POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 10

Latinoamérica: deuda y crisis de un modelo global

Enrique Ruiz García
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El canciller Kohl hizo recientemente una notable definición del marco alemán. Quizá sea la más directa, aguda, razonable y sólida explicación que pueda hacerse de una divisa, de una moneda nacional: “Respecto al marco sólo tengo que decir dos cosas: es el fruto del trabajo y del ahorro de los alemanes.”

De acuerdo con la ley del 6 de julio de 1785, las trece ex colonias de Inglaterra, convertidas en una nación independiente, –Estados Unidos– aceptaron que el peso mexicano, tácitamente, fuese la unidad monetaria de la joven nación. La Casa de Moneda de México, creada por la Cédula Real del 11 de mayo de 1535, había generado, en efecto, una de las más respetadas divisas del mundo. La paradoja, sobre todo si se tiene en, cuenta lo que ocurre hoy, conforma una lección histórica: el pasado esclarece el presente.

Baste decir que hasta el 2 de abril de 1792 no se comenzó en Estados Unidos la acuñación de su propia moneda nacional. Los “dólares de maquila Española” (“como se describía a las monedas Españolas e hispanoamericanas sin distinción”, se dice en el libro The Mexican Peso, de Sidney Wise y Hugo Ortiz) habían sido, desde 1776, de uso corriente.

No sólo en Estados Unidos. En toda la cuenca del Pacífico, en los siglos XVIII y XIX, el peso mexicano fue aceptado como ejemplo, sin más, de una moneda atesorable y confiable. Si bien es cierto que, en 1873, cuando se puso en circulación en Estados Unidos el “dólar comercial” y ello planteó, inicialmente, la primera competencia real con las monedas hispánicas, éstas mantuvieron, fundamentalmente el peso mexicano (con su águila), un poder de atracción indisputable; cierto. Todavía en 1893, cinco años antes de la guerra entre España y Estados Unidos, guerra que abriría el Caribe y el Pacifico…

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