Ayelet Shaked es la joven promesa de la extrema derecha en Israel. La nueva ministra de Justicia saltó a la fama –o, mejor dicho, a la infamia– en julio de 2014, cuando compartió en su Facebook unas palabras del periodista Uri Elitzur:
El pueblo palestino nos ha declarado la guerra, y debemos responder con guerra. No con una operación lenta y de baja intensidad, no con una escalada controlada, no con una destrucción de la infraestructura terrorista, no con asesinatos selectivos (…) Esto es una guerra entre dos pueblos. (…) Los actores en esta guerra son aquellos que incitan en mezquitas, los que escriben los temarios de los colegios, los que ofrecen refugio y vehículos, los que honran y apoyan moralmente [a los terroristas]. Son todos combatientes enemigos, y su sangre se derramará sobre sus cabezas. Esto incluye a las madres de los mártires, que los mandan al infierno con flores y besos.
El artículo de Elitzur es repugnante, pero esclarecedor. La doctrina Dahiya, inaugurada en Líbano (2006) y perfeccionada en Gaza (2008-09 y 2014), contempla la destrucción de infraestructura civil y el uso desproporcionado de fuerza para acabar tanto con los enemigos de Israel como con sus familias. «Son todos combatientes enemigos».
En cuanto a Shaked, su extremismo no desentona en el nuevo gabinete de Benjamin Netanyahu. El primer ministro preside sobre una coalición de cinco partidos a cual más xenófobo que el anterior. Naftali Bennet, compañero de filas de Shaked en El Hogar Judío y nuevo ministro de Educación, presume de haber matado a muchos árabes a lo largo de su vida. “No hay un problema con eso”, matiza. Eli Ben-Dahan, el subsecretario de Defensa encargado de gestionar la ocupación de Palestina, opina que “los palestinos son bestias” y “un judío siempre tiene un alma más elevada que un gentil, aunque sea homosexual”. Su jefe, Moshé Yalón, pretende segregar a palestinos e israelíes en los autobuses que circulan por los territorios ocupados. Silvan Shalom, encargado de negociar con la Autoridad Palestina, se opone a la creación de un Estado palestino. La subsecretaria de Exteriores, Tzipi Hotovely, se basa en el Talmud para sostener que Palestina pertenece a Israel. Miri Regev, ministra de Cultura, ha comparado a los inmigrantes sudaneses con un cáncer.
Hay que decirlo claramente: Israel está gobernado por la extrema derecha. Marine le Pen sueña con instaurar un gobierno así de intolerante en Francia.
La inestabilidad de Oriente Próximo es agua de mayo para esta congregación de ultras. Ante los avances del Estado Islámico en Irak y Siria, la intervención de Arabia Saudí en Yemen y las negociaciones nucleares con Irán, los abusos de Israel en Palestina han pasado a un segundo plano. El gobierno acaba de confiscar otras 81 hectáreas palestinas con el fin de construir un vertedero para colonos judíos (ya son medio millón, y subiendo).
La indulgencia de Estados Unidos amplía el margen de maniobra israelí. Ni siquiera la mala sangre entre Netanyahu y Barack Obama ha alterado el apoyo incondicional de Washington a Jerusalén. El departamento de Estado ha aprobado la venta de un paquete armamentístico de 1.750 millones de euros, que incluye 3.000 misiles Hellfire y 50 bombas anti-búnker. El 24 de mayo, EE UU vetó un comunicado de la ONU en el que se proponía convertir Oriente Próximo en territorio libre de armas nucleares. Ocurre que Israel, azote del hipotético Irán nuclear, no quiere deshacerse de su propio arsenal ilegal. La enemistad con Teherán podría devastar Líbano de nuevo: según el New York Times, Israel está considerando otra intervención militar contra Hezbolá.
¿Y Europa? Federica Mogherini se ha implicado en el proceso de paz, defendiendo la creación de un Estado palestino con capital en Jerusalén. Pero su intento de congraciarse con Netanyahu en vez de presionarlo muestra los límites de esta estrategia. El primer ministro carece del coraje necesario para expulsar a los colonos israelís en Cisjordania. Palestina, acribillada por asentamientos judíos y sometida a un apartheid de agua, no es un Estado viable.
Cada vez parece más acertado Ilan Pappé, el historiador israelí que acusa a su país de llevar a cabo un “genocidio incremental”. Hay que afrontar esta realidad, por lamentable que resulte. Más insultante sería prostituir el pasado del país para justificar su presente.

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