El presidente Donald Trump ha intentado tanto imponer Estados Unidos al mundo como distanciar al país de él. Comenzó su segundo mandato haciendo alarde del poder duro estadounidense, amenazando a Dinamarca por el control de Groenlandia y sugiriendo que recuperaría el Canal de Panamá. Utilizó con éxito las amenazas de aranceles punitivos para coaccionar a Canadá, Colombia y México en cuestiones de inmigración. Se retiró del Acuerdo de París sobre el clima y de la Organización Mundial de la Salud. En abril, sumió a los mercados mundiales en el caos al anunciar aranceles generalizados a países de todo el mundo. Poco después cambió de estrategia y retiró la mayoría de los aranceles adicionales, aunque siguió presionando con una guerra comercial contra China, el eje central de su actual ofensiva contra el principal rival de Washington.
Al hacer todo esto, Trump puede actuar desde una posición de fuerza. Sus intentos de utilizar los aranceles para presionar a los socios comerciales de Estados Unidos sugieren que cree que los patrones contemporáneos de interdependencia aumentan el poder de Estados Unidos. Otros países dependen del poder adquisitivo del enorme mercado estadounidense y de la certeza de su poderío militar. Estas ventajas dan a Washington margen de maniobra para presionar a sus socios. Sus posiciones son coherentes con un argumento que planteamos hace casi cincuenta años: que la interdependencia asimétrica confiere una ventaja al actor menos dependiente en una relación. Trump lamenta el importante déficit comercial de Estados Unidos con China, pero también parece entender que este desequilibrio da a Washington una enorme influencia sobre Pekín.
Aunque Trump ha identificado correctamente la forma en que Estados Unidos es fuerte, está utilizando esa fuerza de maneras fundamentalmente contraproducentes. Al atacar la interdependencia, socava los cimientos mismos del poder estadounidense. El poder asociado al comercio es…
