Se ha celebrado, por videoconferencia, la séptima cumbre del G5 Sahel, con la participación de los cinco gobernantes afectados y el presidente francés, Emmanuel Macron. Se trataba, en primer lugar, de establecer un balance de lo acordado en Pau, en enero de 2020, cuando Francia decidió aumentar sus efectivos militares desplegados en la Operación Barkhane (de 4.500 a 5.100) ante la percepción de que la amenaza representada principalmente por los combatientes ligados al Estado Islámico del Gran Sahara (franquicia local de Dáesh) y al Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (franquicia local de Al Qaeda) no ha hecho más que aumentar.
En términos tácticos se han logrado éxitos apreciables, con la eliminación de unos 1.500 yihadistas, incluidas figuras tan señaladas como Abdelmalek Drukdel (líder de Al Qaeda en el Magreb Islámico), en junio de 2020. Pero también hay que hablar de fracaso estratégico en la medida en que esos grupos no solo siguen activos, sobre todo en la denominada triple frontera (la zona de Liptako-Gourma, en la confluencia de Burkina Faso, Malí y Níger), sino que ya dan señales de estar ampliando su radio de acción hacia el golfo de Guinea, Ghana, Senegal y Costa de Marfil.
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