Autor: Mikel Ayestaran
Editorial: Península
Fecha: 2018
Páginas: 240
Lugar: Barcelona

Las cenizas del califato

Elisa Pont Tortajada
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A Occidente le preocupan más las piedras que las personas”. La frase de Abu Samir, vecino de Palmira, seguirá en la mente de Mikel Ayestaran mucho tiempo después de abandonar aquella ciudad, dos veces “conquistada” por el Estado Islámico (EI). La “Perla del Desierto”, como se la conoce, cayó por primera vez en manos de los yihadistas en mayo de 2015; en marzo de 2016 volverían para destrozarla. Ayestaran la visitó justo un año después y lo que allí vio y escuchó lo ha plasmado en este libro que es un recorrido por las ruinas del califato.

Las cenizas del califato es, como indica su autor en el prólogo, un libro cuyos protagonistas son todas aquellas personas “con nombre y apellido” y que, a través de sus testimonios, “dibujan el escenario después de la batalla”. Uno de los rasgos definitorios de la crónica es la importancia de las voces, el valor testimonial de aquellos que vivieron de primera mano los hechos que el periodista se dispone a narrar. Y así lo evidencia Ayestaran en este libro coral, que constituye un diálogo continuo con las víctimas de la guerra contra el EI. Una guerra que estalló en Bagdad en 2014 y de la que las agencias mediáticas fueron “entrando y saliendo”, según los golpes que Occidente recibía en forma de atentado.

Poco o nada se sabía del califato, ese “enorme agujero informativo” del que muchos medios de comunicación hablaban pero casi nadie conocía. A excepción de unos pocos, como el mítico periodista Robert Fisk, primer occidental en acceder a la base aérea de Kuweires después de su liberación y el primero también en narrar los efectos de la ofensiva de Turquía en Afrin. El papel esencial de los fixers sobre el terreno, la tiranía de las breaking news, la irrupción de las redes sociales en la cobertura periodística, las enseñanzas de quienes le precedieron en el terreno –como Ramón Lobo–, o de aquellos que no volvieron para contarlo –como José Couso–, se diseminan por este relato que podría considerarse, en cierto modo, una especie de manual sobre el periodismo de guerra.

Pero, ¿cómo contar el sufrimiento de cientos de miles de personas? Durante la visita a la mezquita de Al Nuri, “epicentro de la barbarie” y el “lugar que mejor simboliza el ascenso y la caída de EI”, Ayestaran muestra las contradicciones que engloban a la profesión. “Enciendo la cámara y pronto se me saltan las lágrimas. Aunque la máquina puede parecer un escudo en algunas circunstancias, el corazón termina venciendo a la cabeza y hay instantes en los que la emoción te puede”, escribe. Luego la dejará a un lado, también su bloc de notas. Y se dedicará a escuchar. Llanto, sus hijos, impotencia. “Es imposible ponerse en su lugar. Lo intento, pero es realmente imposible”.

Irak es ahora ese “infierno con mil demonios”, después de 14 años de ocupación, guerra sectaria y califato. A lo largo de su recorrido por el país, Ayestaran visita también el campo para familiares de excombatientes del EI, situado a las afueras de la ciudad de Tikrit, al noroeste de Bagdad. La mayoría, mujeres y niños que ya no pueden volver a sus casas por miedo a una posible venganza, al ojo por ojo, la única ley que ahora se aplica. “Estos niños son las auténticas cenizas que deja el califato, y crecen en el campo de cultivo ideal para convertirse en la próxima horneada de yihadistas, bajo las siglas que sean”. Una fotografía, para la portada.

Tras cuatro años de idas y venidas, Ayestaran se despide del califato en Akerbat, el “auténtico museo al aire libre del califato”. Pone así punto y final a un viaje que comenzó en Bagdad en 2014, cuando todo Irak temblaba ante la llegada de los combatientes del EI, y que finaliza en las llanuras de Hama, frente a una de tantas jaulas usadas para torturar a los “infieles”. Quizá, como algunos temen, los yihadistas resurjan de sus propias cenizas y vuelvan algún día a estas tierras: bajo otras siglas, de otro modo, pero con la misma fuerza destructiva. Será entonces cuando esta frase cobre todo su sentido: “La paz no vende. Una vez que las armas callan y empieza la vuelta a la vida, los periodistas nos vamos. La historia se repite”.