Pasadas ya unas semanas desde el 15 de diciembre de 1993, fecha mágica que obligatoriamente debería poner fin a las negociaciones de la Ronda Uruguay, los restos del combate cubren aún el suelo. Pero pronto serán despejados, puesto que el 15 de abril de 1994 se mantendrá una reunión solemne y plenaria en Marraquech, lejos de Ginebra y de Washington, para firmar el texto final de los acuerdos por fin aprobados.
Evidentemente, para entonces se habrán olvidado las cifras lanzadas durante la batalla por Kantor, Clinton y algunos otros para demostrar lo estúpido que sería un fracaso. En cinco o diez años, ya no se sabe, el nuevo orden del GATT iba a aumentar el intercambio internacional en 250.000, 360.000 o 600.000 millones de dólares. Cálculos desvergonzados y frágiles en los que la propia OCDE está inmersa. Se trataba, ante todo, de convencer a los indecisos y de avergonzar a los testarudos. La exactitud científica importaba poco. Si se la hubiera requerido, se habría comprobado en primer lugar que en 1986, cuando se inició la Ronda Uruguay, la economía mundial se hallaba en plena expansión.
En 1993, siete años después, ya no son aceptables las esperanzas ni los encantamientos del pasado. El crecimiento es nulo en Europa y en Japón, incierto en Estados Unidos, dudoso en el Tercer Mundo, entre la desesperación de África y el sobrecalentamiento de Asia. La amenaza del paro cae pesadamente sobre Europa, hasta el punto de que se comienza a preguntar cómo organizarse y vivir en una prolongada época en la que el progreso continuo es improbable. Y, además, ¿está escrito y demostrado que el crecimiento es más seguro que el estancamiento? Desde luego, es más agradable su práctica. Pero buena parte de los países llamados “en vías de desarrollo” pueden testificar hoy que el…
