Bolivia, país ubicado en el corazón de Sudamérica, se encamina hacia un histórico balotaje presidencial que se celebrará el próximo 19 de octubre. Los resultados de la primera vuelta, realizada el 17 de agosto, fueron sorpresivos: contra todo pronóstico, Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), obtuvo el 32,06% de los votos; seguido por el derechista Jorge “Tuto” Quiroga, de LIBRE, con el 26,7%; y Samuel Doria Medina, de Unidad, con el 19,69%. Aún es una incógnita si Bolivia dará un giro liberal-conservador apoyando al expresidente Quiroga, o si optará por una ruta más moderada hacia el centro con el actual senador Rodrigo Paz.
Tras más de 20 años de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS), el país empieza a dar sus primeros pasos sin la guía absoluta de Evo Morales. Acorralado por un juicio por pederastia impulsado por el Ministerio Público, el exmandatario permanece refugiado en la zona cocalera del Chapare.
Pese a no poder participar en los comicios y con un mandamiento de apremio en su contra, Morales –quien gobernó entre 2006 y 2019– ha vuelto a mostrar su fortaleza política. Semanas antes de la votación llamó a sus seguidores a optar por el voto nulo, logrando más de 1,3 millones de papeletas en blanco, equivalentes al 19,87% del total.
Aunque el voto nulo carece de efectos legales, simbólicamente supuso un triunfo para Morales frente a sus antiguos aliados, que meses atrás habían desconocido su liderazgo. Su excompañero Andrónico Rodríguez, candidato de Alianza Popular (AP), obtuvo solo un 8,51% de los votos, mientras que Eduardo del Castillo, del oficialista MAS-IPSP, alcanzó apenas el 3,17%, cifra mínima para mantener la personería jurídica del partido.
La crisis energética y la devaluación no oficial del peso boliviano frente al dólar explican en parte el peor resultado electoral en la historia del MAS. Pero también pesan las promesas incumplidas. La “plurinacionalidad”, entendida como la demanda de autogobierno de los territorios indígenas, no se materializó; por el contrario, el centralismo estatal se profundizó, en especial contra los pueblos de tierras bajas. Tampoco se cumplió el respeto a la “madre tierra”: la expansión extractiva afectó reservas naturales y abrió paso al avasallamiento de mineras y colonizadores. Finalmente, el modelo extractivista no logró transformarse en un tejido industrial sostenible que genere empleo de calidad.
Divisiones persistentes
La derrota del MAS no desarticuló los clivajes que estructuran la política boliviana. Como hace dos décadas, el voto sigue polarizado entre el oriente (Santa Cruz, Beni y Pando) y el occidente (La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba). El PDC, como antes el MAS, triunfó en occidente; mientras que LIBRE lo hizo en el oriente. En síntesis: occidente respalda candidaturas pro-Estado y oriente, opciones pro-mercado. En los departamentos donde ganó el MAS ahora lo hace el PDC y donde antes ganaba Comunidad Ciudadana o Creemos ahora lo hace UNIDAD o LIBRE.
El censo de 2024 muestra que Bolivia es hoy un país predominantemente urbano: siete de cada diez personas viven en ciudades. Este cambio debilitó la capacidad del discurso indigenista del MAS, desplazado por narrativas que interpelan a una población mayoritariamente mestiza y citadina.
Además, la informalidad laboral pasó del 62,4% en 2005 al 84,2% en 2025, un incremento de 34,5%. Este electorado encontró eco en la candidatura del PDC, sobre todo en su postulante a la vicepresidencia, Edmand Lara, quien apeló al mestizaje popular frente a una élite “insensible y corrupta”. Mientras tanto, para la derecha Lara encarna la ignorancia y la irracionalidad, para amplios sectores populares representa una voz contra la discriminación.
Por otro lado, la población que se autoidentifica como indígena descendió del 62% en 2001 al 38,7% en 2024. Aunque menor, este porcentaje sigue siendo políticamente relevante, pues articula demandas de participación y justicia social.
Los desafíos del próximo gobierno
Bolivia vive una calma expectante antes del balotaje y de la toma de posesión del próximo gobierno, que deberá enfrentar urgentes correcciones económicas. Entre ellas, se tiene que retirar o por lo menos atenuar la subvención al precio de los carburantes que genera a las arcas fiscales un gasto equivalente a 56 millones de dólares por semana; se tiene que asumir politicas con el tipo de cambio de la divisa norteamericana puesto que el precio del dólar en el mercado paralelo es casi del doble del oficial; y ejecutar planes de largo aliento para sustituir la composición de las actuales exportaciones de minerales y de gas; y dar paso a la tan anunciada industrializacion del pais.
El reto político será aún mayor: ningún partido tiene mayoría en el Legislativo. En el Senado, el PDC suma 16 escaños, LIBRE 12 y Unidad 7. La gobernabilidad dependerá de pactos interpartidarios, pero la “guerra sucia” que estalló tras la primera vuelta hace prever una ardua relación entre Ejecutivo y Legislativo.
Un sistema de partidos en transición
Persisten dudas clave sobre el futuro político boliviano. La primera es si el nuevo sistema multipartidista, que reemplaza a la hegemonía del MAS, podrá canalizar la representación de una sociedad tan diversa. Tanto el PDC como LIBRE carecen de estructuras orgánicas y presencia territorial: son más siglas que partidos. La segunda incógnita son las elecciones subnacionales de 2026, que podrían consolidar la nueva correlación de fuerzas o mostrar un resurgimiento del MAS gracias a su aún extensa implantación municipal.
El pasado 17 de agosto, Bolivia inauguró pacíficamente, a través de las urnas, una nueva configuración política más plural. Sin embargo, los problemas estructurales –pobreza, migración y discriminación– siguen en la agenda. La ciudadanía ha demostrado un comportamiento democrático ejemplar; ahora, la gran incógnita es si su clase política estará a la altura del desafío.
