Tras la denominada Guerra de los Doce Días (junio de 2025), Irán ha quedado muy mermado en su capacidad militar. Mientras el malestar social y la crisis económica siguen intensificándose, el episodio no sirvió para resolver las diferencias planteadas por su controvertido programa nuclear. Lo ocurrido dejó la sensación de que un nuevo intercambio de golpes puede volver a producirse y que el tándem Ali Jamenei–Masoud Pezeshkian podría tomar la decisión de reanudar las capacidades nucleares como elemento de disuasión.
Los tres países han comunicado la decisión al Consejo de Seguridad de la ONU, antes de que en octubre dicho mecanismo quedara desactivado. Las conversaciones mantenidas en Ginebra la pasada semana no concluyeron con ningún acuerdo para despejar las sospechas sobre la acumulación y el enriquecimiento de uranio por parte de Teherán.
Esa misma semana el director del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, también llamaba la atención sobre las limitaciones que Irán sigue imponiendo a sus inspectores y sobre la falta de respuestas satisfactorias a las dudas suscitadas por prácticas que podrían indicar que el programa iraní tiene finalidad militar.
En consecuencia, si no se logra algún avance hasta mediados de octubre, lo previsible es que se reinstauren muchas de las sanciones que ya fueron aprobadas antes de 2015. Estas incluyen el embargo de armas convencionales y restricciones al desarrollo de su programa de misiles balísticos, así como la congelación de activos en el exterior, la prohibición de viajar al exterior a muchos de sus responsables gubernamentales y la prohibición de producir tecnología relacionada con la energía nuclear.
Todo ello coloca al régimen ante una disyuntiva existencial. Por un lado, ante el temor de que el malestar social y el aislamiento internacional terminen por provocar el colapso del régimen, cabría esperar que Jamenei…

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