El sistema comercial mundial tal y como lo conocíamos ya no existe. La Organización Mundial del Comercio (OMC) ha dejado de funcionar realmente, ya que no negocia, supervisa ni hace cumplir los compromisos de sus miembros. Principios fundamentales como el estatus de “nación más favorecida”, que exige a los miembros de la OMC tratarse entre sí de forma equitativa excepto cuando han negociado acuerdos de libre comercio, están siendo descartados, ya que Washington amenaza o impone aranceles que oscilan entre el 10% y más del 50% a docenas de países. Tanto la estrategia comercial America First como las estrategias análogas de China de “doble circulación” y Made in China 2025 reflejan un desprecio flagrante por cualquier atisbo de un sistema cimentado en normas y una clara preferencia por un sistema basado en el poder que ocupe su lugar. Incluso si algunas piezas del antiguo orden logran sobrevivir, el daño ya está hecho: no hay vuelta atrás.
Muchos celebrarán el fin de una era. De hecho, aunque el uso agresivo de los aranceles y el desprecio por los acuerdos anteriores por parte del presidente estadounidense, Donald Trump, han sido los últimos clavos en el ataúd, tanto los demócratas como los republicanos en Washington han abrazado el giro contra el comercio mundial en los últimos años. Pero antes de que los críticos se regocijen por la muerte del sistema comercial basado en normas, deberían considerar los costes y las compensaciones que conlleva su desmantelamiento, y pensar detenidamente en los elementos que deberían reconstruirse, aunque sea de forma modificada, para evitar resultados considerablemente peores para Estados Unidos y la economía mundial.
Si Washington continúa por su camino actual, definido por el unilateralismo, el transaccionalismo y el mercantilismo, las consecuencias serán nefastas, especialmente si Pekín sigue por su propio camino perjudicial de exceso…

Esperando a la nueva China
La necesaria continuidad en el liderazgo de Estados Unidos