Editorial: Dos Soles
Fecha: 2014
Páginas: 264
Lugar: Burgos

Asalto a la embajada de España en Guatemala

Yago Pico de Coaña de Valicourt
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El autor es embajador de España y un comprometido diplomático en el continente americano: Guatemala, Nueva York, Organización de Estados Americanos, subdirección general de México, Centroamérica y el Caribe, embajador en Nicaragua y Colombia. Ha participado en primera línea en los encuentros con los gobiernos y guerrillas que culminarían con los esperados acuerdos de paz en El Salvador (1992) y Guatemala (1996). También estuvo en la mediación con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pico de Coaña vertió toda esta experiencia en su puesto como director general de Iberoamérica, donde se encargó de coordinar las recién creadas Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno. Posteriormente, fue nombrado embajador en la Unesco, presidente de Patrimonio Nacional y, más recientemente –justo antes de su jubilación− fue embajador en Viena. Es decir, una carrera diplomática hecha con solvencia, inteligencia y discreción.

En Treinta y cuatro años después, Pico de Coaña deja su testimonio de los graves hechos que le unieron de por vida a Máximo Cajal, otro embajador español al que, hasta entonces, no conocía. Ocurrieron el 31 de enero de 1980, en Guatemala. Ese día campesinos de Uspantán –Departamento de El Quiché− decidieron ocupar pacíficamente la embajada de España para exponer sus reivindicaciones. Llevaban meses en la capital denunciando ante el gobierno y otras instituciones guatemaltecas el asesinato de siete compañeros campesinos, a quienes el ejército había vestido con el uniforme verde oliva que usaba la guerrilla y, después, había ejecutado con el objetivo de hacerles pasar por guerrilleros. Como nadie les daba respuesta, lo intentaron también en la embajada española.

Cajal, embajador español en Guatemala, expuso su negativa expresa a semejante invasión. En medio de una gran tensión, las fuerzas policiales del régimen militar guatemalteco de Romero Lucas irrumpieron en la cancillería española con una virulencia que sorprendió a todos. El asalto y posterior incendio concluyeron con 39 personas indefensas asesinadas: todos excepto, milagrosamente, dos supervivientes, el embajador Cajal, quien logró escapar herido de gravedad, y un indígena que, posteriormente, fue secuestrado y asesinado por la policía judicial. Se habían violado todos los principios del Derecho Internacional.

Por primera vez en la historia de España, se rompieron relaciones diplomáticas con un país de Iberoamérica, todo ello en un difícil contexto de transición a la democracia en España (1975-82), con frentes abiertos en numerosos lugares y en las más diversas políticas.

El tiempo ha ido desmontando todas las insidias que se vertieron contra Cajal, a quien se le acusó de instigar el ataque. Pero este marcó toda su vida personal y profesional y, aunque tuvo la oportunidad de defenderse, no fue hasta mucho tiempo después (en 2000) cuando quiso honrar a las víctimas ofreciendo su versión de los hechos en el libro ¡Saber quién puso fuego ahí! Masacre en la embajada de España.

Ahora es el turno del embajador Pico de Coaña, quien desea completar la versión de Cajal. Pico de Coaña estaba destinado en la sede de la ONU en Nueva York, y fue el encargado por el ministerio de Asuntos Exteriores español de investigar lo ocurrido. Redactó un informe que se publica 34 años después de los sucesos, de ahí el título del libro. Pese a ser un hombre comedido en sus juicios, no ha podido callar las evidencias y señalar la responsabilidad de quienes pudieron hacer más y no lo hicieron. Con respeto y decisión, Pico de Coaña critica la sucesiva labor de los gobiernos españoles. De su análisis no se desprende rencor, ni venganza, no es un ajuste de cuentas, sino el deseo de dejar constancia de lo que se podía haber hecho mejor y las oportunidades perdidas.

Hay también varios elogios, entre ellos uno habitual a Francisco Fernández Ordóñez, gran impulsor de las relaciones con Centroamérica. Con todo, el gran aplauso es para las víctimas inocentes de un drama que nunca debió ocurrir y, por supuesto, para el testigo incómodo, Máximo Cajal. La conclusión tras la lectura de Treinta y cuatro años después es que, al menos, se pone negro sobre blanco en la memoria de todos lo que trabajaron día a día situando a España en el concierto de las democracias occidentales y en los organismos internacionales. Es un libro de obligada lectura para quienes piensan que la Transición se “dulcificó”, y que fue un proceso menos meritorio que lo que nos habían contado. Se necesitan libros que se adentren en los entresijos de las dificultades del momento, con opiniones mesuradas pero no blandengues, contundentes pero respetuosas, que no amparen la impunidad y contengan el ánimo de perdurar en el tiempo.

Por Pilar Sánchez Millas, historiadora.