Milicianos de la brigada Salah Bou-Haliqa, leales a Haftar. GETTY

Libia, ¿puzzle irreconstruible?

Sonia Ruiz Pérez
 |  3 de octubre de 2017

En Libia, las piezas del puzzle no encajan. El campo de juego está claramente delimitado, pero la posibilidad de crear un Estado soberano y estable no parece viable. La división del país en dos grandes zonas: Cirenaica, al este, gobernada por el general Jalifa Haftar; y Tripolitania, al oeste, regida por el Gobierno de Acuerdo Nacional (NGA) encabezado por el primer ministro Fayez al-Sarraj, anárquica y repleta de extremistas y hombres armados; Libia más bien parece un tablero de ajedrez. Reunidos en París por el presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado julio, los dirigentes libios anunciaron un cese al fuego y nuevas elecciones. Sin embargo, la dicotomía entre ambos territorios se acentúa cada día y dada la situación actual, el escenario más probable es que estalle la guerra. Una guerra donde Haftar abre con blancas y es el contendiente con más opciones de vencer, aunque aún no tiene capacidad de tomar Trípoli sin ayuda extranjera. Ante esto, un tercer jugador podría cambiar las reglas y repartir fichas nuevas: Rusia.

En 2011, Libia era el país africano con el PIB per cápita más elevado de todo el continente. La producción de petróleo fue su mayor fuente de ingresos durante los cuarenta años de mandato de Muamar Gadafi. Seis años después de la muerte del dictador, el país no ha llegado a recuperarse. La fragilidad actual causada por las alteraciones en la producción y el descenso generalizado del precio de los hidrocarburos en el mercado global, las divisiones en el poder, el aumento de la violencia y la delincuencia así como la falta de seguridad para inversores extranjeros, convierte su economía en una de las más volátiles. La convergencia en el seno del país de varios centros de poder –Trípoli, Misrata, Sirte, Tobruk, Al Baida y Bengasi– no hace sino dificultar el desarrollo. Pese al establecimiento del NGA, auspiciado por la ONU, en diciembre de 2015 a raíz del acuerdo de Skhirat en Marruecos, el país vive en medio de la inestabilidad política y la comunidad internacional solo puede mirar con impotencia, ante los escasos resultados de la acción diplomática. La comunidad internacional esperaba que la creación del NGA solventase el problema nacional libio y pudiera fortalecer al país contra el Estado Islámico. Crisis Group afirma que la ONU pecó de precipitación en todo el proceso de paz.

 

Toaldo

 

Libia es uno de los países menos densamente poblados del mundo: 3,5 habitantes por kilómetro cuadrado, algo más de seis millones de personas. Los migrantes que lo atraviesan desesperan por huir de allí. Informes de la ONU, Unicef y Oxfam Internacional, entre otros, revelan los abusos, el trato degradante y las torturas a los que son sometidos migrantes y demandantes de asilo en Libia. Las personas son detenidas arbitrariamente, interceptadas en el mar por guardacostas libios, arrestadas por las calles y trasladadas a centros de detención donde el trabajo forzado y las violaciones de derechos humanos son rutina diaria. Aquellos que pretenden escapar a la guerra, la persecución y la pobreza, encuentran en los centros de detención libios otro infierno. En este contexto, la capacidad de Libia de convertirse en territorio de acogida de migrantes se ha convertido en el principal contencioso entre los gobiernos europeos y las ONG humanitarias.

La inestabilidad en el país norteafricano es además una amenaza directa para la seguridad en Europa. Este verano, Macron anunció su intención de instalar centros de control (hotspots) en Libia para tramitar las demandas de asilo, con el fin de “evitar que familias enteras tomen riesgos, y a veces pierdan la vida” al intentar llegar hasta Europa en manos de mafias que organizan peligrosos viajes a través del Mediterráneo. El gobierno italiano, acusado por Amnistía Internacional de violar los derechos de migrantes y refugiados por las “devoluciones en caliente”, apoya la iniciativa del Elíseo. A pocas semanas del acuerdo firmado entre el ministro del Interior italiano y el gobierno libio, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas sobre los refugiados ya afirmaba que los desembarcos en Italia se habían reducido a la mitad, pasando de 23.000 en julio de 2016 a menos de 11.000 en el mes de agosto de 2017. Esta disminución en el número de llegadas supone un éxito para las medidas de control migratorio de la Unión, pero desde una óptica humanitaria resulta evidente cómo la UE, para la consecución de su propósito, cierra los ojos frente a la desagradable realidad imperante en Libia. Mattia Toaldo, investigador del European Council on Foreign Affairs, en este estudio explica que las políticas de Bruselas podrían convertir a Libia en un lugar donde miles de personas se queden “atrapadas”. Aunque la UE identifique el salvar vidas como una de sus prioridades y provea fondos –en abril asignó una partida presupuestaria de 90 millones de euros– para mejorar la vida de los migrantes en Libia, la inestabilidad del terreno y la influencia de las milicias y las mafias hacen difícil que el dinero llegue a sus destinatarios.

 

Estado fallido

El resultado de estos seis años de desgobierno en Libia es desesperante. Las diversas facciones en guerra abierta por el poder, la amenaza del Daesh, junto a otros grupos terroristas de carácter yihadista, el flujo de migrantes víctimas de las mafias de trata de personas, entre otros, son un triste balance del que no están eximidas de responsabilidad las naciones europeas y organizaciones internacionales que participaron activamente en la caída del dictador, pero se desentendieron de la reconstrucción del país.

La ausencia de un Estado con capacidad para articular la vida social y política del país precisa de una acción diplomática coordinada entre las potencias que actualmente intervienen en Libia (Estados Unidos, la UE, la Unión Africana y la Liga Árabe) que permita derrotar a Daesh y reconstruir Libia con legitimidad. Pero la figura del gobierno está difuminada. Son las milicias armadas libias las que realmente ejercen el poder, pese al apoyo de la ONU al gobierno de unidad de Al-Sarraj.

El Ejército Nacional Libio de Haftar es la más poderosa. La visita de este último a Moscú en agosto acercó relaciones entre ambos países. Tradicionalmente, Rusia se ha inhibido de la intervención en Libia porque sus intereses económicos eran muy marginales y porque asumió que se trataba de un área de influencia occidental. Ahora podría adoptar dos estrategias. La primera, un enfoque diplomático suave para fomentar un diálogo más inclusivo que pueda conducir a un auténtico acuerdo y a la estabilización del país. La segunda, un enfoque agresivo donde opte por apoyar militar y políticamente a Haftar para influir en el equilibrio de poder a su favor. Si bien esta última estrategia pondría a la cabeza de Libia a un dirigente partidario de Rusia, Moscú se vería enfrentado a EEUU, Reino Unido, Italia y Alemania, potencias en contra de la idea de una hegemonía total de Haftar y que apoyan una solución política más inclusiva, dentro de un marco patrocinado por la ONU.

Por el momento, ningún bando parece tener todas las cartas en su poder y Libia navega por una muy difícil transición hacia un nuevo orden político más estable. La partida continúa.

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