La reforma migratoria divide a Washington

 |  19 de marzo de 2014

En Estados Unidos viven 41,7 millones de extranjeros, casi tantos como la población total de España. El 28% de ellos –unos 12 millones de personas– son inmigrantes en situación irregular. Con las elecciones legislativas acercándose y la comunidad latina frustrada por la falta de progreso en la regularización de sin papeles, la reforma de las leyes migratorias se está convirtiendo en el punto candente de la agenda doméstica de Barack Obama. El apoyo de los votantes hispanos al presidente, en alza hasta la fecha, podría debilitarse si continúa sin atenerse a una de sus principales promesas.

La reforma se basa en una combinación de palos y zanahorias. Los palos consisten en aumentar la vigilancia de la fronteras estadounidenses y las sanciones económicas para empleadores que contraten a inmigrantes irregulares. Las zanahorias son agilizar la entrada de inmigrantes legales y abrir una vía para que los ilegales puedan acceder a la ciudadanía estadounidense.

Políticos de uno y otro color, además de los propios inmigrantes y la Cámara de Comercio de EE UU, reclaman la reforma. El número de inmigrantes sin papeles se ha disparado desde 1990, cuando apenas se contaban tres millones y medio en todo el país. El 52% de los irregulares, hoy, son mexicanos: la frontera que cruzan en busca de oportunidades es la misma que, exportando rifles e importando cocaína, hunde a México en una espiral de muerte. Al aumento de ilegales se añade la hostilidad con que son recibidos. Siguiendo el ejemplo de Arizona, otros cuatro estados (Alabama, Georgia, Indiana y Carolina del Sur) han adoptado las leyes discriminatorias para limitar su presencia.

Tampoco Obama está exento de culpa. En abril, el presidente batirá un récord histórico en deportaciones de sin papeles: dos millones desde el inicio de su presidencia en 2009. Detrás de estas cifras hay historias dolorosas: uno de cada cuatro deportados es padre o madre de niños que ya son ciudadanos americanos. Ante la gravedad de la situación, Janet Murguía, presidenta del Consejo Nacional de la Raza, calificó recientemente a Obama como “deportador en jefe”. La Raza es el principal grupo de presión hispano en el país, y hasta ahora había apoyado al presidente. La condena ha forzado al ejecutivo a revisar su política de deportaciones, aunque no se espera un cambio radical a corto plazo.

Obama también ha respondido calificándose como “campeón en jefe de la reforma migratoria”. Aunque no lo es, sus rivales hacen que lo parezca. Muchos republicanos se muestran incapaces de adaptar su discurso a las exigencias de un electorado cada vez más diverso. En 2043 los blancos dejarán de constituir la mayoría de la población estadounidense, pero el partido permanece anquilosado en una retórica orientada exclusivamente al votante blanco (y masculino). Parte del problema es el Tea Party, núcleo duro y militante del partido, que ha puesto sus esperanzas en senadores como Ted Cruz. A pesar de su ascendencia cubana, y en contraste con republicanos como Marco Rubio o Jeb Bush, Cruz insiste en limitar el acceso de inmigrantes indocumentados a cualquier prestación social.

El peso del Tea Party en el Congreso arrastra a los republicanos más moderados, incluyendo a John Boehner, presidente de la cámara baja. A esto se une el recelo que ha suscitado entre la oposición el último discurso del Estado de la Unión. En él, Obama amenazó con ignorar al legislativo si se limita a poner palos en la rueda de sus iniciativas. El resultado es una cámara baja convertida en el principal obstáculo de la reforma migratoria.

Paradójicamente, son los republicanos quienes tienen más papeletas para salir mal parados. Como observa John Hardwood, los demócratas han contado con el respaldo casi unánime de los estadounidenses negros desde que Lyndon B. Johnson aprobó la Ley de Derechos Civiles. Los republicanos respondieron apropiándose de los votantes blancos del sur, conservadores y anteriormente demócratas. Pero el voto latino va camino de seguir al negro (un 66% de los hispanos votó por Obama en 2008; en 2012 la cifra fue del 75%) sin que el partido republicano se abra a nuevas bases capaces de suplir su desventaja electoral. Si esperan hacerse con el voto hispano, los republicanos tendrán que renovar su discurso. Obama, por su parte, necesita cumplir sus compromisos electorales.

 

 

 

 

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