Estudiantes protestan en las calles de Argel acusando al presidente Buteflika de intentar prolongar sus dos décadas en el poder. RYAD KRAMDI/AFP/GETTY

Agenda Exterior: Argelia

AGENDA PÚBLICA Y POLÍTICA EXTERIOR
 |  14 de marzo de 2019

¿Qué clase de transición podemos esperar en Argelia?

 

Aunque el presidente del país, Abdelaziz Buteflika, ya ha anunciado que renuncia a presentarse a un quinto mandato en Argelia, el movimiento ciudadano en contra del régimen parece imparable. Estudiantes, periodistas, artistas… muestran en la calle su rechazo a un gobierno afín y asumen que la intención de Buteflika es mantenerse en el poder inconstitucionalmente. Preguntamos a los expertos qué tipo de transición puede vivirse en Argelia en este contexto volátil.

 

Lluís Bassets | Periodista. Ex director adjunto de El País@LBASSETS

Un gran país como Argelia debe hacer una transición argelina, la propia de un país con su historia, su riqueza, su geografía y su población. La inspiración, por tanto, debe ser genuina y corresponder a las aspiraciones de emancipación de los combates anticoloniales, especialmente la guerra de liberación, antes de que los militares del exterior, con el coronel Boumediene a la cabeza, se hicieran con las riendas de un poder que nunca han soltado y que tiene su último avatar en Buteflika, en detrimento de la inspiración laica y política de la resistencia original interior contra la ocupación francesa.

Dos experiencias vecinas, sin llegar a ser exactamente modelos, pueden servir también de inspiración, sobre todo a la hora de crear instituciones inclusivas, abrirse al diálogo, a los pactos y a la reconciliación: una es la vecina Túnez, único país con una transición exitosa en marcha en la geografía árabe; la otra es la también vecina España, donde el paso sin ruptura de un régimen autoritario a otro democrático sigue siendo una referencia de transición pacífica. En el caso argelino no hay duda de que la transición debe ser también generacional: solo los jóvenes (el 70% de los argelinos tienen menos de 30 años) pueden ser los protagonistas de la transición. Y tampoco se duda al respecto del enorme caudal de talento y de energía humana con que cuenta el país, incluyendo la numerosa población franco-argelina preparada y fuertemente motivada en la necesaria marcha que debe emprender Argelia hacia un país moderno, estable, próspero y democrático, con vocación de convertirse en una auténtica potencia pacífica mediterránea.

 

Rafael Bustos | Profesor de RRII en la UCM y Coordinador Científico de OPEMAM.

Resulta precipitado en estos momentos hablar de transición democrática, puesto que para ello es necesario que un sector del régimen autoritario quiera y demuestre capacidad para ir desmantelándolo. Existen otros muchos tipos de cambio político, además de las transiciones, como las liberalizaciones políticas. Por todo esto y porque la misma historia política de Argelia lo recuerda (1988-1992) es preciso guardar la cautela en el análisis.

La hoja de ruta del régimen anunciada el 11 de marzo se asemeja más a una liberalización que a una transición, pues no busca desmantelar el sistema. Con todo, la situación es ciertamente esperanzadora por la gran inteligencia y madurez política de la sociedad argelina. Ha conseguido arrastrar con ella a los partidos políticos de oposición, a los colegios profesionales, a las mujeres y hasta a sectores del propio régimen.

El plan de un cuarto mandato extendido se va a encontrar con una contestación cada vez más grande de todos estos sectores. Además, el presidente se encontrará en una situación ilegal e inconstitucional en cuanto termine su mandato presidencial, el 28 de abril. Tampoco veo gran futuro a la Conferencia Nacional que lidera el anciano diplomático Lakhdar Brahimi.

En la hipótesis de que la presión aumente, un régimen débil podría dar el siguiente paso: reconocer la incapacidad del presidente (art. 88) y organizar elecciones presidenciales libres y justas en el plazo de 90 días que marca la Constitución. Para ser creíble, esto requeriría de un gobierno y una instancia electoral totalmente independientes. Después seguirían unas elecciones constituyentes, en un escenario, este sí, ya de transición democrática.

 

Aurèlia Mañé-Estrada | Universitat de Barcelona. @AURITAAURITAE

La respuesta creo que requiere una pregunta previa: ¿va a existir una transición en Argelia? Estas últimas semanas, los argelinos y argelinas, después de décadas de silencio, se han manifestado masivamente a lo largo y ancho del país. Esto ha sido una bocanada de aire fresco, por su amplitud, su juventud, su sentido del humor y porque ha logrado restituir el orgullo perdido de la ciudadanía argelina. Se ha logrado también parar el quinto mandato del presidente Buteflika. Sin embargo, este éxito, no significa que se haya iniciado una transición hacia algo mejor.

El aspecto más significativo de lo ocurrido es la ausencia de represión en las manifestaciones populares, que apuntaría, si apuntara, a una transición a la portuguesa. El resto de hechos no indican tal cosa. En concreto, el alargamiento de facto de un cuarto mandato de Buteflika, acompañado de la elaboración de un proyecto de renovación del Estado conducente a una nueva república, hoy, parece el 18 Brumario de lo pertrechado en 1988, cuando para ganar tiempo y legitimidad, el régimen propuso una reforma de la Constitución que debía acabar con el régimen de partido único y la convocatoria de unas elecciones plurales. Entonces, el “truco” gatopardiano podría haber funcionado si, en vez del Frente Islámico de Salvación, hubieran ganado las elecciones los mismos que las convocaron. Hoy, el “truco”, podría no servir.

Este es el principal peligro actual, pues mientras el régimen usa sus ardides para ganar tiempo y crear nuevas estrategias de legitimación, el riesgo de confrontación aumenta. Otro riesgo, es el de una descomposición rápida de la estructura del poder, que no permita el tiempo de transición.

Ambos supuestos son malos. Pero al igual que nos hemos sorprendido al revelarse la repolitización de los y las argelinas después de décadas de silencio, podríamos sorprendernos al descubrir que alguien del “búnker” argelino tiene voluntad de pactar y que entre los manifestantes existen interlocutores representativos. Entonces, tal vez sí existiría algún tipo de transición.

 

Laurence Thieux | Universidad Complutense de Madrid @LTHIEUX
Miguel Hernando de Larramendi | Grupo de Estudios sobre las Sociedades Árabes y Musulmanas, Universidad de Castilla-La Mancha @MHLARRAMENDI

El desarrollo de la transición política dependerá, en gran medida, de cómo evolucione la correlación de fuerzas entre los diferentes núcleos de decisión que coexisten dentro del régimen argelino, pero también de la capacidad de los ciudadanos manifestantes de mantener un frente de presión unido y con acción sostenida en el tiempo capaz de influir en la agenda y de marcar el rumbo del proceso.

El rechazo al quinto mandato de Buteflika ha conseguido que el descontento popular, que hasta el 22 de febrero se había manifestado de forma sectorial y fragmentada, haya cristalizado en una protesta política de carácter transversal y alcance nacional. Uno de los elementos que condicionará la evolución del proceso será en buena medida la capacidad de esa movilización informal, sin liderazgo hasta ahora y en la que han convergido sectores diversos de la sociedad (jueces, abogados, estudiantes, clase media…) para articularse políticamente, canalizando las demandas de cambio en foros o plataformas organizadas. No parece que vaya a ser tarea fácil ya que ese proceso de institucionalización tiene el tiempo en contra y deberá apoyarse sobre los cimientos de una sociedad civil debilitada por años de represión.

Una refundación del sistema político que suponga la creación de una II República, enlazando con la legitimidad histórica nacionalista, desvirtuada desde 1962 por el FLN y el ejército, dependerá también de la respuesta del régimen y de su disposición para proponer un marco de reformas consensuado acorde con las demandas y expectativas expresadas en las movilizaciones. Los clanes que dirigen Argelia, obsesionados por mantener un statu quo sustentado en frágiles equilibrios y redes clientelares y cuyo principal fin es seguir controlando los recursos del Estado, han subestimado la capacidad de los excluidos de cambiar los términos de esta ecuación y han ofrecido una transición “otorgada”.

La propuesta de una transición supervisada por Buteflika -que prolongaría más allá de las previsiones constitucionales la duración de su cuarto mandato- y tutelada por figuras vinculadas al sistema es percibida como un subterfugio para ganar tiempo y asegurarse el control del proceso, de sus participantes y del calendario. En este sentido la oferta de convocar una Conferencia Nacional, y no una Asamblea Constituyente, hace difícil que pueda garantizar la inclusión y representatividad necesarias para la construcción del nuevo marco institucional y político reclamado por la ciudadanía argelina en la calle.

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