AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 33

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Dos trayectos. Salim Barakat. Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. Madrid, 2010. 237 pág.

Si hacemos caso a lo que escribió Gabriel García Márquez en el prefacio de su autobiografía, aquello de: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda” está claro que la infancia que Salim Barakat vuelca en Dos trayectos son los recuerdos de una pesadilla bien documentada. La infancia de un niño kurdo, en el norte de Siria, lindando con Turquía, en la “no-ciudad” de Qamishli, abandonada a conciencia por el gobierno central, donde los funcionarios árabes venidos del sur del país tratan con desprecio y superioridad a los habitantes locales, en una región donde “los agentes de la guardia montada saqueaban las aldeas para compensar lo exiguo de sus sueldos”. Los duros recuerdos de esa infancia extenuante hasta extremos insoportables son los protagonistas casi absolutos del libro. Las pocas concesiones luminosas que se permite en la narración son episodios puntuales, fruto de la brutalidad del ambiente, de la rebeldía propia de niños y preadolescentes crecidos en un entorno de supervivencia. Estos espacios momentáneos de libertad acaban siempre abruptamente en una paliza, una decepción o cualquier coto oscuro.
Los personajes que transitan por el texto parecen tocados por una maldición: un tendero jorobado, una abuela ciega, locos por doquier, un imán vago, un pastor con corderos satánicos, mujeres que se pelean por las bostas antes de que caigan al suelo o un mecanógrafo estéril por culpa de unas paperas. No se trata de la cuota de tullidos o locos que aparecen en muchas novelas árabes, en Dos trayectos ellos son la normalidad. La miseria agravada por sequías, razias gubernamentales, peleas entre clubes de deportistas de la ciudad, sexo casi siempre ilícito, crea un entorno perfectamente pertrechado en el que el polvo, el…

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