En 1651 se publica en Londres el Leviatán de Thomas Hobbes, genuino compendio de su pensamiento –de su política sensu stricto como de su epistemología, su psicología o su visión de la historia; de las obras anteriores tanto como de las que lo seguirán– a la par que una de las cimas de la filosofía política occidental, y al que Oakeshott considera la única obra maestra de pensamiento político escrita en inglés (un juicio sin duda erróneo cuando se tiene en cuenta que John Locke, Edmund Burke o John Stuart Mill escribieron sus libros en dicho idioma, en el que también se escribió otra obra tan genial, al menos, como la del propio Hobbes: El Federalista).
Hobbes se tenía a sí mismo como el fundador de la ciencia política, según nos dice en el De Corpore a propósito de su De Cive, pues en su opinión nadie antes que él había analizado mediante los principios del renovado método analítico y sintético –el aplicado por Galileo a la física y Harvey a la medicina– el cuerpo político. Se trataba con todo de una valoración compartida con Maquiavelo, en cuya estela realista se sitúa, por mucho que sus respectivos métodos, o los resultados a que dan lugar, les hagan diferir.
En efecto, desde sus más tempranas obras políticas, los Elements of Law y el mentado De Cive, Hobbes establece una antropología realista como base de su política, una antropología basada en una concepción dualista de la naturaleza humana; a saber, racional y pasional, que no sacrifica por tanto el ser al deber ser, como hicieran Platón o Moro, lo que lleva a establecer el uso de la fuerza como un elemento fundamental, si bien no único, de la cohesión social y la estabilidad política. En todo ello demostró tener bien…

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