Durante décadas, México se ha presentado en el mundo latino americano como un caso paradigmático de estabilidad política y como un país difícilmente clasificable en las tipologías de los especialistas. De esta estabilidad dan muestra tres hechos. Por una parte, desde los años veinte, la sustitución de los cargos públicos se ha realizado de forma pacífica, pese a la ausencia de alternancia partidista. Por otra, si bien se han producido estallidos de conflictos políticos con efectos desestabilizadores, el sistema ha contenido esas movilizaciones reflejando el alto grado de adaptabilidad de sus instituciones y del discurso de los dirigentes mexicanos. Finalmente, se ha producido una subordinación del Ejército al poder civil que ha evitado la conversión de las Fuerzas Armadas en un actor generador de incertidumbre. A pesar de todas estas circunstancias, la tradicional estabilidad del sistema político mexicano está experimentando, por la vía de las armas, su mayor crisis desde los años setenta y precisamente en un año decisivo para el país, tanto económica como políticamente.
Hace más de veinte años, Robert Gurr se interrogaba sobre las posibilidades de que el hombre fuese agresivo por sí mismo o si, más bien, eran las condiciones ambientales las causantes de dicha agresividad. Se cuestionaba asimismo acerca de los orígenes de la violencia, de sus efectos, y de si la violencia podría modificar la acción del Estado. Estas son algunas de las cuestiones a analizar en las páginas siguientes. Pero, antes de considerar las causas que puedan estar detrás de las actuaciones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y los efectos de su acción política, es necesario referirse a algunos de los factores en los que se ha fundado el régimen mexicano. Su consideración, especialmente durante los dos últimos sexenios, puede proporcionarnos las claves para la comprensión de los acontecimientos en el Estado…
