Hay países aparentemente menores como Kuwait, capaces sin embargo de llevar a 26 naciones a la guerra; o Panamá, al que la geografía regaló hace un siglo el canal; o Suiza, convertida a lo largo de siete siglos en una de las áreas de concentración de inteligencia del planeta. Omán, con dos millones de habitantes y una extensión territorial parecida a la de Gran Bretaña, es uno de estos países claves, un elemento de estabilidad internacional con el que es necesario contar en una de las regiones más turbulentas de la Tierra. La posición privilegiada de Omán no depende hoy de su fuerza económica o militar sino de dos factores: el primero, la situación en el mapa, es en principio inmutable. Decimos “en principio” porque las fronteras han cambiado y siguen cambiando a través del tiempo. El sultanato de Omán, controla con Irán la entrada al golfo Pérsico. El sur del país se abre al Índico, con una breve frontera que lo separa de los Emiratos Árabes Unidos y otra mucho mayor que lo separa del poderoso vecino saudí por un desierto impracticable que lo convierte casi en una isla; al Oeste, la frontera con Yemen permanece guardada por las mejores instalaciones electrónicas, militares y de observación del sultanato. Esto por lo que respecta a las condiciones geográficas.
El segundo gran factor que juega hoy a favor de Omán es la racionalidad con que el sultán y su gobierno han afrontado la modernización del país a lo largo de los últimos veinte y cinco años. Las prioridades han sido razonablemente establecidas, los programas de desarrollo razonablemente ejecutados. El resultado es un país notablemente moderno en su vida diaria, en sus infraestructuras y en la organización de su territorio; también en el aspecto y el tono vital de sus gentes,…

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