Editorial: Paidós
Fecha: 2014
Páginas: 464
Lugar: Madrid

La sociedad de coste marginal cero

Jeremy Rifkin
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La gran mayoría de lectores de esta reseña tendrán un smartphone con acceso a Internet. Los que no, contarán con un ordenador o tableta y WiFi accesible. Asumiremos por tanto que todos los lectores conocerán en mayor o menor medida las apps y habrán oído hablar de los servicios que ofrecen algunas de ellas, como AirBNB −alojamiento en casas de particulares como alternativa barata a los hoteles− o Blablacar −compartir tu viaje en coche con desconocidos y repartir los gastos entre los ocupantes−. Bien, porque son ejemplos de economía colaborativa, el núcleo de la tesis de Jeremy Rifkin en La sociedad de coste marginal cero.

El paradigma económico capitalista se acerca a ritmo lento pero constante a su muerte mientras asciende uno nuevo: el procomún colaborativo. O eso afirma Rifkin. Reducción de las desigualdades, democratización de la economía mundial y crecimiento sostenible son algunos de los efectos del procomún colaborativo. Este economista quiere que repensemos los patrones que organizan nuestro mundo y por los cuales somos incapaces de imaginar un modelo económico distinto, donde la vida sin capitalismo sí es posible.

La tercera revolución industrial que vivimos −originada por las energías renovables y las tecnologías de la información y la comunicación− posibilita que el capitalismo alcance su cénit y máxima expresión con una caída de los costes marginales hasta acercarse a cero. La teoría económica sostiene que la competitividad en los mercados crece de forma exponencial, favoreciendo el desarrollo de una tecnología más sofisticada y una mayor eficiencia productiva, gracias a la cual se producen bienes y servicios a menor precio y de mayor calidad, al disminuir el coste marginal por unidad adicional producida. Esto significa que al alcanzar su eficiencia óptima y un coste marginal igual a cero, el capitalismo se devora a sí mismo y pierde sentido, pues no se obtienen beneficios. Aquí entra en liza la economía colaborativa, que funcionará mediante una estructura denominada el Internet de las Cosas (IdC).

Aunque el IdC está aún por implantarse, una nueva generación de “prosumidores” −personas que producen lo que consumen− ya ha nacido. Generar tu propia energía o unos zapatos con una impresora 3D es solo la antesala de lo que está por venir. El IdC incluye tres estructuras distintas e integradas de forma coherente a escala global: el Internet de las comunicaciones, el Internet de la energía y el Internet de la logística, las tres características de la tercera revolución industrial.

Las dos revoluciones industriales anteriores se caracterizaron por un armazón similar. La primera consistió en el telégrafo, el carbón y el tren. La segunda fue la revolución del teléfono, el petróleo y los automóviles. La diferencia radica en que en la tercera nos encaminamos hacia una economía de la abundancia, no de la escasez. Es un modelo de economía circular por el cual el uso de energías renovables permite obtener con menos recursos una mayor eficiencia sin poner en peligro el entorno natural, encontrando un equilibrio cercano a la perfección entre el planeta y el entorno que hemos creado artificialmente.

¿Y el empleo?, dirán. Rifkin sostiene la argumentación keynesiana. John Maynard Keynes ya se preguntó por el fin del capitalismo auspiciado por su propia entropía y vislumbró un futuro donde la actividad humana acabaría por centrarse en fines no económicos. En La sociedad de coste marginal cero las ofertas de empleo se centrarían en puestos que reforzasen la infraestructura social en sectores como las artes, la sanidad o la educación, dentro de organizaciones sin ánimo de lucro.

Estamos tratando con un nuevo mundo donde la omnipresencia y omnisciencia no corresponde a Dios sino a la informática. El big data y los sensores serán críticos para ello. Millones de sensores instalados en carreteras, coches, animales, contadores de luz, tiendas, etcétera, comunicarán −ya lo hacen− a tiempo real errores y estadísticas, permitiendo una mayor eficiencia inmediata. Hasta alcanzar ese momento, dos generaciones intermedias serán las responsables de construir la plataforma hacia el IdC, desde carreteras inteligentes o instalación y mejora de sensores, todas tareas que no puede desarrollar una máquina y sí un ser humano, favoreciendo la transición paradigmática.

 

¿Idealismo en un mundo de gorrones?

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y muchos riesgos. Rifkin no lo niega y advierte del peligro que supondría la formación de centros monopolísticos que controlen los datos, como Google o Facebook, las posibles amenazas a la privacidad o que los grupos de presión lograsen frenar el avance de la tercera revolución industrial. Otros han sido los que han señalado que no solo entraña riesgos, sino una visión en extremo idealista, pues ¿qué ocurre con los gorrones? ¿Renunciaremos a la ambición constante, al ansia de más por más, porque “compartir mola”, como afirma Rifkin en esta entrevista para El Mundo? La respuesta de Rifkin es simple, no existen las utopías, y él no postula la existencia de un mundo ideal, sino basado en la lógica y los hechos.

Tendremos que fiarnos de la amplitud de miras de Rifkin, ya que su fama lo precede. Es consejero de la Unión Europea, autor de best Sellers, profesor en distintas universidades estadounidenses y asesor de Angela Merkel, Nicolas Sarkozy o José Luis Rodríguez Zapatero, entre otros.

Rifkin debe estar muy convencido de su argumento si no hace más que reafirmarse en congresos, organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y autoreseñarse en The New York Times o The Guardian. Aún mayor será su fe en la economía colaborativa si grandes compañías como Cisco o Siemens y la Unión Europa cuentan con él para guiar su camino particular hacia el IdC.

Aunque solo fuera por la salud de nuestro planeta y nuestra subsistencia, hasta a los más escépticos les conviene que Jeremy Rifkin no se equivoque y alcancemos una nueva era postcarbón, una sociedad y una forma de consumo de acceso universal, incluyente y colaborativa, democrática en suma, donde el poder se traslade no verticalmente, sino de forma transversal.