AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 54

Mujer, periodismo y guerra, la discriminación en casa

Mónica García Prieto
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Al contrario de lo que ocurre en las sociedades occidentales, en escenarios de conflicto, las mujeres son consideradas profesionales, sin distinción de género.

Una guerra es miedo. Es polvo y destrucción, muerte y descomposición, frío y necesidad, olores atávicos y sensaciones viscerales que dominan al individuo de forma autónoma, ahuyentando cualquier indicio de raciocinio.

Una guerra es hambre, es incertidumbre, es dolor con mayúsculas y es, una y otra vez, miedo. Miedo a morir, miedo a vivir. Miedo a seguir perdiendo.

Nadie en guerra es ajeno a esos sentimientos. Hombres y mujeres, niños y ancianos, civiles o periodistas. Seguramente por eso, rara vez he sentido que llamase la atención por ser mujer periodista en zona de conflicto: porque la guerra nos iguala a quienes la padecemos, como protagonistas o como testigos. Allí somos todos seres humanos vulnerables, sometidos a las mismas injusticias, las mismas carencias y los mismos imponderables. Es posible que ése sea uno de los factores que me hacen sentir cómoda en mi trabajo: cuando ejerzo en esos contextos, no soy percibida como una mujer, sino como una persona.

Muchas veces me preguntan qué dificultades añadidas encuentro cuando cubro un conflicto, en mi condición de mujer. Y me rebelo a hacer diferencias, aunque sí he encontrado un trato diferente en algunos entornos. Me ha ocurrido en países tan conservadores como Afganistán, Pakistán o Bangladesh, donde he llegado a ser percibida como un ser extraterrestre, pero no solía pasarme en Oriente Próximo, donde los árabes me miraban con curiosidad, agrado y agradecimiento.

En Siria, Gaza o Irak, a los traficantes no les preocupaba ayudarme a cruzar una frontera de forma clandestina, pese a ser mujer, ni a los combatientes de uno u otro bando les molestaba que un rostro femenino se aproximase a sus posiciones para observar el desarrollo…

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