1.– Extraordinaria oportunidad. Desde la proclamación de la República Popular China el 1 de octubre de 1949, sucesivos gobiernos de EEUU ignoraron el triunfo comunista de Mao y reconocieron solamente a los nacionalistas de Chiang Kai-shek relegados a Taiwán. Pero el gradual y creciente enfrentamiento entre Pekín y Moscú terminó por convertirse en una extraordinaria oportunidad para alterar la dinámica de bloques de la Guerra Fría. Grieta que la Administración Nixon, con sus impecables credenciales anticomunistas, supo aprovechar.
2.– Ping-Pong. A partir del cálculo estratégico de que China se enfrentaba a una mayor amenaza por parte de su “aliada” al norte –la URSS– que de su “enemigo” –EEUU– al otro lado del Pacífico, los engranajes diplomáticos se pusieron en marcha. Mao Zedong, en una entrevista con el periodista Edgar Snow, expresó en 1970 su disposición a mejorar relaciones con Washington. Después vino la diplomacia deportiva del ping-pong, una preparatoria y secreta visita de Henry Kissinger a Pekín y el ingreso de la República Popular en la ONU, ocupando uno de los cinco puestos permanentes del Consejo de Seguridad.
3.– Espectáculo televisivo. El viaje presidencial fue planteado por la Casa Blanca como un formidable espectáculo televisivo de ocho días y ocho noches, sincronizado para salvar una diferencia horaria de 13 horas y obtener la máxima audiencia en la costa este de Estados Unidos. Los técnicos querían instalar una estación satelital en China, pero Pekín no cedía. Al final, los chinos adquirieron el requerido equipo americano y luego lo alquilaron para hacer posibles retransmisiones en directo.
4.– Una gran muralla… y un gran pueblo. Durante la gira, que comenzó con una reunión no anunciada con Mao, Nixon visitó la Gran Muralla. Cuando le preguntaron su opinión sobre la monumental estructura, comentó: “Creo que hay que concluir que se trata de una gran muralla… que tuvo que ser construida por un gran pueblo”. Para su disgusto, muchos medios estadounidenses omitieron la segunda parte de su cita. Pero el mensaje estaba claro: empezaba una relación entre dos gigantes desiguales.
5.– Deslumbrante distracción. La visita concluyó con la firma de una declaración conjunta, con mucho más desacuerdo que acuerdo, conocida como el Comunicado de Shanghái. La Administración Nixon reconoció que “todos los chinos a ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que solo hay una China y que Taiwán es parte de China”. Y se reafirmó el interés por “una solución pacífica” de la cuestión. En Estados Unidos, las críticas iniciales al “abandono” de Taiwán se diluyeron en la hipnótica cobertura televisiva.
6.– Encuestas y ópera. A su vuelta, Nixon fue recibido como un héroe. Gallup cuantificó que más de dos tercios de los estadounidenses creían que el viaje había sido un gran éxito. Kissinger escribió en sus memorias: “Por una vez, la estrategia de relaciones públicas de la Casa Blanca tuvo éxito y cumplió una función diplomática. Las imágenes prevalecieron sobre la palabra impresa”. Aquel montaje, que llegó a inspirar una ópera en 1987, terminó por convertirse en la referencia obligada para futuros viajes presidenciales.
