POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 48

Rabin: el asesinato y sus consecuencias

Shlomo Ben-Ami
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El asesinato del primer ministro Isaac Rabin ha significado un terremoto cuyo impacto se sentirá en prácticamente todas las esferas de nuestra vida; ninguna de ellas quedará inmune. Ciertamente, tanto el estilo como el contenido de la política exterior –la política de paz– del gobierno laborista adquirirán, bajo el liderazgo de Simon Peres, nuevos matices, posiblemente incluso un rumbo distinto en algunas materias clave. Pero, antes de perfilar esos cambios posibles, es obligado insistir en que el mayor impacto del asesinato es, a pesar de todo, interno. El trauma que está atravesando la sociedad israelí en estos días tendrá consecuencias tanto en el equilibrio de fuerzas políticas como en la capacidad de los israelíes de conducir el difícil y divisorio debate en torno al futuro de los territorios y del Golán a través de canales democráticos.

Algunos llevamos años advirtiendo que la democracia israelí puede verse seriamente desafiada por los núcleos político-religiosos de colonos para quienes la democracia parlamentaria es “una imitación de los gentiles” y, por tanto, esta generación –con o sin mayoría parlamentaria– carece de toda legitimidad para decidir el futuro de Eretz-Israel. Hace ya algunos años –concretamente desde la guerra de los Seis Días– que crece entre los israelíes este núcleo amenazador de fanatismo que se ha inventado una especie de teología política judía, ha usurpado el monopolio de la verdad y se ha autoproclamado intérprete de los “intereses eternos y permanentes” de la nación.

La política –esfera de lo posible y de lo negociable– se ha convertido para ellos en la provincia de verdades incuestionables. Del seno de estas corrientes procede el asesino de Isaac Rabin. Hoy, después de la muerte del primer ministro, puede que bajen su tono y abandonen su soberbia. La mano de la ley y el rechazo unánime de la sociedad ayudarán…

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