POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 197

El diplomático estadounidense George F. Kennan (izquierda) jura su cargo como embajador en la Unión Soviética en 1952 acompañado de su esposa e hija. GETTY

Lecciones de la guerra fría

Estemos entrando o no en una nueva guerra fría, tendríamos que recordar la lección de la vieja guerra fría: ser flexibles y poco dogmáticos. No creer en ninguna filosofía de la historia, menos en una que dé por vencedor al liberalismo.
Ramón González Férriz
 | 

EL 22 de febrero de 1946, George Kennan, un diplomático destinado en la embajada estadounidense en Moscú, respetado pero por entonces de rango bajo, mandó un telegrama a sus superiores en el departamento de Estado en Washington. Estos estaban algo perplejos por el comportamiento de Iósif Stalin. La alianza entre Estados Unidos y la Unión Soviética para derrotar al nazismo había tenido innumerables problemas y, de hecho, los dos socios habían actuado ya durante la guerra pensando en la rivalidad que les enfrentaría en el mundo de posguerra. Pero en ese momento, la URSS se comportaba de manera incomprensible. Después de muchas reclamaciones en el reparto del nuevo mundo, exigió participar en el control de las antiguas colonias italianas del norte de África, para disponer de bases navales en el Mediterráneo. Sus exaliados no podían permitirlo. ¿Cómo era posible que la cooperación entre los miembros de la Gran Alianza se hubiera desmoronado tan rápidamente? ¿Qué quería Stalin?

La respuesta de Kennan fue tan elaborada que requirió 8.000 palabras. De hecho, pasaría a la historia con el nombre de “el telegrama largo”. “En general, en un plano internacional no oficial, los esfuerzos soviéticos serán negativos y destructivos, estarán diseñados para desgarrar las fuerzas de poder que no puedan controlar”, decía. “Esto es coherente con el instinto básico soviético de que no es posible llegar a acuerdos con los poderes rivales y de que el trabajo constructivo solo puede empezar cuando domina el poder comunista”. La URSS, afirmaba, era una “fuerza política que asume fanáticamente la creencia de que no puede haber un modus vivendi permanente con EEUU”. Esa fuerza política tenía a su disposición un inmenso aparato internacional que le permitía ejercer su influencia en otros países, “un aparato de increíble flexibilidad y versatilidad”, gestionado por gente cuya experiencia y habilidad…

PARA LEER EL ARTÍCULO COMPLETO