Finalmente, el 1 de noviembre de 1993, la Unión Europea nació bajo la advocación de todos los santos. Pero el calendario conmemora el día después a todos los difuntos. ¿Será acaso una premonición del destino inmediato de la Unión? Jamás un tratado llamado a tan grandes obras ha entrado en vigor con menos ilusión y hasta podría decirse que, más que el arcángel que anuncia la buena nueva, sobre él cabalga el mensajero de la parca.
En las páginas que siguen pretendo sólo compartir con el lector algunas consideraciones sobre el TUE desde una doble perspectiva: su capacidad para hacer la acción comunitaria más eficaz a partir de una mayor legitimidad y su papel en el devenir de la unificación europea.
- Sea cual sea la opinión que merezca la viabilidad de una integración europea más allá del ámbito económico, el modelo adoptado por las Comunidades ha resultado ser, como prueban las sucesivas revisiones de los tratados constitutivos, manifiestamente mejorable y aún ahora, tras la entrada en vigor del TUE, las posibilidades del método en el actual marco comunitario están muy lejos de haber sido agotadas.
Desde el punto de vista del equilibrio institucional y del régimen de adopción de decisiones, el Consejo Europeo Extraordinario de Dublín (abril de 1990) marcó como directriz (al poner en marcha el proceso que dio en el tratado), el fortalecimiento de la legitimidad democrática, de manera que la Comunidad y sus instituciones pudieran responder con efectividad y eficacia a lo exigido por la nueva situación. Tal como fue expresado, diríase que el Consejo, en su sabiduría, entendió que la eficacia fluye naturalmente de la legitimidad acrecida de las instituciones, una conclusión seguramente cierta en la medida en que legitimidad supone participación, genuina representación y apoyo sustancial para las decisiones. Sin embargo, en el juego corto…

Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza