POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 172

Grafiti por la permanencia de Reino Unido en la UE que muestra al candidato republicano a la presidencia de EEUU, Donald Trump, besando al exalcalde de Londres y miembro del Partido Conservador británico, Boris Johnson (Bristol, 24 de mayo de 2016). GETTY

Muerte a la discusión racional, viva la conversación atomizada

La campaña de Donald Trump, el Brexit y el cambio climático son ejemplos de la sustitución de un debate público razonado por el discurso interesadamente atomizado que propicia Internet.
Diego Beas
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«Los hechos son sagrados, y la opinión es libre”. La frase, de C.P. Scott, director de The Manchester Guardian (posteriormente The Guardian), formulada en 1921, se convirtió en una máxima de varias generaciones de periodistas que aspiraban a producir el periodismo de mejor calidad. Una especie de síntesis deontológica que ha estado en el centro de las aspiraciones de los medios más prestigiados del mundo desde entonces. Una forma mucho más inteligente de entender y abordar el problema de la objetividad (¡que por supuesto no existe!) en la práctica periodística. Los grandes medios de comunicación de la era de los mass media han luchado una difícil batalla por separar –y mantener separada– la parte que concierne a los hechos (facts) y las opiniones (en algunos casos llegando al extremo de asignar diferentes plantas en las redacciones para cada una de estas tareas). Este modelo, grosso modo, es el que ha definido y dividido a la prensa de calidad del resto a lo largo del último siglo. Sobre todo, a la prensa escrita.

Pero, a más de dos décadas ya de la masificación de Internet y de un tránsito hacia una esfera pública digital en la que la información se emite a más velocidad que nunca, por más canales, formatos y en mayor cantidad, ¿qué pasaría si la definición misma y base epistemológica de lo que entendemos como “hechos” se pone en duda? Aún más, ¿qué pasaría si la celebrada explosión de los canales de información y las nuevas posibilidades de “transparentarlo” todo están llevando en realidad a un deslavamiento progresivo de la esfera pública? A un vaciamiento desde el interior (hollowing out) de uno de los pilares del sistema democrático.
Esto es lo que Michael Patrick Lynch de la universidad de Connecticut intenta responder en The Internet

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