Pese a todos los pronósticos procedentes sobre todo del extranjero, Alemania está turbulenta. Por el momento no está en condiciones de desarrollar el papel que se supone ha de representar tras la reunificación, ni a escala interna ni en el sistema internacional. Esta situación cambiará seguramente en los próximos años. No obstante, y dado que el país se encuentra lejos todavía de recobrar la confianza en sí mismo, en este momento no podemos todavía –en interés de sus vecinos y de la cuestión europea– esperar de ella ni siquiera una suficiente “presencia”.
La situación interna refleja sobre todo las dificultades que atraviesa el Gobierno del canciller Helmut Kohl en el décimo año de su mandato. Ha entrado en barrena a pesar de contar con el apoyo de una supuesta mayoría segura en el Parlamento. Sin embargo, al contrario que en las décadas de los sesenta y los setenta, en estos momentos no hay al acecho ningún partido de la oposición capaz de asumir el poder. Incluso la situación del SPD es mala. No ha sido cuestionado únicamente por cuestiones claves en política exterior y de defensa, sino también por lo relativo a su dirección. En el fondo, el partido todavía no ha digerido la pérdida de poder en 1982 y la dimisión de su político más popular, Helmut Schmidt.
Lo que sin embargo debe preocupar en el mismo grado a todos los partidos es el descontento del electorado y su actitud cada vez más crítica hacia la actitud de los partidos. Este desencanto queda de manifiesto en el aumento de la abstención durante las elecciones y en la concesión de votos a los partidos radicales. La continuación de esta tendencia, que ya se hizo patente en las elecciones locales y regionales, traería un cambio radical en el mapa político alemán….

Marzo-abril 2007 - Papel