y añadía: “Muchos de mis compatriotas aceptan hoy sin reservas que Alemania y Europa se complementen, gracias al milagro de la reconciliación con Francia”. ¿Quién sino París y Bonn podría dar a Europa el impulso necesario? El actual canciller atribuye al eje franco-alemán una importancia particular. Pero en su opinión, Francia y Alemania no constituyen el eje del vehículo europeo, sino su motor. Hay que evitar que el motor se embale (sobre todo en el ámbito monetario, en el que la estabilidad del marco es un verdadero dogma de fe). Según Kohl, la coordinación franco-alemana no es un fin en sí misma. Cuando se pronunció a favor de la aceleración de la construcción europea con ocasión de la visita del Primer Ministro español a Constanza a principios de febrero, Helmut Kohl no hacía sino manifestar, en plena mini-crisis franco-alemana, que estaba dispuesto a buscar otros socios si se llegaba a sentir incomprendido por Francia.

Así fue como nos hemos acercado más rápidamente de lo que se pensaba a la reunificación alemana. Todo el problema consistía en saber si la reunificación frenaría a Europa o si, por el contrario, aceleraría su integración. Hoy se puede decir que, afortunadamente, parece hacerse realidad la segunda hipótesis. Pero con una condición: que la unificación alemana se lleve a cabo bajo control europeo. “Nos felicitamos de que la unificación alemana se esté haciendo bajo la égida de Europa”, indica la declaración final del consejo europeo de Dublín. Los alemanes han aceptado consultar con los otros once con carácter previo a todas las etapas de su reunificación. Pero con una limitación: no han aceptado la presencia de un representante de la Comisión en la mesa de negociaciones RDA-RFA.

Francia y, sobre todo, Gran Bretaña han olvidado por fin sus reticencias iniciales a la reunificación. Los graves errores de apreciación de François Mitterrand y de Roland Dumas del invierno 1989-90 acerca del ritmo y la fórmula de la unificación, respondían a la vez a los diagnósticos diplomáticos erróneos y a la miopía histórica de Francia. Mitterand y su entorno temieron además que la liberación de Europa del Este desembocara en una crisis ideológica del socialismo y de la izquierda en Occidente. Recordaron de pronto que Oskar Lafontaine era socialista y Helmut Kohl no. Pero los socios de Kohl ganaron las elecciones del 18 de marzo en la RDA y el propio Kohl tiene posibilidades de ganar las del próximo 2 de diciembre en la RFA.

París también temía que Alemania se desinteresara por la CEE, atraída como estaba hacia el Este por fuerzas centrífugas. De ahí el plan de confederación paneuropea de Miterrand que permitiría a la CEE conservar su identidad, en vez de diluirse en un magma continental. Este plan pretende responder a las expectativas de los pueblos del Este con relación a la CEE, sin abrirles de par en par las puertas de Occidente (con la excepción de la RDA).

Llegado a este punto, el gobierno francés ha debido plegarse al ritmo desenfrenado del proceso de unificación alemana. Se ha terminado por comprender en París que el procedimiento de reunificación marcado por el artículo 23 de la Constitución de Bonn –la asimilación pura y simple de la RDA por la RFA– tenía ventajas evidentes, en particular porque evita la renegociación de todos los acuerdos concluidos por la RFA desde la guerra, con la OTAN, con la CEE, con la UEO, etc. Se trata de una oportunidad para transferir a la futura República de Alemania el estatuto internacional de la República de Bonn tal cual. Es curioso que se haya tardado tanto tiempo en comprender esto en los medios diplomáticos occidentales (aunque la oposición socialista alemana –de Brandy Lafontaine–y el partido liberal alemán –de Genscher y Lambsdorff– estaban en un principio en contra de la fórmula del artículo 23 que perpetúa el anclaje occidental de Alemania y reduce el margen de maniobra futura de su país entre el Este y el Oeste).

Para Helmut Kohl, unidad alemana y unidad europea son las dos caras de la misma moneda y deben ser simultáneas. Por ello, se pretende que Bonn haga de la futura República de Alemania parte integrante de una CEE reforzada, con el fin de intensificar sin riesgo la política del Este. Con la aceptación del tipo de cambio del marco propuesto por Lothar de Maizière, el canciller Kohl no hace nada por ralentizar el proceso. Los alemanes han comprendido que los europeos están hoy a favor de su reunificación y que los soviéticos la aceptan. Saben que les conviene actuar con rapidez para beneficiarse del actual clima favorable. De ahí las concesiones de Kohl en favor de una Europa a la que dice aspirar, pero que es difícil de alcanzar al mismo tiempo que la reunificación alemana.

Bonn había venido rechazando la fijación de fechas para la entrada en vigor de la Unión Económica y Monetaria, ya fuera del inicio de la conferencia intergubernamental en la que París mostraba gran interés, o del fin de los trabajos. Pero el ministro Genscher se manifestó posteriormente dispuesto a adoptar el calendario francés. La aceptación de la fecha del primero de enero para la Unión europea ha de ser entendida como una concesión del canciller también es verdad que la Unión Económica y monetaria se verá coronada por la Unión política que Helmut Kohl afirma desear.

 

 

Alemania y la OTAN

Los soviéticos tendrán que aceptar tarde o temprano la pertenencia a la OTAN de una Alemania unida. No podrán negarse durante mucho tiempo a una alternativa que, además, es matizada por el “Plan Genscher”, lo que la hace mucho más aceptable, y mejorada por el “Plan de Maizière”. (Según el “Plan Genscher”: 1. La Alemania unificada pertenecerá a la OTAN, 2. No habrá estacionamiento de tropas occidentales en territorio de la antigua RDA, 3. Las tropas soviéticas podrán permanecer transitoriamente en territorio de la RDA, mientras las tropas americanas continúen en la RFA. Por su parte, el “Plan de Maizière” añade que Alemania sólo se adherirá a la Alianza Atlántica si ésta modifica sus estructuras y su estrategia para convertirse en una organización más política que militar).

Un alto responsable de la OTAN declaraba en Bruselas en el mes de abril que el Kremlin sobreestima las posibilidades de la Alianza Atlántica. Está claro que Moscú ya no tiene medios para imponer su opción a favor de la neutralidad alemana. A principios de abril Schevardnadze quitaba hierro al asunto en Washington cuando decía a Baker que la neutralidad no era la única solución a considerar. Pero sólo una semana después, el ministro soviético proponía una Alemania perteneciente a la vez a la OTAN y al Pacto de Varsovia, lo que en último término es igual a la neutralización. Por último, Schevardnadze propuso a finales de abril el “no alineamiento” de Alemania. Pero ¿no equivale el “no alineamiento” a lo que antes se llamaba el “neutralismo positivo”? Es como si Moscú intentara disimular con palabras su pérdida de poder.

Este retroceso tiene su prueba más clara en el Pacto de Varsovia, que ya no existe más que en teoría, por no hablar del COMECON. La evolución actual de Europa del Este supone una victoria de la OTAN y de sus valores de libertad y democracia, asumidos plenamente por los pueblos del Este.

Los occidentales deben, sin embargo, evitar caer en dos errores: 

  • El primero sería desmantelar la OTAN con el pretexto de que el Pacto de Varsovia va a desaparecer; antes al contrario Rusia podría necesitar ayuda de la OTAN a largo plazo.
  • El segundo sería diluir poco a poco a la OTAN, sustituyendo a los dos bloques militares por una suerte de sistema de seguridad colectiva, como el que preconiza, desde hace años Hans-Dietrich Genscher (y los socialistas alemanes).

Estos son nuestros argumentos:

  • No hay sistema de seguridad colectiva que sea eficaz.
  • Las únicas alianzas que ofrecen una protección real son las de Estados con intereses comunes y regímenes políticos y económicos similares.
  • Un sistema de seguridad compartido con los soviéticos sería desigual. La URSS tiene aún demasiado poder sobre el continente europeo (se sentiría mucho más segura que nosotros).
  • Con ello, lo único que se conseguiría sería devolver a Moscú la presencia y la autoridad que acaba de perder en los asuntos europeos.
  • No conviene multiplicar los organismos paneuropeos de consulta y codecisión (“del Atlántico a los Urales”). Mientras la URSS siga siendo una potencia asiática, la Europa libre se extiende “de Portugal a Polonia”.

Es evidente que los rusos no quieren dejar de ser europeos. Se les podría garantizar un estatuto europeo (parcial, mientras sigan dominando las repúblicas asiáticas) a condición de que permanecieran con sus tropas en su territorio y dejaran de intervenir al Oeste de su frontera. Rusia, Bielorusia y Ucrania, 200 millones de habitantes, son naciones europeas desde el punto de vista étnico, religioso y cultural. Por esta razón, es preciso entablar relaciones sólidas con Moscú, pero concebidas de modo que limiten el poder de los rusos. Tras setenta años de dictadura bolchevique, se justifica esta cuarentena –o convalecencia– a la que se somete a Rusia. En cualquier caso, es impensable que la URSS se adhiera “a la OTAN, a condición de que cambie de nombre”, como han llegado a proponer ciertos diplomáticos soviéticos. El caballo de 1roya resultaría demasiado visible. Si resulta posible en cambio que la OTAN y la CEE les concedan su apoyo si el régimen político y económico de la URSS se occidentaliza. Pero debemos en cualquier caso evitar entrar en conflictos asiáticos para defender Moscú. Por eso, es urgente que los países de Europa del Este disuelvan el Pacto de Varsovia que hoy les exige asistencia a la URSS.

En el plano militar, y no sólo en él, Bonn no desea la retirada de los americanos, británicos y franceses del territorio alemán, aunque hay quien alza la voz contra los misiles franceses de corto alcance Hades y contra los misiles americanos Lance, que pueden alcanzar territorio germano-oriental, polaco, checoslovaco y húngaro. Algunos expertos preconizan la creación de unidades mixtas europeas, similares a la brigada franco-alemana de Böblingen, para su estacionamiento en el territorio de los dos países, incluida la RDA. Es una propuesta que aún no tiene carácter oficial. Esta idea de crear tropas europeas multinacionales no ha sido considerada en la última reunión de la UEO, aunque en el futuro habrá que encontrar fórmulas de cooperación militar apropiadas para sustituir el orden de posguerra. Una retirada pura y simple de las fuerzas occidentales de la RFA y de Berlín abriría paso a la neutralidad alemana. En la fase posterior a la reunificación, la neutralidad será una continua tentación para algunos sectores políticos de la Alemania unida. Hoy se sabe, sin embargo, que la neutralidad no es una solución que convenga a Alemania.

La reunificación alemana no necesita de este objetivo para realizarse. La neutralidad alemana, no es más que una demanda maximalista que Moscú ya no puede imponer por la fuerza a la OTAN. En cierto modo, se puede decir que la presencia americana en Europa y el reforzamiento de la OTAN y de la UEO son también en interés de los soviéticos. No sólo porque la OTAN garantizará una Alemania sociable y cooperante, sino también porque los rusos necesitarán tener aliados en occidente.

La petición presentada por Schevardnadze el cinco de mayo en la primera conferencia de ministros “2+4”, celebrada en Bonn, consistía en reconsiderar las modalidades internas de la reunificación, que son competencia alemana, y determinar la alianza a la que pertenecerá la Alemania unida. Los propios alemanes rechazaron con razón esa propuesta de neutralidad disfrazada que terminaría haciendo eterno el debate sobre la orientación de Alemania, prolongándolo más allá de la fecha de la reunificación. Los soviéticos pretenden conservar tras la reunificación algunos de los derechos obtenidos tras la guerra. Quieren mantener tropas en la RDA aunque ésta deje de pertenecer al Pacto de Varsovia, una vez absorbida por la Alemania unificada. Los alemanes, con el apoyo de todos los Estados occidentales y algunos países del Este, como Polonia o Checoslovaquia, desean en su conjunto pertenecer a la OTAN.

La ventaja de las Alianzas es que impedirán el retorno a los nacionalismos anteriores a 1914 ó 1939. Un retorno que sumiría al continente en el caos, pues el despertar de las identidades nacionales y el resurgir de los recuerdos históricos en este continente-mosaico que es Europa no trae siempre efectos positivos. Hay que evitar que el despertar de las nacionalidades provoque enfrentamientos sangrientos. En el mundo del siglo XXI, la identidad europea deberá primar sobre las identidades nacionales si queremos sobrevivir. Hemos de felicitarnos de que, pese a la ola de patriotismo que ha despertado a los alemanes del letargo, no haya habido un resurgimiento del chauvinismo germánico. “No habrá Alemania sin Europa”, decían Helmut Kohl y Lothar de Maizière. La oposición socialista comparte en su gran mayoría este punto de vista.

 

Del conflicto Este-Oeste al conflicto Norte-Sur

Con el pretexto de que el peligro proveniente del Pacto de Varsovia ha quedado atenuado y de que el ejército germano-oriental (la NVA) va a desaparecer, la izquierda alemana comienza a considerar la posibilidad de suprimir prácticamente la Bundeswehr. Sería un gran error: hay que evitar el desarme de Alemania y la supresión total de la presencia de fuerzas americanas con su cobertura nuclear. También deben permanecer las fuerzas británica y francesa, así como sus posibilidades de actuación fuera de Europa. Y esto, no sólo porque la URSS siga siendo una gran potencia militar con medios de presión nucleares sobre Europa Occidental: hoy comienzan a surgir nuevos peligros desde el Sur.

En el futuro tendremos necesidad de un ejército y de una tecnología alemana fuertes para proteger Europa de eventuales agresores. Alemania no debe quedar debilitada 3.

El integrismo musulmán podría llegar a convertirse en un peligro para Europa antes de final de siglo, cuando en realidad no se le esperaba hasta el siglo XXI. En el otro extremo, la amenaza proveniente de la China comunista parece haber sido sobreestimada sobre todo en la Unión Soviética. El terrorismo procedente de Irán, Siria, Irak, Líbano o Libia no será nada comparado con el que surgirá si Argelia, y con ella todo el Magreb, llega a caer en manos de fanáticos religiosos. Ahora bien, no podemos cerrar los ojos ante el progreso del islamismo en Argelia. Las comunidades árabes de Francia ya han comenzado a notar sus efectos, al igual que los turcos de Alemania Occidental.

El día en que Argel sea la capital de una república islámica, la posibilidad de que los musulmanes del Norte de Africa quieran vengarse de las hazañas de Carlos Martel y del Cid dejará de ser considerada como política-ficción. Un antiguo primer ministro de Charles de Gaulle, Michel Debré, ha planteado el tema en un reciente artículo: ¿Estarían los alemanes dispuestos a prestar ayuda militar a Francia si sus puertos mediterráneos fueran amenazados por un Gadafi argelino? La pregunta se hace extensiva con mayor razón al caso español.

Lo sucedido en Europa del Este debería enseñarnos que los giros históricos contenidos durante mucho tiempo pueden producirse de forma repentina. Ahora bien, es indiscutible que uno de los factores de la desmembración de la Europa del Este soviética es el conflicto surgido entre la URSS y los pueblos musulmanes del Sur. Antes de que sucediera en Europa Occidental, la Unión Soviética vivió el paso del conflicto Este-Oeste al Conflicto Norte-Sur. En cierto modo, la unión europea es la aliada natural de la URSS en la contención de la oleada islámica.

Se trata de un peligro del que todavía no se es muy consciente en Alemania. En Francia hay una mayor percepción del problema, manifestada continuamente en los debates sobre el racismo. Joachim Bitterlich, consejero de política europea del canciller Kohl, que comenzó su carrera diplomática en el Cairo para pasar después a Argel, nos decía recientemente: “Mis compatriotas, a diferencia de los franceses, son indiferentes ante la realidad de África del Norte. Pero el problema podría presentársenos a nosotros también. Imaginemos un movimiento integrista venido de Argelia a través de Francia y otro de Turquía a través de Alemania… Esperemos que los alemanes aprendan de los franceses a ocuparse en mayor medida de los temas mediterráneos”.

 

Cronología de una revolución pacífica

El 2 de mayo de 1989, Hungría decide abrir el Telón de Acero, pero ¿también para los alemanes del Este? Esto supondría una ruptura del contrato tácito del bloque comunista, según el cual los países que lo forman deben ajustarse a aquél que tenga la política menos liberal, por entonces la RDA de Honecker (como en 19681a RDA de Ulbricht).

  • El 10 de septiembre, Budapest permite el paso a Occidente de 6.500 alemanes del Este refugiados en territorio húngaro; contra lo que se esperaba en Berlín Este, el Kremlin no se opone a esta decisión.
  • El 18 de septiembre, el presidente George Bush declara no temer una eventual reunificación alemana.
  • El 1 de octubre, las autoridades checoslovacas y germano-orientales permiten a más de 4.000 refugiados abandonar Praga y viajar a la RFA a través de la RDA. Más de 800 alemanes del Este instalados en Varsovia se benefician de esta medida.
  • El 18 de octubre, Erich Honecker, número uno de la RDA desde 1971 y arquitecto del Muro de Berlín, abandona su cargo en favor de Egon Krenz, su delfín. Krenz deja su puesto 49 días después a Gregor Gysi, hijo de un ministro comunista y miembro de la oposición comunista en el seno del partido. Se trata de un intento de solución de la crisis desde dentro del régimen, como se hará luego en Rumanía, mediante el traspaso de poderes de un grupo comunista rígido y nacionalista a un grupo comunista liberal y cosmopolita. Pero la población germano-oriental no ceja. Las manifestaciones masivas en la RDA y la huida a la RFA de decenas de miles de alemanes del Este impiden el éxito de esta solución.
  • El 4 de noviembre, la RDA autoriza a sus súbditos a pasarse a Occidente a través de Checoslovaquia.
  • El 9 de noviembre, a las 19 horas, se abre el muro de Berlín, cerrado desde el 13 de agosto de 1961. En las semanas siguientes, casi todos los alemanes del Este visitarán la RFA. El número de refugiados disminuye, aunque no desaparece.
  • El 17 de noviembre, el comunista reformador Hans Modrow se convierte en primer ministro de la RDA. Se declara opuesto a la reunificación, pero propone a Bonn una “comunidad contractual”.
  • El 28 de noviembre, el canciller Helmut Kohl presenta un plan de diez puntos para el establecimiento de estructuras confedérales primero y federales después entre la RFA y la RDA.
  • El 5 de diciembre, las autoridades de Berlín Este autorizan a los ciudadanos germano-occidentales a entrar libremente en la RDA, sin visado ni cambio obligatorio (Bonn califica la medida de “paso importante hacia la unidad”).
  • Los días 8 y 9 de diciembre, el Consejo Europeo reunido en Estrasburgo se declara favorable a la unidad alemana, en el respeto a la autodeterminación y a los tratados adoptados por la RFA; Helmut Kohl se compromete a respetar la línea Oder-Neisse.
  • El 17 de diciembre, el canciller se pronuncia en Budapest a favor de una Alemania unida y libre, en una Europa libre y unida.
  • El 19 de diciembre, Kohl se reúne con Hans Modrow en Dresde con el fin de abrir las negociaciones sobre una comunidad contractual. Tres días después, se abre la Puerta de Branderburgo que dividía a Berlín en dos.
  • El 8 de enero, cientos de miles de personas se manifiestan en ocho grandes ciudades de la RDA, pidiendo esta vez la reunificación y la dimisión de los comunistas; piden también la disolución de la policía secreta comunista, la Stasi.
  • El 30 de enero, Modrow se reúne con Gorbachov en Moscú. La URSS acepta en principio la reunificación alemana, a condición de que “tenga en cuenta los intereses de las demás naciones y de los vencedores de la guerra”. El 1 de febrero de 1990, Modrow presenta un plan de reunificación que incluye una cláusula de neutralidad, condición que ya fue impuesta por Stalin en la famosa nota de 10 de marzo de 1952.
  • El 7 de febrero, el canciller Kohl y su ministro de finanzas Theo Waigel proponen integrar económicamente la RDA en la RFA mediante la sustitución del marco del Este por el Deutschmark occidental; se comienza a hablar de “unión monetaria”.
  • El 12 de febrero Gorbachov vuelve a oponerse a la integración de la RDA “en la estructura de la OTAN”. Ante la presión popular, Modrow decide adelantar las primeras elecciones libres, previstas para el 6 de mayo, al 18 de marzo de 1990. Helmut Kohl viaja a Moscú y consigue de Gorbachov el 10 de febrero un comunicado en el que concede a los alemanes el derecho a elegir el procedimiento y el ritmo de su reunificación: “La URSS respetará la decisión de los alemanes. La cuestión alemana será resuelta por los propios alemanes”.
  • El 11 de febrero, Kohl anuncia el comienzo de negociaciones sobre la unidad alemana para el día después de las elecciones legislativas en la RDA.
  • El 1 de febrero, las cuatro potencias garantías del estatuto de Berlín (Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la URSS) y los dos Estados alemanes se ponen de acuerdo en Ottawa sobre el comienzo de discusiones a nivel ministerial sobre el estatuto internacional de la futura Alemania (conversaciones “2+4”).
  • El 1 de marzo, la Cámara del Pueblo de la RDA decide la transformación de los “Combinats” socialistas en sociedades de capital. El 6 de marzo, aprueba una serie de leyes que fijan las bases de una economía de mercado, pero con restricciones.
  • También el 6 de marzo, Mijail Gorbachov y Hans Modrow insisten en Moscú en que el proceso de unificación alemana debe ser gradual y contar con garantías, sobre todo en lo que se refiere a la línea Oder-Neisse.
  • El 7 de marzo la Cámara del Pueblo adopta una carta social, aprueba una ley sobre la creación de empresas privadas, proclama la libertad de asociación, etc.
  • El 9 de marzo, funcionarios de los dos estados alemanes se reúnen por primera vez en Berlín Este para hablar de los aspectos internos de la reunificación. 24 partidos políticos deciden presentarse a las primeras elecciones libres desde 1933.
  • El 14 de marzo, se celebra la primera reunión “2+4” en Bonn, a nivel de altos funcionarios. En ella, se decide aceptar la presencia de representantes polacos en la mesa de negociaciones cuando se debatan asuntos relativos a sus fronteras.
  • El 18 de marzo, el escrutinio de las elecciones en la RDA da un resultado que contradice a la mayoría de los sondeos: La CDU cristiano-demócrata de Lothar de Maizière obtiene el doble dé votos que el partido socialista; .al que se daba por ganador. La Alianza por Alemania (CDU/DSU/DA), patrocinada por Helmut Kohl, obtiene casi la mayoría absoluta. Ya no hay nada que pueda frenar la reunificación “a la occidental”, así lo ha querido el pueblo germano-oriental.
  • El 5 de abril, Schevardnadze parece abandonar la demanda de neutralidad alemana.
  • El 9 de abril, Lothar de Maizière forma gobierno con los partidos de la “Alianza por Alemania”, con liberales y socialistas germano-orientales. Los comunistas del SED-PDS están en la oposición, con el 15 por ciento de los votos del 18 de marzo.
  • El 27 de abril comienzan oficialmente las negociaciones interalemanas con vistas a la firma de un acuerdo-marco para la Unión monetaria, económica y social.
  • El 28 de abril, los Doce se ponen de acuerdo en Dublín sobre la unidad alemana.
  • El 5 de mayo, las elecciones municipales en la RDA confirman la mayoría de Lothar de Maizière, aunque con un ligerísimo retroceso. Los socialistas no mejoran sus resultados.
  • El 5 de mayo tiene lugar en Bonn la conferencia de ministros de Asuntos Exteriores “2+4”: los soviéticos proponen salir del callejón sin salida y poner “fin a la guerra fría” posponiendo durante varios años la decisión sobre la pertenencia de la futura Alemania unida a la OTAN. El canciller Kohl proclama “el fin de la guerra fía” y afirma que la seguridad de Alemania será garantizada por la OTAN. Las próximas reuniones “2+4” tendrán lugar en junio en Berlín Este, en julio en París –con representantes de Polonia– y a principios de septiembre en Moscú.
  • El 1 de julio entrará en vigor la unión monetaria interalemana. 
  • El 2 de julio se procederá a la distribución de marcos occidentales en las sucursales del Bundesbank y del Staatsbank en la RDA. 
  • A finales de noviembre, concluidas las reuniones “2+4”, se presentará un proyecto a la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (CSCE) para su estudio.
  • Constituidos los cinco händer federales de la RDA, celebrarán elecciones regionales en Otoño.
  • El 2 de diciembre tendrán lugar elecciones legislativas en la República Federal. Posteriormente, el número de händer de la RFA podría ser reducido para crear regiones del tamaño de las de otros países de la CEE. La RFA adoptará las leyes y emprenderá las reformas constitucionales que permitan la integración de la. RDA.

El partido liberal germano-occidental (FDP) es partidario de elecciones para las dos Alemanias a principios de 1991.

El partido social-cristiano bávaro (CSU) prefiere unas simples elecciones complementarias en la RDA para elegir los diputados germano-orientales del Bundestag.

El partido cristiano-demócrata del canciller Kohl (CDU) desea que se celebren elecciones panalemanas en el otoño de 1991.

En cualquier caso, a finales de 1991 se reunirá el primer parlamento de la Alemania unida. Se adoptará la constitución germano-occidental ligeramente retocada. Se elegirá un himno y una bandera, mientras que el presidente de la República, Richard von Weizsácker, preparará su traslado a Berlín. Durante algunos años –entre cinco y diez probablemente– el gobierno y el parlamento seguirán en Bonn. ¿Será su emplazamiento definitivo? Es poco probable, aunque un debate sobre el asunto podría cambiar las cosas.

El año 1992 verá la armonización de la Unión alemana y de la Unión Europea.

En opinión de Helmut Kohl y de muchos hombres de negocios alemanes, lo que era la antigua RDA, una región pobre y oprimida, se convertirá de aquí a tres o cuatro años en una región floreciente de Alemania.