Desde la caída del Muro nos hemos acostumbrado a asistir a acontecimientos históricos y revolucionarios y manejar cifras de miles de millones destinadas a cubrir costes e inversiones. Pero, por ahora, ni el mundo de la política, ni los grupos sociales, ni la mayoría de los ciudadanos de la parte occidental de Alemania, han captado y asimilado realmente la magnitud de las tareas que se derivan de los cambios que han tenido lugar en Alemania y en Europa. Aunque hablamos mucho de los retos, éstos todavía no se han convertido en una parte consciente de nuestro pensamiento político.
Es perfectamente comprensible. No sólo en la parte oriental, sino también en la parte occidental de Alemania, la forma de pensar de la gente está marcada por la división del país. Más de la mitad de la población alemana ha nacido después de la Segunda Guerra mundial. Su experiencia vital ha estado determinada polla existencia de dos Estados alemanes asignados a los dos bloques militares de la época de la guerra fría. En la parte oriental, la mayoría de la gente no aceptó nunca el Estado y su orden político, sino que lo asumió como algo inevitable. Miraban con envidia hacia el Oeste, hacia la libertad y el creciente bienestar: la atención que prestaban a Alemania occidental era considerable. Para la parte occidental, Alemania del Este desaparecía detrás del muro y las alambradas. El interés de los alemanes occidentales por Alemania del Este, su evolución y su destino era más bien escaso. Cuanto más duraba la división, menos veían la parte libre de Alemania como algo provisional, como un Estado incompleto.
Esta asimetría en las relaciones no ha desaparecido con la reunificación alemana. Aunque los alemanes que residen a ambos lados de la antigua frontera acogen mayoritariamente la unidad con satisfacción, desde…

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