El Gran Juego continúa

 |  13 de diciembre de 2013

Las elecciones en Tayikistán el pasado 6 de noviembre no han deparado grandes sorpresas. Emomali Rahmon, presidente de la antigua república soviética desde 1992, ha obtenido su cuarto mandato de siete años con un 83.6% del voto y una participación del 87%. La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa ha calificado los comicios de pacíficos pero fraudulentos: a Oynihol Bobonazarova, principal candidata de la oposición, no le fue permitido participar so pretexto de no reunir el número de firmas suficiente para presentar su candidatura.

A pesar de ser el país más pobre de Asia central, con la mitad de sus ocho millones de habitantes viviendo bajo el umbral de la pobreza, Tayikistán es una pieza codiciada en el tablero geopolítico de la región. Rusia mantiene la influencia sobre su antiguo imperio a través de lazos militares, entre ellos las bases de las que dispone a lo largo del país. Tayikistán es miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) que lidera Moscú, con quien Rahmon mantiene una relación cercana. En parte es debida a un pasado común: el presidente comenzó su carrera como apparatchik soviético, y durante la guerra civil tayika lideró al bando pro-comunista que, con apoyo ruso, derrotó a la insurgencia islamista. En octubre, Rahmon firmó un acuerdo que prolonga la presencia militar rusa treinta años.

Para Estados Unidos, las relaciones con Tayikistán están íntimamente ligadas al curso de la guerra en Afganistán. Ambos países comparten una frontera porosa de 1.400 kilómetros, la mayor tras la Línea Durand que separa al segundo de Pakistán. En Afanistán habita una importante minoría de tayikos: uno de ellos era el “León de Panjshir”, Ahmad Shah Masud, que apoyó a la oposición a Rahmon durante la guerra civil. Si bien el analista Thomas Ruttig afirma que la presencia de talibanes de Tayikistán no es tan alarmante como frecuentemente se asume, lo cierto es que el país se ha convertido en un importante socio de Estados Unidos durante la última década. Es por eso que Washington ha invertido sumas millonarias en proyectos de infraestructura que contribuyan a controlar la frontera tayiko-afgana. Y por lo que, ante la retirada americana de la región, Tayikistán teme verse desbordado por un influjo de islamistas y estupefacientes. El país es el destino temporal de gran parte del opio producido en Afganistán.

A la competición entre Washington y Moscú por influencia en la región se ha sumado recientemente Beijing. Al igual que en África, el enorme peso económico de China se hace sentir en la región. Hoy por hoy el volumen anual de comercio entre ésta y Asia central es de 46.000 millones de dólares: cien veces más que en tiempos de la Unión Soviética. El principal activo de la región son sus reservas energéticas. Beijing tiene acceso a los yacimientos petrolíferos en Kashagan, pertenecientes a Kazajstán; en Uzbekistán ha cerrado contratos de importación de uranio, petróleo, y gas por valor de 15.000 millones de dólares. Y Turkmenistán se ha convertido en su principal suministrador de gas, gracias a gasoductos que en el futuro atravesarán Tayikistán. Urumchi, capital de la región autónoma china de Sinkiang, se ha convertido así en la capital de Asia Central. Pero la inversión china aún no se ha traducido en influencia militar. Tan solo Uzbekistán abandonó recientemente la OTSC, estrechando lazos estratégicos con Beijing. Una decisión que no es catastrófica, porque Rusia también pertenece a la Organización de Cooperación de Shangai, formada por China en 2001 y destinada a combatir “el terrorismo, el separatismo, y el extremismo” en la región.

Asia central lleva siglos siendo una región codiciada. Alejandro Magno, Tamerlán, y Gengis Khan dejaron su huella en la región, llegando a controlar lo que hoy es Afganistán. También se libró aquí el Gran Juego que enfrentó a Rusia y Gran Bretaña en el Siglo XIX. Cien años después la Unión Soviética cayó en la trampa afgana tendida por Zbigniew Brzezinski, y se arruinó luchando contra una insurgencia armada por Estados Unidos y financiada por Arabia Saudita. La misma insurgencia lastra ahora a Estados Unidos, superpotencia amnésica.

El control de la región ha fascinado a incontables estrategas de butaca. Pero siempre ha sido la población local la que sufre los estragos de sus fantasías geopolíticas. A medida que Estados Unidos abandona Asia central, existe la posibilidad de que la competición por influencia se recrudezca entre Rusia y China. Conviene que ambos tengan el sentido común de mantener el status quo actual, con Rusia delegando su influencia económica a China, y Beijing cediendo su presencia militar a Moscú.

 

 

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