El legado de Obama y la causa palestina

Itxaso Domínguez de Olazábal
 |  4 de octubre de 2016

La Asamblea General de Naciones Unidas se ha convertido en una convocatoria ineludible para quienes siguen de cerca el conflicto palestino-israelí. Ahí es posible diseccionar los discursos de uno y otro líder, además de lo que otros jefes de Estado puedan declarar sobre el asunto. El año pasado, el discurso de Mahmoud Abbas pretendía marcar un nuevo rumbo para una Palestina cuya bandera ondea ya en la sede de Nueva York de la organización internacional. Este año, el último de Barack Obama como presidente de Estados Unidos ante este escenario, eran sus palabras las que correspondía escudriñar con atención, también en lo que a Israel y Palestina se refiere.

La cita era también clave dado que, semanas antes, la administración estadounidense había anunciado algo que llevaba meses rumoreándose, el acuerdo en virtud del cual EEUU proporcionará a Israel aproximadamente 38.000 millones de dólares en ayuda militar a lo largo de los próximos diez años. Un acuerdo histórico por representar la suma una cifra sin precedentes. Aunque a estas alturas hay pocas dudas sobre la borrascosa relación entre Obama y Benjamin Netanyahu, cada vez más tensa a lo largo de los últimos años, esta administración ha sido más generosa que las de sus predecesores, aunque –aspecto no señalado por los medios– también ha impuesto algunos cambios que pueden producir efectos considerables, al menos en cuanto a la dimensión militar de la relación, a medio y largo plazo.

 

Ayuda militar de Estados Unidos

Fuente: The Washington Post

 

La administración Obama ha sido muy clara con algunas políticas israelíes, particularmente en su crítica a la construcción incesante y hasta ahora impune de asentamientos. El presidente de EEUU afirmó durante su discurso ante la Asamblea General que “Israel tiene que reconocer que no puede ocupar territorio palestino permanentemente”. No son pocas las ocasiones en las que el dirigente ha afirmado que el statu quo no es sostenible, así como aquellas en las que ha venido a decir que dar un paso hacia una paz entre las dos naciones se cuenta entre sus promesas frustradas y sus principales decepciones. Cabe destacar en este sentido la creciente frustración experimentada por el secretario de Estado, John Kerry, tras su esfuerzo quijotesco pero infructuoso de 2014, probablemente el más rotundo en este sentido; Kerry llegó a señalar que la alternativa a la solución de dos Estados no es un Estado binacional, sino un nuevo conflicto bélico.

De hecho, y aunque tanto Obama como Netanyahu se empeñaron en atestiguar la amistad entre los dos países tras su reunión del 21 de septiembre, los gestos no dejaron de ser distantes, tampoco frívolos los comentarios posteriores. Se trataba de una reunión que tenía como objetivo tranquilizar a sus respectivas audiencias. Netanyahu también se reunió en Nueva York con Hillary Clinton, una reunión en la que no le fue difícil conseguir su principal objetivo: que esta se opusiera como presidenta a cualquier tentativa por parte de fuerzas ajenas al conflicto palestino-israelí de imponer una solución al mismo. Este compromiso se referiría incluso a cualquier acción en el seno de Naciones Unidas. Una promesa que no le es necesario arrancar de Donald Trump quien, pese a algunos titubeos iniciales, ha declarado en numerosas ocasiones que sus objetivos están alineados con las prioridades de Netanyahu.

Obama apuntilló, al referirse al acuerdo de ayuda militar a Israel, que también continuarían presionando por una solución de dos Estados. Parece que la perspectiva de Trump en el Despacho Oval empuja a muchos a creer que Obama cumplirá finalmente con su promesa de impulsar esta solución, aunque no queda claro por cuál de las jugadas hoy en su mano se decantará. Fue Dan Shapiro, el embajador de EEUU ante Israel, quien abrió públicamente la caja de Pandora en una entrevista televisada justo el día en que se reunían Netanyahu y Obama. El embajador confirmó que Obama y sus asesores en materia de política exterior llevan un tiempo planificando cuál podría ser la iniciativa diplomática que, sin dañar de forma permanente las relaciones con Israel –la ayuda militar viene precisamente a confirmar tal punto–, permita avanzar la causa palestina en los próximos años.

 

Planes sobre la mesa

Dos son los caminos que se abren ante el presidente estadounidense (en algunos foros se contempla la idea de reconocer el Estado palestino, algo con muy pocos visos de ocurrir en los próximos años). Ambos serían inaugurados durante el periodo denominado del lame duck, tras las elecciones de noviembre (poniendo así cuidado de no influir en las mismas) y antes de que el mandato llegue a su fin el 20 de enero de 2017. La primera opción consistiría en promover una nueva Resolución en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU que reemplazara y actualizara la ya icónica Resolución 242 de 1967, esbozada con el conjunto de Estados árabes en mente. Un texto en el que se especifiquen los puntos principales e ineludibles a los que debe referirse cualquier acuerdo de paz entre palestinos e israelíes: los llamados “parámetros”. Los ámbitos prioritarios serían en este sentido aquellos que más problemas han causado en negociaciones pasadas: el reparto de territorio y la redefinición de fronteras, el estatus futuro de Jerusalén, toda aquello relacionado con la seguridad, el reconocimiento de Israel como Estado judío, y la cuestión de los refugiados. Sería esta la solución más prometedora por codificar Derecho Internacional y marcar la base de cualquier negociación futura –al fin y al cabo, no se trataría sino de una serie de concesiones por parte de cada nación– e impediría que cualquiera de los actores se aferrara a unas determinadas precondiciones. Al mismo tiempo, basta con echar un vistazo a las Resoluciones del Consejo de Seguridad sobre construcción de asentamientos que Israel ha ignorado hasta el momento.

Otra alternativa, de menor calado pero aun así no desdeñable, la representaría un discurso de Obama en un foro eminente. Este sería el caso de una reunión o cumbre en el marco de la Iniciativa Francesa de Paz, inaugurada en junio, y que hasta el momento no parece haber cosechado ningún éxito. En este caso, y aunque no puede negarse que el escenario elegido tendría una cierta relevancia, lo que resultaría clave serían los términos en los que el presidente de EEUU exprese la necesidad y manera de alcanzar una solución al conflicto, y en este sentido de nuevo podría recurrir a la idea de “parámetros”. Es esta vía por la que optó Bill Clinton –que, de acuerdo con la mayoría de apuestas en Washington DC, las tiene todas consigo para ser nombrado por su mujer enviado especial para el Proceso de Paz– en el año 2000. Una vía que puede parecer inofensiva, pero al mismo tiempo está cargada de un enorme valor simbólico, y es ciertamente vinculante para una futura administración demócrata: hay que tener en cuenta la popularidad de Obama, en la actualidad mayor que la de la candidata del partido. Así, EEUU se serviría de un instrumento al que Israel lleva años recurriendo: sentar las bases de un precedente sobre el que construir una política de hechos consumados. Gracias a Obama, Clinton no se vería obligada a desdecirse ni podría ser acusada de enemiga de Israel, limitándose simplemente a señalar con el dedo a su predecesor. Obama condicionaría, pero no impondría el itinerario a seguir por su heredera, permitiendo así que esta tome las riendas del proceso.

Cuando la primera intifada se aproximaba a su punto álgido, Ronald Reagan se enfrentó a un dilema similar. En vez de optar por una solución grandilocuente, prefirió que individuos de su confianza establecieran contacto con Yaser Arafat, en cierto modo obligando a que su sucesor George H. Bush se viera comprometido desde un primer momento con la tarea de reiniciar las negociaciones de paz. Este cumplió, y consiguió que la Organización para la Liberación Palestina abandonara las armas y reconociera el derecho de Israel a existir, así como el contenido de la Resolución 242. La Conferencia de Paz de Madrid acapararía portadas en octubre y noviembre de 1991.

Obama afirmó ante la audiencia en Nueva York que “la única manera para Israel de perpetuarse y prosperar como Estado democrático y judío es la creación de una Palestina independiente y viable”. El presidente estadounidense conseguiría así poner la guinda a su legado, y sobre todo apuntarse un tanto en lo que a Oriente Próximo respecta. Por el momento, ninguno de los actores clave parece en situación de sentarse a la mesa de negociaciones: los israelíes creen ver recompensada su postura estanca y no cesan de jactarse a bombo y platillo de sus nuevas alianzas en la región; los palestinos se encuentran sumidos en una cainita lucha por el liderazgo, mientras lo único que garantiza la supervivencia de sus ciudadanos es la ayuda humanitaria proveniente del exterior. Aún así, cualquier momento es bueno para sembrar la semilla de una paz futura.

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