POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 75

El vengador: un mapa de guerra alegórica para 1877/GETTY

¿Una ciencia perdida?

La recuperación de la geopolítica se traslada también a su pasado, con trabajos que reflexionan sobre la evolución de esta disciplina.
Ricardo Méndez
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Tratado general de geopolítica
Jaime Vicens Vives
Barcelona: Vicens Vives, 1950.

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Las transformaciones que han tenido lugar en el escenario internacional durante la última década y la necesidad de interpretar las convulsiones que agitan al nuevo mapa político del mundo, han favorecido el resurgimiento de los estudios geopolíticos. Ese interés se refleja en la publicación de numerosas obras –que abarcan desde la divulgación periodística al estudio académico– en las que de nuevo se reivindica un término ya antiguo, que permaneció casi olvidado y proscrito durante años.

La recuperación de la geopolítica se traslada también a su pasado, con trabajos que reflexionan sobre la evolución de una disciplina que, desde su objetivo de analizar las relaciones de poder en el espacio y la influencia de los factores territoriales sobre las estrategias de los políticos, y en particular de los Estados, ha conocido un cambio profundo de sus bases teóricas, contenidos y métodos de investigación. Textos recientes como los de P. Lorot (Histoire de la géopolitique, 1995), C. Raffestin et al. (Géopolitique et histoire, 1995), G. Ó. Tuathail (Critical geopolitics, 1996), J. Agnew (Geopolitics: Revisioning world politics, 1998), G. Ó. Tuathail y S. Dalby edits. (Rethinking geopolitics, 1998), L. I. Almeida Mello (Quem tem medo da geopolitica, 1999), o el colectivo sobre Geopolítica del caos (1999), son buen exponente de la creciente atención que suscita. Ésta queda también reflejada en la edición de revistas especializadas (Geopolitics, Hérodote, Limes) y la recuperación de la cartografía geo­política como vehículo de expresión, presente asimismo en publicaciones como las de M. Kidron y R. Segal (Atlas del estado del mundo, 1999) o D. Smith (Atlas de la guerra y la paz, 1999).

Como recuerda Raffestin, este interés no está exento de ciertas deficiencias y limitaciones que reabren viejos debates sobre el valor científico y práctico de este tipo de estudios. En su opinión, los textos acogidos para la genérica denominación de geopolíticos ofrecen perspectivas demasiado genéricas y superficiales sobre algunos de los múltiples conflictos del mundo actual, sin demasiadas precisiones sobre la dimensión específicamente geopolítica ni sus métodos de investigación, llegando a afirmar que “más de tres cuartos de siglo después de su nacimiento, la geopolítica aún no sabe en qué consiste”.

En esa confusión, inherente a todo período de renovación y crecimiento, se hace necesario volver la vista atrás para encontrar algunas claves capaces de permitir identificar aquellos rasgos que permanecen, junto con las innovaciones incorporadas en el propio proceso evolutivo. Paul Claval recomendaba hace algunos años a los geógrafos deseosos de renovar esta antigua ciencia: “Si queremos hacer propuestas serias, hay que contar con una perspectiva más amplia y tener una visión más dilatada de la disciplina para hacer justicia a sus diversas facetas, especificar o separar lo que es realmente nuevo y ofrecer al estudiante una visión equilibrada”.

 

50 Aniversario

Así, conviene recordar que se cumplen ahora cincuenta años desde la publicación del Tratado general de geopolítica de Jaime Vicens Vives, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona, obra que supone una referencia obligada en el devenir de estos estudios en nuestro país y que gozó de amplio eco en su tiempo, como atestiguan las numerosas reediciones de que fue objeto hasta los años setenta.

Los inicios de Vicens Vives en la carrera docente como catedrático de enseñanza secundaria le pusieron en contacto con la geografía, manteniendo desde entonces un permanente interés por integrar los conocimientos históricos y geográficos, en especial los vinculados a la geografía política y la geopolítica. De esa preocupación surgieron libros como la Geopolítica de España y del Imperio (1940), los Atlas y síntesis de Historia Universal y de España (1945), y Las potencias mundiales (1950), en colaboración con Bosque Maurel, además del Tratado general de geopolítica (1950), en relación con la asignatura existente en ese momento dentro de los programas del Bachillerato.

Junto a ese objetivo específicamente docente, dos parecen haber sido las razones que justificaron la aparición de esta obra, casi coetánea de la publicada por Manuel de Terán sobre el mismo asunto (Introducción a la geopolítica y las grandes potencias mundiales, 1951). De una parte, la intensidad de los acontecimientos vividos en la década anterior, que finalizaron con el estallido de una conflagración internacional y la posterior creación de un orden bipolar que modificó el mapa geopolítico mundial, exigía una interpretación con una perspectiva histórica y geográfica adecuada.

En ese empeño, Vicens Vives consideraba también necesario reivindicar la recuperación de una disciplina geopolítica lastrada por su utilización como vehículo propagandístico del nacionalsocialismo alemán durante el período de entreguerras, a través de la labor desempeñada por la Escuela de Geopolítica de Heidelberg y la revista Zeitschrift für Geopolitik, dirigida por el general Haushofer. Como unos años antes habían señalado geógrafos como Melón (1941), Gavira (1942) o Martínez Val (1942), en sendos artículos publicados en la revista Estudios Geográficos, los excesos cometidos en ese tiempo alejaron a la geopolítica de cualquier preocupación científica, reduciéndola, en palabras del primero, a “huera fraseología de retóricos discursos políticos y teoría propedéutica de ciertas ambiciones políticas”.

En las “palabras preliminares” a la primera edición, Vicens explicitaba esa doble justificación de la obra al señalar que “cuantos se han interesado en los últimos años, repletos de acontecimientos a menudo indescifrables, por el desarrollo de la geografía política y la geopolítica, y no han tenido más ventanas para asomarse a esta última que bastardeados manuales, han echado quizá de menos que nuestra pluma no terciara en la palestra”, para poner coto a “los groseros errores en que incurrían cuantos, por pura intuición periodística, tergiversaban a diario los principios esenciales de la novel ciencia geográfica”.

Por el contrario, libre de los excesos de un determinismo que pretendió otorgar cobertura seudocientífica a doctrinas expansionistas como las del espacio vital o las fronteras naturales, Vicens considera que la geopolítica “es de suma utilidad para la correcta información del ciudadano, e imprescindible para cuantos intervienen en la orientación exterior de la vida de una colectividad humana”. Estos argumentos son similares a los que, veinticinco años después, utilizó el geógrafo francés Yves Lacoste para justificar la aparición de una revista especializada como Hérodote, y a los que en los últimos años reclaman de nuevo los conceptos geopolíticos en obras destinadas a interpretar las turbulencias de la posguerra fría.

 

«La geopolítica es de suma utilidad para la correcta información del ciudadano, e imprescindible para cuantos intervienen en la orientación exterior de la vida de una colectividad humana»

 

El libro se estructura en tres grandes apartados, coherentes con los principales contenidos y debates geopolíticos de la época, muy influidos aún por obras pioneras como las del alemán Ratzel y, en menor medida, el británico Mackinder, o los franceses Vallaux y Ancel, junto a los planteamientos iniciales de la escuela de los Annales representada por Braudel.

En la primera parte (“Geografía política, geopolítica y geohistoria”), Vicens intenta precisar las semejanzas y diferencias entre conceptos próximos y a menudo confusos, así como su evolución a lo largo del tiempo, desde sus remotos precedentes en Herodoto o Hipócrates de Cos, hasta la cristalización contemporánea de la geo­grafía política (Ratzel) y la geopolítica (Kjellén), donde se detecta la simbiosis entre la adaptación a algunas de las tendencias de vanguardia en el pensamiento científico del momento (idealismo kantiano, positivismo, determinismo ecológico-ambiental) y los intereses políticos dominantes en su entorno (nacionalismo, imperialismo), que les aseguró un rápido éxito debido a la eficaz combinación de “pensamientos, instrumento y voluntad”.

Su perspectiva como historiador le hace concebir los estudios geopolíticos para “sentar las bases generales de una comprensión correcta del factor geográfico en el proceso histórico de las comunidades humanas”, otorgando especial protagonismo a las condiciones naturales del territorio (clima, relieve, vegetación…) y a su posición en el mapa (localización respecto a grandes potencias y ejes de comunicación, áreas de tensión, acceso al océano…).

Aunque en la interpretación de las interrelaciones entre “el suelo y los hombres que lo pueblan” el autor apoyaba los planteamientos posibilistas, que rechazaban la existencia de una determinación inevitable impuesta por la naturaleza y concedían mayor protagonismo a la voluntad humana, es indudable que su “agenda de investigación” no se alejaba en exceso de la dominante hasta ese momento, en la que el concepto “geográfico” se adscribía esencialmente a los rasgos físico-naturales, concediéndoles un importante significado en el devenir de los pueblos, según había señalado Toynbee.

Numerosos ejemplos históricos para poner de manifiesto esa interdependencia consumen buena parte de estas páginas iniciales y, más aún, de las correspondientes a la segunda(“El suelo, la cultura y el Estado”).

 

El valor geoestratégico

Junto a referencias dedicadas a territorios que en el pasado mostraron un gran valor geoestratégico, justificando acciones políticas o militares que dibujaron líneas de tensión y conflicto en los mapas geopolíticos durante siglos (desde los Dardanelos y el Bósforo, a las estepas del Asia central, la fértil llanura mesopotámica o los pasos abiertos en las grandes cadenas montañosas), la obra también hace mención a otros territorios de plena actualidad, con alusiones a los conflictos de la Europa balcánica, al valor estratégico de Afganistán como tradicional Estado-tapón entre Rusia e India, a la complejidad étnico-cultural de áreas como el Cáucaso, señalando “la actividad disgregadora que en ellas prevalece tan pronto fallan los resortes del poder central que las aglutinaba políticamente”.

El interés actual de la obra no se limita a algunas reseñas aisladas, sino que se vincula en mayor medida a ciertas reflexiones sobre los movimientos que guían el devenir de los pueblos, o la intensidad y rapidez de las transformaciones que experimentan las sociedades contemporáneas.

Como afirma el autor, “incluso las más grandes estructuras políticas del pasado –Imperio Romano, Califato Abasí, Imperio Carolingio, Sacro Imperio Germánico– no fueron más que espectaculares coberturas de organismos poco coherentes, en cuyo seno predominaban los comportamientos estancos. Pero todo esto ha cambiado (…) La victoria sobre el espacio, llevando al hombre hasta los últimos confines del planeta, y sobre el tiempo, reduciendo de manera inverosímil las distancias relativas, han achicado la superficie terrestre. Hoy toda resistencia al mundo exterior puede considerarse quebrantada, y no existe medio alguno de defensa que obstaculice la propagación de los fenómenos políticos, sociales y culturales de carácter general. En la cadena de células que ahora constituye la humanidad, basta una conmoción en uno de sus extremos para que la reciba el opuesto con la vivacidad de la corriente eléctrica”.

En la tercera parte,“Las tensiones internacionales”, el autor analiza el carácter de las fronteras como “periferias de tensión”, las tendencias expansionistas de los Estados, y sus conflictos bélicos derivados. Si la transformación de las fronteras europeas tras dos guerras mundiales otorgaba en ese momento indudable interés a esta temática, la implosión de la Unión Soviética y de Yugoslavia, en contraste con los procesos de integración transfronteriza que vive la Europa occidental, justifica su actualidad.

Aquí también se trasluce con mayor claridad el sentido crítico del autor con algunos acontecimientos de la historia contemporánea, que describe, interpreta y valora. Así ocurre con el viejo debate sobre las fronteras naturales, culturales o históricas como base de reivindicaciones nacionalistas y de enfrentamientos entre los Estados. Vicens muestra lo absurdo de esto al afirmar que “la frontera política no es más que un fenómeno determinado por coyunturas históricas y geográficas, registradas en el transcurso de la vida de las sociedades humanas”, pero “en la realidad no existen fronteras, sino zonas de mutua interpenetración de las irradiaciones de los núcleos geohistóricos”. El autor llega a plantear que “las fronteras rígidas del siglo XIX (…) serán muy pronto superadas por el vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación y de distribución modernos”.

Hay que destacar la atención concedida a los recursos naturales por su valor estratégico para asentar el poder de las grandes potencias, aspecto en el que Vicens señala la importancia del petróleo, que “condiciona la marcha de los imperialismos y prepara sujeciones económicas o avasallamientos políticos”, razón por la que “las regiones petrolíferas, los oleoductos, las refinerías y los puertos de embarque constituyen zonas preferentes de atención geopolítica”. Algo similar puede decirse en cuanto a la atención que concede la obra al dominio de las comunicaciones, aspecto en el que pone de manifiesto la relevancia secular de algunos nodos de articulación de las redes terrestres, así como de los ejes fluviales navegables, o los estrechos y canales interoceánicos.

Un último apartado (“tendencias exteriores de los Estados”) reúne algunas consideraciones sobre la evolución y estrategias de las grandes potencias y sobre el orden geopolítico contemporáneo. Es aquí donde más se trasluce la debilidad teórica de un debate ya alejado del existente en aquellos tiempos en el ámbito de los estudios sobre relaciones internacionales. Esta debilidad se plantea a partir de la clásica contraposición entre potencias terrestres y marítimas, sin incorporar tampoco la más mínima alusión al contexto internacional del momento, representado por la guerra fría.

Los casos históricos que, como en el resto de la obra, intentan ejemplificar las ideas que se defienden, contraponen la tendencia mostrada por las potencias terrestres a asegurarse una amplia salida al océano. Esto ha favorecido la aparición de una serie de países-satélites respecto a la búsqueda de un hinterland continental en el caso de las potencias marítimas, y se ha reflejado en la creación de imperios coloniales y el control de las rutas navales. Así, llama la atención por su actualidad la frase con la que Vicens finaliza este apartado, referida a la estrategia de Estados Unidos: “Formosa es la clave de bóveda que cierra sólidamente el dominio americano en el océano Pacífico y no es de esperar que disminuya la tensión en esta zona, cualquiera que sea el rumbo de los acontecimientos internacionales”.

 

«Formosa es la clave de bóveda que cierra sólidamente el dominio americano en el océano Pacífico y no es de esperar que disminuya la tensión en esta zona, cualquiera que sea el rumbo de los acontecimientos internacionales»

 

Toda obra es, al menos en parte, hija de su tiempo y cualquier valoración actual sobre ella no es inmune al largo período transcurrido desde su publicación. Su lectura no puede eludir en bastantes momentos cierta sensación de lejanía, tanto por los contenidos abordados como por los debates teóricos que propone, demasiado centrados en las relaciones entre el medio natural y la evolución y características de los Estados. Pero se omite cualquier referencia a cuestiones como los procesos estructurales que guían la sucesión de órdenes geopolíticas, la presencia de elementos no estatales en las relaciones internacionales, o el mapa inherente al nuevo contexto bipolar heredado de la Segunda Guerra mundial, con sus potencias hegemónicas, áreas de influencia o espacios de conflicto, por citar tan sólo algunos aspectos significativos.

Aun así, el texto de Vicens continúa siendo un referente obligado para entender una forma de hacer geopolítica que, aunque reflejo del pasado, resulta una etapa ineludible para entender ciertos rasgos del presente y un reto de futuro para poder abordar la complejidad de un panorama geopolítico, a veces confuso, en el que se hace más que nunca necesario un esfuerzo de síntesis como el que esta obra representa.