La combinación de diplomacia, sanciones económicas, intervenciones militares y asistencia a la población ha generado una confusión entre acciones políticas y misiones humanitarias, independientes y neutrales. ¿Quiénes son los beneficiados y los perjudicados de esta manipulación?
Noviembre de 2001, Panjab, zona central de Afganistán. Un equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) acude al hospital local a establecer servicios de salud básicos tras la solicitud y la negociación con los líderes de la comunidad. Nos esperan en la fecha acordada, pero nadie sale a recibirnos. Al fin, encontramos un paisano que admite que todos se habían escondido al ver los vehículos blancos. No entendemos nada, son vehículos y emblemas que los afganos conocen bien después de 20 años de guerra y de presencia en el país.
El día anterior un equipo de reconstrucción provincial (PRT) del ejército neozelandés o británico había llegado al pueblo en vehículos blancos, vestidos sin uniforme y armados. Convocaron a los líderes para interesarse por las necesidades de la población ante el invierno y también para preguntar por movimientos rebeldes en la zona. La ayuda ofrecida quedaba sujeta a la colaboración recibida… Al día siguiente volvimos y nos encontramos a los militares en el pueblo. Tras presentarnos, les mencionamos que las Convenciones de Ginebra exigen a los combatientes distinguirse de los civiles luciendo uniformes u otro tipo de distintivo visible. El militar negó su condición de combatiente: “Estamos aquí para ayudar”. El M-16 que tenía a mano explicaba la reserva con la que era atendido por los ancianos del lugar.
Con la desconfianza instalada, todos extranjeros, vestidos igual, que hablan inglés y que se mueven en los mismos vehículos, tuvimos que volver a establecer nuestras relaciones desde el comienzo. El contrato “no escrito” de aceptación social entre trabajadores humanitarios y población estaba roto por la confusa percepción….

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