El G-20 se ha autoproclamado ‘gobierno económico mundial’ pese a no contar con carta fundacional, ni reglamento consensuado ni valores comunes. Su falta de legitimidad y la escasez de resultados prácticos muestran la necesidad de traspasar su poder al FMI.
Un grupo de países ha usurpado el poder sobre el mundo. Se llama a sí mismo G-20, el grupo de las 20 principales economías del planeta, un foro nacido en 1999 a iniciativa de Estados Unidos tras las crisis financieras de Rusia y los países del sureste asiático. Fue constituido en Berlín, el 15-16 de diciembre de 1999, por los ministros de Economía y los gobernadores de los bancos centrales de los países industrializados y en desarrollo más relevantes con el fin de debatir asuntos clave para la economía mundial. El grupo, sin embargo, cayó durante años en letargo, hasta que tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 fue súbitamente reanimado por EE UU. Hoy celebra dos cumbres anuales en las que se reúnen jefes de Estado o de gobierno.
Es ciertamente encomiable que exista un gran foro en el que se discuta la política económica internacional, pero el G-20 deja mucho que desear. El grupo puede ser juzgado por sus logros, por sus cualidades institucionales y por la influencia que ejerce en el desarrollo de otras instituciones. Con la excepción de unas cuantas hazañas que fueron de utilidad en plena crisis, hoy parece ser más un estorbo que un instrumento para resolver los grandes problemas que el mundo debe afrontar…

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